Casilleros, caídas y confesiones

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Con la espalda en un ángulo anormal, sus costillas siendo atacadas por unos libros que ni siquiera debían estar ahí y a punto de desmayarse por el intenso aroma entre sudor y cloro, Mingyu no se sentía particularmente sorprendido por su situación. Desde que era un niño, su vida rayó entre lo extraño y ridículo; aunque encontrarse en un casillero de 1,70 centímetros de alto y 45 de ancho fácilmente podía encabezar la lista de momentos asombrosos e inexplicables de Kim Mingyu.

Pero entonces, ¿cómo empezó todo? ¿Y por qué razón estaba allí encerrado?

Oh, esa era fácil. Mingyu rió, pues para él todo volvía a su primer año de colegio; aunque probablemente el verdadero inicio fue en su graduación –cuatro años después.

Nunca se le olvidaría; el director llamó su nombre y Mingyu –emocionado y nervioso como estaba –se levantó y fue hasta la tarima para recoger su título. Hasta ese punto, todo fue un éxito (y ni siquiera tenía que mirar al público para saber que sus padres y hermana menor exhalaban aliviados); pero entonces miró al resto de su generación (que realmente era un año mayor a la de él, pero sus notas e ingenio desde la escuela temprana le llevaron a adelantarse un año) y el chico Jeon Wonwoo –tan hermoso, joder –dejó de hablar con sus amigos por un segundo, le dio una rápida mirada y una sonrisa de felicitación desde su asiento. No importó cuánto se concentró en mover un pie delante del otro, el cuerpo de Mingyu simplemente no quiso hacerle caso y él cayó por las gradas de la tarima, su título volando por los aires y las risas de todos bloqueándole los oídos ante su ridícula imitación de esquí.

Esa fue la primera vez que Wonwoo reconoció su existencia. Jeon Wonwoo, el chico de biblioteca que era su platónico desde que la pubertad hizo mella en él –convirtiéndolo en un tipo unos cuantos centímetros más bajos que Mingyu y con un cuerpo digno de modelo de revista couture. Y, por más que le agradara la idea de que el mayor supiera de su existencia, estaba aún más agradecido por el hecho de que ya no lo vería más y podría empezar de cero en la Universidad de Seúl –donde nadie lo conocía como "Kimccidentes" (los derechos respectivos al idiota de su mejor amigo, Seokmin, que creó y difundió el apodo).

Y tres años después, admite que esa esperanza fue tonta y desmedida, tomando en cuenta todas las pruebas que probaban lo contrario. Al menos su fama era solo conocida entre sus compañeros de carrera, y a ninguno parecía molestarle que el moreno gigante no tuviera un adecuado control de sus largas extremidades. Eran incluso muy comprensivos y, aunque todos se quitaban del camino mientras él iba a saludar al suelo, luego se acercaban a ayudarle a ponerse de pie. No se quejaba, era agradable e incluso el tipo más intimidante de su clase (un chico de 1,64 centímetros; que ironía) había encontrado a Mingyu como su punto débil. Luego de ser compañeros de mesa durante un año entero y explicarles a los profesores que no, yo no le dejé el ojo morado a Kim, él se lo hizo solito más veces de las que le gustaría contar; Jihoon finalmente se rindió y aceptó al menor como su amigo.

Seokmin se les unió un año después, ya que él sí se graduó con su generación original y pasó el examen de ingreso de la Universidad de Seúl, decidido a graduarse en canto –Mingyu siempre supo que lo lograría, pero no lo diría en voz alta mientras el idiota #1 viviera.

Entonces, su grupo de amigos incrementó; ya que tanto Jihoon como Seokmin le presentaron más personas y unas chicas agradables de su propia carrera también se hicieron lo suficientemente cercanas a ellos como para compartir mesa en la cafetería y hablar sobre los planes para el verano. Todo iba bien, relativamente maravilloso, y Mingyu estaba amando más su época de universitario que la colegial (más que nada por el cómo cerró con broche de oro esta última).

Pero él era Kimccidentes y no podía vivir sin hacerle honor a su sobrenombre, por lo que no le sorprendió que un día –mientras hacía fila en la cafetería y saludaba a Hyejin y Jisoo (la chica era igual de rara que él, la amaba por eso) sentadas en su mesa –no fue capaz de medir su impulso al caminar y resbalara, empujando al chico frente a él (y al que estaba frente a este, y así sucesivamente, en un efecto dominó) hasta la caja registradora donde quien pagaba perdió su almuerzo ya que cayó al suelo. Mingyu, que ya era capaz de anticipar las idioteces que podía cometer, se pidió un almuerzo extra y, entre malas miradas y exclamaciones de fastidio, llegó hasta el inicio de la cola y pagó tanto las comidas que pidió como la que botó para luego enfrentar al chico que fue víctima de su torpeza.

Torpe • MEANIE •Donde viven las historias. Descúbrelo ahora