Inhalo fuerte, respiración profunda con la que el mundo cambia. Silencios mórbidos, sueños perdidos, con los cuales el alma, el ruido, los olores, colores, en uno se funden. Cierro los ojos. Exhalo. Cubierta de humo, regreso a mi antigua morada, mirando sus paredes todavía cobijadas con la tenue luz de las farolas que, como velas consumidas, están a punto de apagarse. Entre la oscuridad del pronto amanecer, observo los vulgares grafittis que atestan la barda, el moho creciendo en los cristales y los alféizares solitarios, la veleta con forma de gallo chillando con el viento; y las enredaderas, que abrazadas firmemente a los restos de tejas de barro cocido, pronto marchitarán.
Restriego la colilla antes de entrar y enciendo otro cigarrillo. Después de atravesar el umbral, la maleza y las malas hierbas desaparecen para dejar brotar las casablancas y las rosas color salmón, los retoños de las jacarandas y las lágrimas del sauce; mientras que las macetas se llenan poco a poco de violetas, tulipanes y nidos de ruiseñor. Las nubes se abren para que el Sol pueda ver mejor la fachada de ladrillo de ese, mi antiguo hogar.
Al entrar por la puerta principal, se ilumina el interior, una ráfaga de viento eleva el polvo y las hojas secas que alfombraban el suelo. Cierro los ojos. Libero el humo de mis pulmones. Suspiro. Cuento hasta tres para colgar los párpados. Las grisáceas y raídas cortinas vuelven a ser índigo con estampado floral; el tapiz podrido y desgajado es otra vez etéreo, ya no más telarañas en los candelabros ni panales en las esquinas del comedor.
Sé que fue el olvido quien empolvó este lugar taciturno, donde todo cae a pedazos, pero sólo por esta noche quiero fingir, por única y última ocasión quisiera fingir que el tiempo no ha transcurrido, y que soy buena y casta, y mi corazón, puro.
La cocina prevalece. Preparo un café y me siento. La silla de enfrente, desocupada; la taza, aún caliente; el cenicero, casi lleno por segunda ocasión. No puedo apartar la mirada de esas desportilladas manos que se aferran a la senil porcelana, mismas que esconden miles de memorias entre sus arrugas, historias que se cuentan solas en las cicatrices.
Subo las escaleras con dificultad, cada escalón rechina peor que el anterior, intento no caer. Mi habitación no ha cambiado, la luz del Sol baña las sábanas de la cama matrimonial que compartíamos, aunque no así la bendición del matrimonio. El espejo del tocador está roto, al igual que mi juventud, el reflejo ha cambiado mucho desde aquel día nublado...
Indago en los cajones –lo que queda de ellos- y encuentro un viejo álbum, intacto, nuestro. Mi corazón da un vuelco, con un profundo suspiro logro enderezarlo, y beso lo que queda de ti. Abro el otro cajón y saco un par de tijeras. Podría cortarme el muslo al hacer un agujero en mi humilde ropa interior. Mi piel es fina como papel de fumar. Quizás no me vendría mal una pequeña herida por incisión que se infecta, un poco de veneno en la sangre, jamás me gustaron los funerales concurridos. O podría simplemente rasgar el tejido de algodón como si estuviera abriendo los regalos de Navidad. El trozo desgajado caería al suelo como confeti. Podría tirarme en la cama y abrir las piernas, subiéndome el vestido hasta la cintura. Sí, podría meter la mano en el agujero abierto y frotar con mis dedos arriba y abajo. Si lo hiciera, tal vez él volvería y me acariciaría tal como solía hacerlo con su instrumento cada noche de concierto. Pero no hago nada de eso y él tampoco aparece. Por el contrario, regreso las tijeras donde las encontré y me dejo caer sobre la cama. Tal vez durmiendo pueda regresar al conservatorio de música, al estudio de grabación donde por vez primera me entregué, donde tu instrumento nos miraba hacer el amor desde el mediodía hasta el atardecer. Tal vez soñando los recuerdos que hay sobre la cama se conviertan en algo más que borrosos trozos de papel.
Voy pasando las hojas, una tras otra, siendo el disfrute de mis yemas; hermoso y suave papel, atestado de hermosas y suaves memorias. Evoco antiguos demonios, sombras de mi pasado, aquí plasmé mi corazón, dejando una aorta como separador. Versos, retratos, partituras, prosas, flores secas, brisas de mar... Cambio la página. De repente una mancha interrumpe mis sonrisas, irrumpió mi ser, esa maldita mancha sobre el papel. Es frustrante, simplemente inaceptable. Está tirando nuestra belleza a la basura; mis sueños, mi esfuerzo, mi escape, mis sentimientos, todo arruinado por esta ridícula mancha. Tenso la mandíbula para que el dolor no escape por alguna ranura de mis labios. Las manecillas empiezan a cojear. Trago saliva, mucha saliva. Las horas van perdiendo su nombre. Bajo mis pupilas húmedas te miro, nos miro, la miro mirándote: pueril, arrogante, sosteniendo tu mano, burlándose de mí.
Tengo que quitar esa mancha antes de que mi sueño se desmorone. Nunca había necesitado algo tan banal con tanta desesperación: Tiro todo al suelo mientras mi sangre entra en estado de ebullción, busco minuciosamente por la habitación. Nada. Los muebles se deshacen a mi paso, veo que las termitas han estado de ágape en ágape en cada recámara. El tiempo vuelve a la normalidad, principia la pesadilla. Por fin lo encuentro, debajo de lo que solía ser mi escritorio, entre gusanos y arañitas: ese miserable trozo de migajón será mi solución. Borro y borro, se van las ideas con cada roce de la goma, ese detestable ruido se vuelve insoportable, ametralla mi cerebro; siento las venas de mi frente hincharse, mi respiración está agitada, tiemblan mis manos. ¡Mancha cobarde! ¿Teme morir? Más borro, más crece. Paro. La arrancaré, debo extirparla lo antes posible. Grito con todas mis fuerzas, rompiendo con brutalidad el nudo que laceraba mi garganta; un lamento tan desgarrador que parecía salido del mismo infierno -y eso era mi cuerpo en ese momento- No puedo quitarla, no quiere marcharse. ¡Está matándome! Mi agonía se fija con esa mancha. Necesito matarla, saco nuevamente las tijeras del cajón, lloran óxido ¡no puedo soportarlo más! las entierro en el centro de la mancha ¡Muere mancha! ¡Desaparece, maldita sea! La ira, mezclada con las reacias lágrimas, empaña mi vista. Apenas percibo unos puntos rojos paseando frente a mí. Creo que por fin lo logré, ella está muriendo. Como fuga de agua o yacimiento de petróleo, brota su sangre, salpica mi rostro ¡Qué calidez más bella! Empapa mis senos, resbala por mi vientre desnudo, gotean las puntas de mi cabello. Mis entrañas bailan eufóricas al son de tan maravillosa canción carmesí. El dolor se torna sonrisa demencial. De pronto retorna la calma, acompañada de mis cinco sentidos, todo va recuperando nitidez.
¡NO! ¡POR FAVOR, NO! ¡Nada ha cambiado! Los trapos roídos cuelgan de los marcos sin reflejo, las vigas están a punto de caer sobre mí, el perfume putrefacto de las malas hierbas me asfixia, y el eco de las abejas zumba violento en mis oídos. Me he destruido, es mi sangre la que corre, y mancha nuestros rostros con su repulsivo color. Los pedazos de papel y fotografías se alejan flotando como barcos, estoy a punto de ahogarme en esta jodida desolación y esos buenos recuerdos se van, indispuestos a salvarme. Los ojos de la muerte me penetran, su gélido aliento acaricia mi nuca, "tú eres la única culpable", susurra, mientras recuesta los huesos sobre mi cuerpo inerte. El piso en el que estoy tumbada es cada vez más frío, y la osamenta, más tibia. Pronto bajará el telón, no quiero que termine la función.
Lentamente mis párpados caen, es mediodía y la mancha sigue ahí...
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UNA MANCHA
Mystery / ThrillerNo puedo quitarla, no quiere marcharse. ¡Está matándome! Mi agonía se fija con esa mancha. Necesito matarla... [Arte: 'Figura femenina'. Agustí Roca]