Una pésima idea

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Víctor trataba, pero no podía dormir, el japones que dormitaba a su lado le causaba una inquietud que no le permitía conciliar el sueño. Sus manos picaban por acariciar a la bella persona que descansaba al lado suyo, y sin poder evitarlo, sus manos fueron a parar a la cintura del japones. Le sorprendió gratamente sentir lo estrecha que esta era, pues para ser un chico, esta era bastante fina. Sus manos continuaron con su recorrido, hasta toparse con las deliciosas caderas de ese apetitoso y dulce japones, se deleito con su forma... Eran perfectas, inclusive mejores que las de sus anteriores ex parejas. Sus manos continuaron con su recorrido, deslizándose por los firmes y grandes muslos que poseía ese chico, se sentían geniales y una parte de si codiciaba estar en el interior de ellos, haciéndole delicias, mientras llevaba al cielo a ese sensual azabache, pero su curiosidad no se detuvo ahí y llevó sus inquietas manos hasta la majestuosa cola con forma de pera que se mandaba ese japones, sus manos amasaron esos ricos melones y los estrujarón con fuerza, sacando un lindo y adormilado gemido del japones que antes dormía.

–Victoru...– gimió quedamente el japones, mirándolo con sus ojos grandes e inyectados de deseó. Ese susurro que clamaba su nombre con ese acento japones tan marcado y de forma tan sensual fue su maldita perdición y su condena.

Mandando su caballerosidad muy a la mierda, dejo salir al animal durmiente que habitaba en su interior, a ese ser insaciable que ninguna pareja anterior había logrado despertar en él, pero que este japones había logrado despertar únicamente con su figura y su sensual voz.

Sin ningún tipo de miramiento, giró completamente al japones, haciendo que su espalda pegara contra el colchón, para luego abrirse un espacio entre sus piernas, y acomodarse entre ellas, mirando con lujuria el delicioso bocadillo que iba a degustar.

Sus ojos azules, oscurecidos por el deseo y la lujuria, se reflejaban en los irises cafés, que lo contemplan con deseo, lujuria e inocencia. Un gruñido se escapo de sus labios y bajo a apoderarse de sus labios, invadiendo su cavidad y saboreando su dulce boca, maravillándose por el exquisito sabor que esta tenia.

Sus manos, ansiosas, se deslizaron a través de su pecho, buscando alguna forma de deshacerse de las molestas prendas que cubrían aquella preciosa piel, que debía ser bastante suave, cálida y deliciosa. Frustrado por no conseguir su objetivo, abrió la camisa sin ninguna delicadeza, mandando a volar los botones de la prenda y dejando al descubierto su blanquecino pecho y sus pequeños y apetecibles botones rosa.

El largo e intenso ósculo finalizó, para posteriormente deslizar con lentitud sus labios por sus mejillas hasta su cuello y seguir descendiendo lentamente, dejando una que otra marca, hasta llegar a sus pezones, los cuales se dedico a saborear y torturar a su antojó, hasta que estuvieron bien rosados y erectos.

Sus besos siguieron descendiendo, mientras el aferraba sus manos fuertemente a las blancas caderas, dejando una marca de sus dedos, debido a la presión ejercida. Sus besos y chupetones continuaron, hasta que llegaron a donde la tela marcaba su limite. Un gruñido de molestia se escuchó de su parte, confundiéndose con los deliciosos jadeos y gemidos que soltaba a cada rato el japonés. Con rapidez, se apresuró a retirar las prendas que le privaban de admirar y saborear a su libre antojo ese deliciosos cuerpo, pero, cuando estaba a punto de lograr su objetivo, revelando la intimidad del menor que le miraba deseoso...

Despertó...

Se encontraba completamente empapado de sudor y su largo cabello, así como su ropa, se pegaba a su cuerpo. A su lado, en completa calma y paz, descansaba el pequeño japones al que había retenido, casi en contra de su voluntad, envuelto en sus sabanas.

Un suspiro salio de sus labios, y el frío presente en una zona de su cuerpo, le hizo levantar un poco las colchas, descubriendo para su completa sorpresa y descontento, que se había venido en sus ropa interior, cual adolescente hormonado, y todo por un sueño húmedo con su niñero, el cual, cabe resaltar, es menor que él.

Cuidando del Pequeño VicchanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora