CAPITULO ÚNICO

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En un tiempo lejano al nuestro, todos sabemos que al hombre avanzando los años se le ocurren nuevas cosas, ya sean buenas o malas y los que tienen el poder de imponer no lo desperdician, así es como decidieron dividir a las personas en dos, los científicos mundialmente se opusieron desde un principio, creían que era una innecesaria idea, por su puesto del lado de los políticos todo era satisfacción y afirmación hacia esta nueva forma de vida que poco a poco se quedaría.

Así es como encontraron otra forma de dividir a las clases sociales, las religiones se olvidaron, el dinero ya no era tan importante, las diversas nacionalidades se desvanecieron. Ahora el mundo era uno solo con sus dos tipos opuestos de personas, primero los Longevos, quienes eran distinguidos por tener ojos color cielo y vivir cuanto les diera la gana sin preocupación y los Perecederos con una vida mucho más rápida que con suerte alcanzaban a vivir limpiamente sus 500 días correspondientes antes de marcharse a la muerte, con sus discretos ojos marrones casi negros.

Por las calles de lo que alguna vez fue conocido como la bella Italia, un pequeño joven quien solo tenía dos meses de edad, pero a nuestro tiempo parecería un muchacho de 15 años, dependiendo siempre de sus anteojos para vivir literalmente, ganaba monedas gracias al poder de su garganta, cantando en lugares concurridos por longevos adinerados entreteniéndolos con su poderosa voz de tenor, promocionando música de ópera, piezas que los jóvenes ya no escuchaban desde hace siglos.

Con el dinero que los longevos le tiraban, se daba ciertos lujos que no todos podían, al terminar de cantar cada día corría a la tienda de dulces de los longevos, era cara, pero eran los mejores dulces de toda el área que hacían que cada centavo valiera la pena, se daba el lujo de venderlos algunos a sus compañeros de clase y de ahí ganar para comprar más.

Normalmente se la pasaba solo en clase y en todas partes, no estaba solo porque quisiera estarlo, sino porque todas las personas lo estamos en realidad, gente como el solo hacía su rutina todos los días sin salirse de ella, esperando días mejores que no llegarían. Pues los perecederos eran una familia de un solo integrante, el gobierno prefería que fueran personas solitarias introvertidas que aprendieran a disfrutar de sí mismas, a fin y al cabo no iban a durar mucho y por pensar en el qué sucederá, nadie se detenía a disfrutar los placeres de la buena vida, poniendo al poco dinero o al poco tiempo como excusa.

Al dueño de la dulcería, un longevo delgado de cejas pobladísimas como ciudades, Ignazio Boschetto le llamaba mucho la atención el pequeño Piero, quien veía disfrutar el sabor de los dulces como una pareja bailando salsa en su paladar cada que le iba a comprar a su tienda. Como se los llevaba a la boca tan inspiradamente como si no hubiera un mañana que esperar.

-Niño, a ti te gusta la buena vida, lo veo- Ignazio le miraba mientras le hablaba entregándole la feria en sus pequeñas manos.

-A mí no me gusta la vida, a mí me gustan los dulces-

El Ignazio sonrió ante tanta inocencia, por ser un poco tarde para andar por las calles le invitó un café y una cama cómoda solo durante esa noche con la condición que escuchara lo que le quería decir mientras brindaban con el café en la terraza de su vintage morada.

Esa noche, Ignazio le confesó sus secretos y sus más grandes deseos, como era más que un simple hombre dueño de una dulcería, como lo habían desterrado del laboratorio donde en el pasado trabajaba como químico por oponerse a la idea de quitarle cien días de vida a las nuevas generaciones de perecederos, así sucesivamente hasta que ya no quedara ninguno de ojos café, que a fin de cuentas el poco tiempo que tenían no les alcanzaba para aportar algo bueno a este mundo malo, tampoco les daba tiempo de disfrutar por vivir al día tratando de sobrevivir a una carrera con un pronto fin. Le contó a un niño que era la razón por la que los separaban en la escuela, por la que no caminaban por las mismas calles regularmente, por la que tenían unos más dinero que otros, por qué los longevos tenían grandes familias y los perecederos estaban solos, que era un sistema, una estilo de vida inútil que gracias a la ciencia podía romper, que solo necesitaba su palabra y apoyo para poner en marcha su proyecto. Estrecharon sus manos bajo la luz de luna antes de ir cada quien a dormir.

LA MAGNITUD DE PIEROWhere stories live. Discover now