C7: Fontanería.

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—No tienes un horario fijo, cuando yo te llame tú vienes y punto

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—No tienes un horario fijo, cuando yo te llame tú vienes y punto. Debes estar disponible para cuando lo necesite—la señora MacQuiod camina por un extenso y ancho pasillo pasando decenas de oficinas que se asemejan a cubos de cristal. Yo la sigo dos o tres pasos más atrás observando el sofisticado y fascinante lugar con ojos amplios e inquietos. —Debes tener tu documentación actualizada y cerca de ti porque viajamos cuando yo lo ordeno, también debes cargar contigo mi itinerario, mi carpeta de planificación y el teléfono adicional en el que tengo mi lista de contactos de proveedores. Tenlo siempre cargado entre un setenta y un cien por cierto de batería y no lo confundas con mi celular personal o mi teléfono con los contactos de la empresa—continúa haciendo llegar a mis oídos el desinterés de su voz y el repetitivo sonar de sus tacones.

Entonces ella frena y yo, muy entretenida observando la impresionante decoración, colapso contra ella y me tambaleo hacia atrás.

Betty me lanza una mirada sobre su hombro que roza lo glacial. Veo allí una advertencia junto a una irritabilidad en aumento.

—Lo siento—le sonrío a modo de disculpa, pero ella me ignora antes de introducir una clave en un panel junto a la puerta.

Nos adentramos en una oficina del vigésimo piso, una donde predomina un monocromático tono gris con muebles de oscura y costosa madera y varios otros de cristal. Tras un amplio escritorio una vista panorámica de la ciudad me quita el aliento.

—¡Esto es precioso, tiene un vist...!—ella me interrumpe.

—Troy o Trey, no estoy segura de cómo se llamaba, dejó una lista de quehaceres por allí—dice rodeando el escritorio y tomando asiento tras él. Ella hace un ademán despreocupado a tres cajas apiladas a un lado de la puerta. —Toma esas cosas y vete, te llamaré cuando te necesite—añade abriendo una carpeta y colocándose sus gafas para empezar a leer.

—Eso haré—respondo antes de dirigirme hacia la puerta y hacer malabares para cargar las tres cajas. —Gracias por la oportunidad, en verdad me alegra haber conseguido el trabajo y resultó ser uno de ensueño—comienzo a decir. —Estoy tan ansiosa por planear una boda, ¿no le resulta fascinan...?—ella me corta.

—Escúchame—ordena suspirando agotada, como si el simple hecho de escucharme ya le resultara cansador y agobiante. —Tú no me ayudarás a planear nada, yo estoy a cargo aquí y no preciso de ninguna de tus habilidades o, mejor dicho, carencia de ellas—cuadro mis hombros y retengo el aliento mientras ella me escudriña de pies a cabeza. —Llevo años en el negocio y puedo lidiar con todo por mi cuenta, sé cómo hacer mi trabajo y no quiero oír sugerencias, quejas, consejos, ideas o algo así de tu parte. Tú harás lo que yo digo y punto, no aportarás nada más que lo justo y necesario como para que te pague y logres llegar a fin de mes con algo de dinero en el bolsillo, niña.

—Y si usted puede encargarse de todo, ¿por qué necesita a alguien que haga tales cosas por usted?—inquiero reajustando mi agarre en las cajas.

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