Octavio

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Desde que había entregado la información al esposo de la señora Montenegro, Sofía estaba en calidad de cesante y no tenía nada qué hacer. La extensa suma de dinero que había recibido de su cliente le permitía, en todo caso, tener un pasar tranquilo, al menos por un par de meses. De modo que su única ocupación por el momento era el desconocido al que se había jurado no volverle a permitir un sólo toque por encima de la rodilla.

La noche siguente Sergei pasó por ella temprano. Muerto de la risa, la saludó con un beso, casi a la altura de la oreja y se la llevó en su auto en dirección a la costa.

- ¿Dónde vamos?

- A casa de un amigo. Te encantará. Es un patán igual que yo.

- ¿Y vamos allá porque...?

- Porque... quiero que te conozca. Ya te daré detalles. Quiero que me des una opinión sobre él.

- ¿Pero no es tu amigo? ¿Qué te podría decir yo de él que tú ya no sepas?

- Siempre son buenas las segundas opiniones. 

A primera vista, Octavio le pareció un tipo atractivo. Más alto que Sergei, tal vez un poco mayor que él, tenía gestos y modales de una persona bien educada y algo en sus gestos y en su aspecto le hacían pensar que provenía de otro país. Llevaba el cabello corto, impecablemente desordenado, una camisa amplia arremangada y jeans. Un par de lentes enmarcaban bellamente sus ojos castaños, cuyas pestañas, inusualmente largas en un hombre, le daban un aire de inocencia. Las cejas, tupidas y gruesas, la tez ligeramente mate y la sonrisa muy blanca y pareja le recordaban a esos galanes de los años 70.

- ¿Cómo se conocieron? - preguntó Octavio, tras un largo rato de charla y luego de examinar detenidamente a Sofía

- Bueno, para eso hay dos versiones - se apresuró a contestar Sergei.

- No entiendo

- Según ella, nos conocimos en la gala anual de una orquesta de provincia, por casualidad. Según yo, la historia es harto diferente.

Sofía levantó una ceja en señal de desaprobación. Sergei sólo sonrió y continuó su relato

- Lo que pasa es que esta chica está loca por mí, Octavio, y me ha seguido a la gala sólo para conocerme.

Octavio se quedó mirando a Sofía

- Descuida, no le creo nada a este engreído. ¿Una chica como tú iba a fijarse en un egotista como él? Ni en mil años.

- Ah, pero eso lo dices porque no la has visto bailar conmigo. No baila con nadie, hasta dejó pagando al alcade públicamente; pero conmigo sí bailó.

- Pamplinas, lo habrá hecho para que la dejaras en paz. La mejor prueba de ello es que sigues en la friendzone, ¿o me equivoco?

- No por mucho tiempo - dijo Sergei, repantigándose sobre el sillón, muy seguro de sí mismo.

Por algunos momentos nadie dijo nada. Fastidiada por ser objeto de una conversación en la que ella parecía ausente, Sofía comenzó a observar la casa de Octavio. Estaba decorada con un notable buen gusto, minimalista en los muebles, pero de gran colorido en los óleos que se exhibían en las paredes. Había uno en particular, que llamó su atención. Representaba a una mujer desnuda, abrazada -tal vez encadenada- a unas setas que parecían enredaderas alrededor de sus brazos y piernas; su gesto, sin embargo, expresaba placer. El fondo, muy colorido, ocultaba, camuflado entre las hojas, el rostro de un hombre.

- ¿Te gusta?

La pregunta era de Octavio, quien la miraba hacía rato. Tras vacilar un momento en su respuesta, examinando nuevamente los detalles del cuadro, se limitó a decir "Es extraño".

El caso 22Donde viven las historias. Descúbrelo ahora