Prólogo

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Planeta Iaena, año 403, Edad del Sigilo

Templo de la Luna

Las olas del Mar Riht se abatían furiosas alentadas por los fuertes vientos provenientes del sur. En la Costa sin Fin se alzaba imponente el Templo de la Luna, erigido por los primeros Rahok. Los miembros de la orden de los Oráculos de los árboles ancestrales ofrecían sus plegarias a Sentos, creador de todo lo visiblemente conocido en Iaena. Dentro del templo las llamas de los fuegos verdes danzaban y dibujaban figuras que resplandecían sobre las Tablas de Alumnir, una serie de escritos antiguos que profesaban en Eofin antiguo una profecía tan remota como el planeta mismo.

«"Llegará el día en que las dos lunas de Iaena se alinearán en el horizonte y las estrellas mismas serán testigo del nacimiento de una hija del Gran Sentos, cuyo cabello blanco y reluciente servirá de guía para aquellos que más lo necesiten en los momentos de oscuridad".»  

Uno de los sacerdotes se inclinaba haciendo una profunda reverencia ante las tablas cuando un resplandor dorado iluminó el cielo dejando caer sobre el templo un rayo que partió en dos la base de una de las tablas. Una vez disipado el polvo producido por el impacto quedó al descubierto una inscripción apenas legible a causa del mismo deterioro producido por el paso del tiempo. 

«"...y ambos, la hija de Sentos y el hijo del Gran Árbol traerán paz y esperanza a Iaena".»

Año 3072, Edad de la Profecía

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Año 3072, Edad de la Profecía

Tambores resuenan en la lejanía; el ligero murmullo del agua proveniente de las Cascadas Relucientes avanza sigilosamente atravesando el bosque de Grith y se adentra en las profundidades del Monte Thoren. Los kudú planean inquietos sobre el Valle de Dragan, en la cima de los picos de las Colinas Sigilosas se observan numerosos resplandores de color verde que contrastan con el cielo estrellado de Iaena.

Cánticos hipnotizadores nos trasladan al interior del Monte Thoren, donde la tribu del último Dios celebra el nacimiento de una niña. 

—¡Ha nacido! —anuncia el gran Chamán en Eofin antiguo.

Se oyen los gritos eufóricos que recorren las profundas cavernas de la montaña. Había nacido Nur, la niña de la profecía. Su padre, el jefe de la tribu, la recibe entre brazos mientras una lágrima de felicidad surca su rostro.

—Es hermosa, Vishna —manifiesta Malak, entregando a la niña a los brazos de su madre.

—Mi pequeño sol —murmura su madre besando a la niña en la frente—. Alabado sea Sentos por esta preciosa niña.

Padre y madre observan a la niña mientras uno de los sabios de la tribu entrega a Malak un cuenco de barro traído del Templo de la Luna. El padre sostiene el recipiente en alto y se lo pasa a su madre que, tomando un poco de la sustancia viscosa, dibuja en el vientre de la niña un triángulo con una hoja del Árbol Sagrado en su interior, el símbolo representativo del Dios Sentos.

Las crónicas de Iaena: El legado de Nyëthan Donde viven las historias. Descúbrelo ahora