♦VIERNES. Me preparó un desayuno de reyes, con velas en el centro de la mesa. Sí, ya sé que en general es la cena la que se hace con velas. Pero qué tiene de malo.
Entre las velas, mi carlota reinaba como estrella de cine. El té humeaba en la tetera, y el jugo de naranja estaba servidor en los vasos. Había hasta un pequeño ramo de flores. David estaba feliz con su sorpresa. Yo pensaba que todo se arreglaría. Papá regresaría al día siguiente, le hablaría de David, lo ayudaríamos.
–¿En qué piensas, hermanita?
–En las vacaciones. Acamparemos junto al mar con mi papá.
Podrías venir. Estoy segura de que te llevarías bien con él. Y también pasearemos en barco...
–¿Por qué no? –dijo, con ojos soñadores.
Realmente pensé que todo de arreglaría.
Pasamos la mañana leyendo cómics, mis preferidos son Blueberry y Jeremiah. Hacia mediodía alzó la nariz de su lectura, para decirme:
–Me está dando un poco de hambre, ¿podrías ir a hacer unas compras?
Me dió un billete. Mientras bajaba, pensé: “Se me antojan unos espaguetis a la boloñesa”, pero como no tenía ganas de prepararlos, me decidí por una pizza.
El cielo se había nublado: amenazaba tormenta. Me gusta la lluvia, lo limpia todo. Fui a encargar una pizza al señor de la camioneta “Pizza - Papas fritas - Bebidas”, estacionada en la plaza.
–¡Cinco minutos de espera, señorita!
Sobre el poste de la luz, ahí al lado, había un cartelito, el mismo que había visto dos días antes en la vitrina de una tienda. Me dió una idea.
–La pizza, ¿con aceite picante?
Indiqué a señas que sí. La guardó en una caja de cartón, y me la llevé.
En vez de regresar inmediatamente al estudio, me detuve en una cabina telefónica de monedas, que seguramente se les había pasado cambiar. Puse la pizza sobre la repisita y marqué el número.
–S.O.S. DROGA, buenos días, puede usted hablar.
–¿Puedo no decirle mi nombre? –pregunté.
–Las llamadas son anónimas, no le pedimos nada. Puede usted hablar.
Entonces les conté todo, que conocía a David, que se drogaba, y pregunté que había que hacer para que lo dejara. La voz al otro lado de la línea era muy suave. Me dijo que había hecho bien en llamar, y que si quería ayudar a mi amigo, lo que podía hacer era darle ese número y decirle que podía llamar tanto de día como de noche. Me dió también las direcciones de lugares donde lo ayudarían sin preguntarle nada, sin crearle problemas.
Anoté todo en la caja de cartón. Luego le dí las gracias y colgué.
Como la pizza se enfriaba, me apuré, pero no corrí en la escalera, para no exponerme a que se me cayera: tenía hambre.
Bajé la manija con el codo, y empujé la puerta con el pie. Estuvo a punto de gritar “a comer”, pero no tuve tiempo. David estaba acostado sobre su cama, inmóvil. Su brazo colgaba al aire, encima de una jeringa rota en las baldosas.
Caminé hasta el refrigerador sin despegar la mirada de él. Puse la pizza dentro. Recogí mi chamarra y mi mochila, y me fui.
Estaba muerto. ♦
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Un pacto con el diablo
SonstigesRoxana ha vuelto a pelear con el esposo de su madre así que decide irse a vivir con su padre. Cuando todos duermen huye de su casa y desde un café le llama, pero sólo contesta la fría voz de la grabadora: "...estaré fuera de la ciudad, deje su mensa...