XII

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—Puedes escribirlo si quieres. Aquí.

Voldemort le alcanzó un pergamino. Largo, amarillento. Harry le reconoció al igual que la pluma estilográfica platinada, maciza contra su mano.
       
—¿En una lista, o un ensayo? —su voz brotó burlona. La risa de Voldemort fue más un gruñido.

—En lo que te haga sentir más cómodo.

Libertad. Allí estaba. Escoge. Puedes hacerlo, si quieres. Puedes escoger. Puedes ser mío, pero al serlo, obtendrás libertad.

Sí, verdaderamente Harry no sabía lo que era la libertad. A veces era la sensación de volar en una escoba siendo perseguido por Aurores, con Voldemort apareciendo de la nada y lanzándoles maldiciones. A veces era la expresión de estupefacción en el rostro de su propio padre cada vez que le llevaba comida. YO NO TE CRIÉ PARA QUE FUERAS LA PUTA DEL SEÑOR OSCURO. No, tú me has criado para que fuera la puta del mundo mágico, ¿eh? Y risas. A veces, la libertad se resumía en momentos, y otras veces, en cadenas. En decisiones. En toma tú esto y haz lo que quieras, en escoge cómo te vestirás hoy, en escoge quién serás hoy. Rey, Príncipe, Arlequín, Juez, Verdugo. La mano que impondrá el castigo o el jurado que decidirá cuál será.

El mundo era extrañamente cerrado para ser un mundo tan libre.

(Y, sí. Quizá había enloquecido. Pero era uno de los defectos de la libertad: cuando uno la obtiene, es tan extensa a sus manos y el mundo es tan infinito que uno no es más que capaz de cerrar los ojos y quedarse en su oscuridad mientras lo recorre por completo).

La pluma estilográfica pesaba en su mano. Apuntó con letra temblorosa, primero, en la parte superior del pergamino. Libertad: qué es lo que me impide alcanzarla, y cómo lo contrarrestaré.

Luego, enumeró. 1) Mi familia.

Cerró los ojos, pensando. Su familia. Lily Evans, James Potter; ambos intentando controlar y maniobrar su vida, incluso desde las grutas de los confines más sinuosos del infierno. a) Apartarlos de mi vida. Una opción muy probable, pero no tenía resultados inmediatos. No había prisiones y no había más que habitaciones de clausura donde todos se reunían entre todos, luchaban por un trozo de pan mohoso. Aquellos que hubieran querido robar libertad ahora lo estaban sufriendo.

b) ¿Matarlos?

No se sentía capaz, así que pasó a la siguiente.

c) Romper su libertad.

Sí. Bien. Esa se sentía muy buena, y muy real.

Prosiguió. Amigos, amigos falsos que habían esperado e intentado modificarlo desde lo intenso hasta lo inverosímil. Que habían tomado los jirones de su vida y torcido a un nivel de desagrado. Deshacerse de ellos.

Pauta por pauta, se encontró con que lo único que en esos momentos lo ataba a la ceguera de la prisión era él mismo.

¿Cómo uno mismo puede impedirse ser libre?

Él era Harry Potter. Mientras fuera Harry Potter, todos esperarían de él una cosa. Y todos dirían que se equivocaba. Todos observarían sus decisiones, sus actos, y dirían le ha lavado el cerebro, está bajo un Imperius, está maldito, no es él.

Harry Potter era libre. Ahora, lo era. Y ahora haría lo que deseara.

—Morir —murmuró Harry—. ¿Por qué serías capaz de morir?

Voldemort sí le miró. Sus ojos como rubíes cargados de vitalidad le cercenaban en trozos los pulmones y el pecho. Su corazón se aceleraba tanto que incluso olvidaba respirar. Niño tonto, reía él mismo. Avecilla tonta, tonta, tonta, y Voldemort curvaba su sonrisa.

—¿Por qué esa pregunta? —Voldemort se levantó de su asiento junto a la ventana. Llovía, y las gotas salpicaban el cristal, ríos de lluvia goteando desde la parte más alta de las ventanas amplias hasta abajo, justo donde el alféizar dejaba gotear todo hacia el jardín debajo. Harry enrolló su lista y Voldemort no se la arrebató para leerla. Libertad.

—Curiosidad. Tú... has dicho que la muerte te condena si es otro quien la otorga. Sólo la enfermedad, la muerte natural y el suicidio otorgan la libertad. Pero si debieras morir por algo, ¿por qué lo harías?

Voldemort le sujetó con delicadeza de la barbilla. Sus ojos, tan cerca que quemaban. Su aliento salpicádole el rostro con la suavidad de una caricia; dulce, té dulce, y la suavidad de los carnosos labios rozando los suyos al hablar.

—Tú —susurró, tan débil que apenas pudo haberlo oído—. Tú eres todo por lo que yo moriría.

Y atrapó sus labios en un beso.

Do we feel safe?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora