Aprender a vivir

1 0 0
                                    

Mucha gente dice que la vida es bella si sabes vivirla, pero ¿Qué pasa si un día de la nada te
olvidas cómo vivirla?, ¿Qué pasa si un día viene alguien y de la nada, te arrebata tus ganas de
vivir?, ¿Hay algún manual que te enseñe a vivir?, ¿Quién dice cómo hay que vivir? Esas son algunas
de las preguntas que están siempre en mi cabeza.
Yo siempre había sido una persona alegre, llena de vida, sí, aunque no parezca, yo estaba llena
de vida, sí, vida. Pero no siempre es todo color de rosa, y hay situaciones que pueden convertir a
la persona más alegre y cariñosa del mundo, en la más triste, fría y gris, si, gris, o al menos eso es
lo que a mí me pasó.
Desde que soy chica, me gusta mucho el arte. Siempre me gustó mucho la música, el baile y la
actuación, y mi sueño siempre había sido salir en televisión. Pero mi abuela siempre me decía que
si quería ser como mis actrices favoritas, tenía que dejar de comer tanto, que estaba medio gorda,
que para ser actriz tenía que ser flaca. Y yo me crié con esos comentarios. Pero en realidad, eso
nunca me importó mucho.
Pero cuando entré a cuarto grado, todos los que yo creía que eran mis amigos, comenzaron a
dejarme de lado y a burlarse de mí, y todos los comentarios que mi abuela hacía sobre mi peso
comenzaron a hacer ruido en mi cabeza.
Empecé a deprimirme, no quería q nadie me mire. Usaba camperas grandes, con capucha para
que nadie pudiera verme ni decir nada sobre mí, pero eso no funcionó mucho. Ellos seguían
molestándome. Y lo peor de todo es que nadie me ayudaba, me decían que yo tenía la culpa de lo
que me estaba pasando. Todo adentro mío estaba mal, me estaba derrumbando, me estaba
muriendo por dentro.
Empecé a sentirme gorda; me obsesioné con mi peso. Y así fue como un día conocí a las que iban
a ser mis mejores amigas durante los próximos tres años. Ellas eran Ana y Mía…
Siempre se había dicho de ellas que eran una mala influencia. Mucha gente me advirtió que no
me iban a traer nada bueno a mi vida. Pero yo no los quise escuchar. Ellas me cegaron con su
forma de vida, parecía muy buena.
Un día decidí contarles a ellas lo que me estaba pasando y cómo me sentía.
Ellas me contaron todos sus secretos, cómo hacían para ser tan “perfectas”.
Mía, me contó, que ella, para no engordar, vomitaba todo lo que comía, tomaba laxantes y
diuréticos. Ana, en cambio, me contó que ella no comía absolutamente nada, que hacía mucho
ejercicio, que de esa forma no subía de peso, de hecho, todos los días estaba más flaca. Ellas me
dijeron que de esa manera iba a bajar de peso, que ya nadie se iba a burlar de mí, y que de una vez
por todas, iba a ser feliz. Ese día Ana y Mía, sin darme cuenta, dejaron de ser mis amigas
consejeras y se convirtieron en mi enfermedad.
Y así fue como comencé mi viaje hacia la perfección, aunque sin darme cuenta, estaba cavando
mi propia tumba.
Primero intenté ser como Mía, porque no podía resistir la tentación, me atiborraba de comida y
me daba mucha culpa haber comido. Pero luego, por más que intentara, no podía vomitar. Así
que decidí ser como Ana, y deje de desayunar y merendar, después deje los almuerzos, y por
último, dejé de cenar.
Así, en poco tiempo, Ana empezó a convertirse en todo lo que yo pensaba. Siempre pendiente
de las calorías, el peso, el ejercicio.
Empecé a ir al gimnasio dos horas por día, con el estómago completamente vacío.
Empecé a bajar de peso muy rápido, y eso trajo consecuencias. Tenía frío en todo momento, por
más que hiciera calor, mi menstruación empezó a retrasarse, la falta de alimento hacía que me de
mucho sueño, y al mismo tiempo, hacía que no pudiera dormir. Mi piel estaba verdosa, mi cara
ojerosa, y de a poco se me empezaron a notar todos los huesos. Me convertí en un zombi, una
marioneta que Ana manejaba a su antojo.
Y comenzaba a sentirme mal, tenía mareos, dolores de pecho y de abdomen.
Y a pesar de que esto me hacía tan mal física y emocionalmente, yo seguía aferrada a mi
pensamiento, a mi idea de ser perfecta.
Con el tiempo empezó a notarse mucho, ya mi enfermedad era una obviedad para todos, y ahí,
me di cuenta de que mucha gente te juzga y molesta por cualquier cosa. Deje de ser la fea del
curso para convertirme en esa anoréxica patética que odiaba a todos.
Todo el mundo me hacía comentarios acerca de mi peso, pero esta vez, en lugar de decirme
gorda, me decían que estaba muy flaca, que si seguía así, me iba a morir.
Algunos hacían esos comentarios porque estaban preocupados por mí, pero otros, lo decían para
burlarse, y así vivía. En una lucha constante por sobrevivir un día más. Escuchando a mi mamá
llorando, pidiéndome que le permita brindarme ayuda. Escuchando cómo todos me decían que me
iba a morir. Eso es lo que yo quería. Morir…
Ya nada me importaba, dejé de ser la alumna diez, para convertirme en una alumna mediocre. Y
cuando intentaba llevarme bien con mi cuerpo, Ana siempre estaba ahí para recordarme que ella
nunca se iba a ir, que estaba gorda, y tenía que seguir bajando de peso.
Mi mamá se hartó de la situación, decidió mandarme a la psicóloga. Eso me ayudó mucho por
un tiempo pero, había muchas cosas que hacían que siempre volviera a Ana.
Mis papás desde que se separaron, lo único que hacían era pelear, y en la escuela seguían
burlándose de mí.
Tuve muchas idas y venidas. A veces comía, a veces no, y era así todos los días. Hasta que un
día, decidí terminar con todo, no me importó que consecuencias me iba a traer, no me importaba
que pensaran los demás, decidí dejar de comer y esta vez no me importaba lo que me dijeran, me
quería morir, pero no podía hacerlo sola. Esta vez no solo deje de comer, sino que también me di
atracos de comida y después me laxaba. Empecé a escribir un diario. Ahí anotaba todo, como me
sentía, que comía, que no comía, escribía todo.
Un día me sentía super triste, ya no podía con la vida que tenía, así que tomé la decisión que
jamás pensé que iba a tomar, decidí suicidarme. Escribí una carta en mi cuaderno, era para mi
mamá, le pedía perdón por todo lo que la hice pasar, y por lo que iba a hacer. Iba a escribir una
para cada persona importante en mi vida.
Pero cuando escribí la carta para mi mamá, al día siguiente, me olvidé mi cuaderno en la escuela
y lo vió la directora. Ella, llamó a mi mamá y todo lo que había estado callando durante ese
tiempo, salió a la luz.
Ese día tuve una larga charla con mi mamá. Ella me dio un abrazo tan fuerte que casi se sintió
como si todos mis problemas fueran a solucionarse, pero estaba tan equivocada.
Al día siguiente desde que entré al aula, todos me estaban mirando, y hablando por lo bajo.
Pude ver cómo me señalaban y al mismo tiempo susurraban. Ese día encontré a un compañero
revisando mis cosas, lo encontré con un cuaderno en el que yo escribía las cosas del colegio (si
había que llevar algo o estudiar, etc.).
Y los días que siguieron fueron peores.
Llegaba al colegio, lo único que hacía era estar echada en una silla y escuchar música hasta que
fuera la hora de irnos, y a veces, para no perder la costumbre me peleaba con algún compañero o
profesor.
Mis compañeros me decían cosas, yo me defendía y los profesores empezaban a decirme cosas,
y echarme la culpa de lo que me decían. Como hacían siempre. Como venían haciendo hace siete
años.
Y llegaron los ataques de nervios.
Una discusión tonta con mi mamá, se transformaba en un griterío. Me ponía a llorar,
comenzaba a rasguñarme los brazos, a darme golpes en las piernas, en los brazos, me pellizcaba,
me tiraba del pelo, y no podía parar. Traté de explicarlo lo mejor que pude para que me
entiendan pero no existen palabras que expliquen cómo me sentía en esos momentos.
Y fueron dos semanas en las que todos los días sentía que me moría.
Hasta que un día llegó la ayuda que tanto había pedido. Me cambié de escuela. Me costó
mucho despedirme de mis amigos, pero no me arrepiento de la decisión que tomé.
Tengo que admitir, que sentí mucho miedo. Pero ahora puedo decir, que ya estoy lejos de todo
eso. Ya no veo a Ana y Mía como amigas, ya no me llevo con ellas. A veces intentan volver, pero
yo sé que tengo que ser fuerte y darles la espalda.
Puedo decir que soy feliz, y que ya no lucho para sobrevivir un día más, sino que cada día vivo
para luchar por mis sueños, cumplir mis metas y que esto, no me vuelva a pasar.
Y si alguien me pregunta, si cambiaría mi vida, diría que no. Porque gracias a eso, pude aprender
a quererme a mí misma, y gracias a todo lo que me pasó, aprendí a vivir.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 02, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Aprender a vivirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora