El primer paso

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Comenzó una tarde de verano, la cual iba siendo opacada por el manto oscuro de la noche adornada con sus estrellas, el susurro suave del viento se desplazaba a través de las calles mientras se daba el punto de inicio, el punto donde "ella" permanecía aun muerta.

Su cuerpo pálido y delgado yacía sobre aquellas almohadas perfectamente acomodadas y de sencillo diseño, un velo, blanco y gastado ya por los años se extendían desde la punta de los barrotes de aquella cama hasta caer con elegancia en el suelo; sus dedos, fríos y esqueléticos permanecían entrelazados sobre su regazo mientras la luz nocturna entraba por la ventana.

Sus rostro resultaba aterrador, era de un claro blanco porcelana, opaco, casi llegando un tono grisaceo, sus labios, eran definidos, no traspasaban la línea de lo grueso o de lo delgado, sus parpados poblados de largas y oscuras pestañas cubrían sus ojos amablemente mientras parecía tener un rostro apacible, mas todo esto era una mentira. Aun con un cuerpo sin pulso y su circulación congelada se reincorporo, sacudió su cabello, pequeñas partículas de polvo que se había acumulado en este se desprendieron mientras ella aun trataba de divisar lo que estaría a su alrededor, con sus manos toco su rostro, en un dulce y suave tacto para examinar este hasta su cuello, pasando la punta de sus dedos por aquellas clavículas en un acto por auto reconocerse.

En sus labios, una lenta y torcida sonrisa fue dibujada mientras se colocaba de pie con cierta majestuosidad, su cabello callo lisamente sobre sus hombros deslizándose hasta por debajo de su pecho, aquellos reflejos castaños fueron algo desagradables para ella, puesto que hasta en su rostro aquel signo de disgusto se reflejo entre ceja y ceja.

Sus castaños ojos buscaron de rincón a rincón aquel objeto en punta tan deseado, que para su suerte, yacía sobre uno de los aparadores a su lado. Sin asomo de duda tomo aquel par de tijeras y las abrio dejando relucir su filo ante un espejo donde se plasmo su figura, con su diestra sujeto gran parte de su cabellera y en cuestión de segundos esta fue reducida hasta el punto de solo rozar su hombros, dejo caer aquella herramienta ya usada contra el suelo junto a los rastros de su larga cabellera.

 – Es hora.  –  sus voz se presento con recelo en el silencio.

Con rapidez avanzo a través del cuarto y atravesó aquella puerta dejando un vendaval tras ella, en sus ojos aquella emoción insaciable era notorio, a su alrededor los susurros eran audibles, una que otra mirada temerosa, eran de aquellos siervos dispuestos a morir por su fiel mano que cuidaban como si de una gema se tratase de aquella joven.

Su sombría figura se desplazo de habitación a habitación hasta llegar a aquel gran portal que la llevaría al mundo exterior, sonrío de manera satisfactoria, sus ansias insaciables del nuevo día eran lo que la mantenían tan inquieta en su largo sueño, extendió uno de sus brazos y en un abrir y cerrar de ojos un abrigo tendió en ella.

 – Veo que ya ha despertado, ¿A que hora volverá?  –  pregunto un aquel hombre.

 – No lo se, todo es relativo. –  respondió sin interés.

 – Tenga cuidado... Srta. Lizeth.  –  finalizo.

La joven lo miro despreocupada, pues ella era quien plantaba las reglas en aquel "Hogar", paseo sus dedos poco a poco por aquel frío picaporte y llevó este en un giro abriendo finalmente la puerta; el viento poderoso se desplazo sin temor contra ella recorriendo cada rincón de el silencioso y fúnebre lugar, echo su cabello hacia atrás con su muñeca y solo se dispuso a avanzar mientras alzaba aquel abrigo sobre sus hombros desnudos sintiendo la fina y expectante luna sobre ella.

Cada uno de ellos poseía su historia, y cada uno era su propio protagonista; sin embargo, el nuevo mundo jamás seria lo que ellos esperarían.

De canto en canto se paseaba con cierta elegancia por un sendero de por mas destruido, se guiaba únicamente de su memoria, de su frágil y ya decana memoria; en su mente se cruzaban millones de ideas, de recuerdos, de un sin fin de cosas que finalmente resultaban sin importancia, traba de recordar el tipo de mundo en el que ella estaba. Cuando sus pies pisaron el polvoriento cemento que abarcaba la superficie supo de inmediato sin interés de alzar su vista que había llegado al apestado pueblo. ¿O ciudad? La verdad, ella ya no era capaz de distinguir aquellos conceptos.

Su renacer no resulto tan especial como ella hubiese deseado, pero ¿Qué más daba? Al fin y al cabo lo importante era poder caminar entre los mortales nuevamente. Se dejo seducir por las luces de los faroles y los suaves y agradables sonidos del agua chocar contra si en una pileta; sonrío para si dejando su cuerpo tomar control solo, se sentó a la orilla de dicha pileta y observo con atención lo que la rodeaba, las personas, las luces de la noche, las contracciones, e incluso dedico tiempo a las imperfecciones de la calle. El aroma de cada ser que cruzaba frente a sus ojos se impregnaba en sus narices mezclándose poco a poco hasta el punto de volverse hostigante. Pero ya nada podría opacar su satisfactoria libertad.

Paraíso de Luz y Sombras: Mundo de la TormentaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora