C6: Buitres.

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 —Los titulares del departamento de bodas, arte, diseño e impresión deben presentarse a la junta del mes en la sala de conferencias B231, decimoséptimo piso correspondiente al departamento de bodas: planificación y ejecución—la monótona voz de Ele...

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 —Los titulares del departamento de bodas, arte, diseño e impresión deben presentarse a la junta del mes en la sala de conferencias B231, decimoséptimo piso correspondiente al departamento de bodas: planificación y ejecución—la monótona voz de Elena, la gerente y secretaria del primer piso, se oye a través de los altavoces mientras entro en el elevador. 

Las puertas están a punto de cerrarse cuando una mano de pálida piel y largas uñas pintadas de un rojo profundo las detienen. Una muer que conozco lo suficiente entra luciendo uno de sus tantos trajes de ejecutiva que se ve tan impecable como sus zapatos, su maquillaje y cabello canoso, corto y estilizado. 

Automáticamente mi usual aversión por ella se desata en mis adentros y se manifiesta a través de mi rostro ya que, al cerrarse las puertas, el ascensor recubiertos con espejos me permite dar un vistazo a mi quijada apretada y ojos distantes. 

—Llegas tarde—dice de forma casual y tranquila, pero puedo percibir la característica hostilidad de sus palabras.

Ella me escanea por un segundo a través de sus gafas, sus ojos del color del hielo juzgan mi atuendo que no encaja para nada con su imperio empresarial de trajes y corbatas. 

—Tu también lo haces—replico, omitiendo mencionar el hecho de que su chofer fue el que se retrasó en llegar. Sin embargo, no necesito causarle problemas a Frederick, el hombre que normalmente llega tarde porque es padre soltero y su trabajo y vida personal se interponen.

Soy consciente de que mi madre no dudaría en despedirlo si supiera que no es puntual. Ella lo haría sin importarle el hecho de que él tiene a una niña de nueve años a la que dar de comer, vestir y educar. 

Y si a ti no te importan tus propios hijos mucho menos de importarán los de los demás. O por lo menos eso se aplica a Betty Georgia MacQuoid.

—Soy la dueña de este lugar—me recuerda como si en verdad pudiera olvidarlo. —A diferencia de los empleados puedo llegar cuando lo crea conveniente—y allí está la soberbia, aparece de la mano de su descaro y eventual desencanto. Y, en el fondo, sé que se está refiriendo a mí con el término empleado

Me esfuerzo por mantener los ojos en mi reflejo mientras ascendemos piso por piso a solas, sin ser detenidos y con el tiempo transcurriendo con una tardanza ilusoria. Puedo ver a través del espejo y por mi visión periférica la forma en que observa el costoso y elegante reloj de plata que envuelve su muñeca. Ella frunce el ceño.

—¿A quién despedirás esta vez?—inquiero reconociendo el gesto y sintiendo la impotencia por el simple hecho de que ella esté considerando arrebatarle el trabajo a alguien. Sin embargo, lo que resulta peor que pensar que se puede cometer algo tan nocivo, es tener el poder de en verdad hacerlo.

Muchos desean cosas que incitan a sacar a la luz el lado más brutal del ser humano, pero los que tienen los medios para cumplir tales deseos son, sin duda alguna, los más peligrosos. Y ella es de ese tipo.

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