Los destrozos de mi robot

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La ciudad de Nueva York se sumía en la rutina del día a día: los oficinistas acudían apresurados a sus puestos de trabajo con su bolso o maletín en una mano, y un vaso de café en la otra; taxis amarillos que recorrían las carreteras transportando a desconocidos de un lugar a otro, mientras que charlaban animosamente con el conductor durante el trayecto; e incluso turistas que transitaban las grandes avenidas al tiempo que fotografiaban la urbe desde todos los ángulos que les eran posibles.

Hasta que repentinamente, apareció en el horizonte un monstruoso robot de varios metros de altura destruyendo todo a su paso. Los viandantes gritaban, los vehículos frenaban bruscamente al sentir el alboroto del exterior y sus conductores salían precipitadamente de ellos antes de que uno de los enormes pies articulados del androide aplastara su automóvil dejándolo hecho trizas, sin darle oportunidad al elaborado sistema de alarmas de sonar mientras la cabina era aplanada rápidamente.

Se oyeron gritos agudos por parte de algunas mujeres al ver los destrozos de aquella monstruosidad de hierro, pero el robot no paraba, este sólo obedecía las órdenes que le dictaba su sistema interno, por lo que simplemente se dedicaba a arrasar con los vehículos y el mobiliario urbano que hubiera a su paso.

—¡Crash! ¡Pum!

—¿No eres algo mayorcito como para estar jugando a eso? —preguntó la hermana de Marcos con expresión divertida desde el umbral de la puerta de su habitación. Él le miró algo avergonzado e intentó dar una respuesta “madura” para evitar perder el poco respeto que Alejandra, a pesar de ser su hermana menor, le tenía.

—Estaba recordando viejos tiempos —respondió tratando de aparentar indiferencia. Su hermana rió y se acercó a donde él estaba, sentándose a su lado frente a la alfombra que ambos usaban de pequeños para jugar, que en esos momentos estaba repleta de construcciones de piezas Lego que imitaban los altos rascacielos de Nueva York acompañadas de un gran robot gris, que brillaba con un matiz fluorescente a causa del reflejo de la lámpara que pendía del techo, y se encontraba rodeado de varios trozos de plastilina aplastada de varios colores.

—Bueno, dice mamá que vengas al comedor, que se va a enfriar la cena —dijo Alejandra todavía extrañada por volver a ver a su hermano jugando con las piezas de construcción.

—Vale —él asintió y se levantó al mismo tiempo que Alejandra para ir juntos a cenar con sus padres.

Durante la comida, el padre de los muchachos encendió la televisión para ver el telediario e informarse de las noticias, donde aparecía un suceso de última hora comunicando que durante el desfile mensual que se hacía en las calles de la gran manzana para publicitar nuevas películas, una de las carrozas que anunciaba la película Transformers se había salido de control y había causado numerosos destrozos, además de un gran alboroto y confusión entre quienes habían presentes en aquel momento.

Alejandra, que estaba mirando a su hermano en ese momento, se preocupó al ver cómo este perdía el color de su rostro en un instante y en él se posaba una expresión atemorizada.

—Marcos, ¿estás bien? —le preguntó dudosa. Él parpadeó varias veces desconcertado antes de responder.

—Eh, sí, claro —profirió el joven en un intento por recomponerse. Se dijo a sí mismo que aquello era una coincidencia, que el hecho de que él hubiera estado representando esa misma escena minutos antes no tenía nada que ver con lo sucedido, mas su conciencia seguía intranquila.

Tras la cena, al ver que Marcos seguía con aspecto nervioso, su hermana rodeó la mesa, ya vacía tras haber retirado los platos y cubiertos usados en la ceremonia, para llegar hasta él y darle un abrazo tranquilizador.

—No te preocupes —le susurró con cariño—, seguro que no es nada.

—¿Ahora no te ríes de mí? —preguntó su hermano bromeando.

—¡Calla que estropeas el momento! —exclamó Alejandra fingiendo enfado, aunque en realidad se alegraba de que Marcos estuviera más calmado—. ¿Quieres que vayamos a tu habitación y así nos quedamos tranquilos? —sugirió con una sonrisa. Él asintió y ambos se dirigieron a la habitación del mayor de ellos.

Los hermanos avanzaron por el pasillo central de la casa y Marcos abrió la puerta de su dormitorio entrando en ella, pero cuando estiró su brazo para accionar el interruptor de la luz, la mano de su hermana le detuvo.

—¡Espera! —exclamó en un susurro—. Mira allí —él se ayudó de la luz del pasillo que entraba en la habitación para mirar e la dirección que le señalaba Alejandra, quedando petrificado al ver cómo el robot que había tenido en sus manos emitía un extraño resplandor blanco.

La muchacha apartó a su hermano un poco para poder entrar al cuarto y acercarse al pequeño juguete metálico, pero cuando intentó tomar el cachivache, su mano actuó como un imán que se enfrenta a otro de su mismo polo.

—¡Marcos! —el aludido volteó la cabeza y Alejandra le hizo señas para que se acercara—. Mira —indicó fascinada mientras acercaba su mano al robot de nuevo para que él viera lo que ocurría. El chico frunció el ceño extrañado y trató de hacer lo mismo que su hermana, pero su mano cogió el juguete sin ningún problema, haciendo que los jóvenes se sorprendieran, y más todavía al fijarse en que este dejaba de brillar con el contacto de Marcos, quien soltó un largo suspiro antes de volver a hablar.

—¿Por qué se me tendría que ocurrir jugar con esto otra vez? —pensó en voz alta apesadumbrado, pasándose una mano por el cabello.

—Creo que hay algo que podemos hacer —comenzó Alejandra dubitativa antes de proseguir cuando su hermano centró su mirada en ella—. Se me acaba de ocurrir y puede que no funcione, pero…

—No hay peros —le interrumpió él—, si esto ya es absurdo de por sí no creo que tu idea sea mala —dijo con franqueza. La muchacha sonrió y empezó a explicarle su plan detalladamente, mientras Marcos sugería alguna propuesta eventualmente.

Ambos estuvieron toda la noche reconstruyendo las figuritas de plastilina poco a poco, depositándolas en la ciudad de lego que había recreado Marcos aquella tarde. Cuando ya estaba amaneciendo terminaron las treinta y siete pequeñas esculturas que habían sido aplastadas por el robot en un principio, y la que había ideado el plan suspiró somnolienta.

—Tendríamos que haber esperado a que se me ocurriera algo que cansase menos.

—Bueno, al menos ya hemos terminado ¿verdad? —respondió su hermano despegándose del suelo de la habitación para sentarse en el borde de su cama.

—Casi… —dijo Alejandra con una sonrisa de disculpas—, ahora sólo nos queda hacer algunas más para solucionar el problema ¿te queda plastilina?

—Sí —afirmó el joven bostezando sin ánimos para pedir a su hermana que le explicase aquello.

En cuestión de minutos, los muchachos habían terminado con todo, y Alejandra colocó las figuras adicionales tras el androide de juguete para darle las instrucciones pertinentes a Marcos.

—Como tú eres el único que puede coger el robot, tendrás que hacer el resto solo para que funcione —explicó ella, y el chico asintió—. Bien, coge los muñecos nuevos y acércalos al juguete —su hermano obedeció y le miró para que siguiera—, y ahora toma uno de ellos y haz que su brazo toque el robot y… coge la monstruosidad de hierro —indicó Alejandra con diversión en su voz al usar las mismas palabras que su hermano, quien le miró achinando los ojos para fingir enfado—. ¡Ya está! —exclamó ella en cuanto el androide salió de la superficie de la alfombra, aplaudiendo feliz.

—Sí que te has alegrado ¿no? —preguntó Marcos riendo, aunque él también estaba eufórico en su interior.

—Sí —afirmó su hermana sonriendo—, pero vamos a poner la tele por si acaso —replicó algo desconfiada de su plan. El chico encendió la pequeña televisión que había en su habitación y puso un canal de noticiarios.

—“Hace unos minutos, un grupo de voluntarios ha ayudado a recoger los destrozos ocasionados en el desfile de Nueva York, y la ciudad vuelve a tomar el ritmo de siempre” —anunciaba el periodista que aparecía en la pantalla. Marcos apagó el televisor y miró a su hermana sonriente.

—Será mejor que nos echemos una siestecita antes de desayunar.

Los destrozos de mi robotDonde viven las historias. Descúbrelo ahora