Capítulo 12.

22 3 0
                                    

—¿Ya estás comprado? —preguntó sosteniendo la hamburguesa entre sus manos. Yo asentí, aún frustrado por la situación de más temprano, pero no tan molesto hacia la morena sentada frente a mí.

Alrededor de las cuatro, recibí un mensaje de Arabella donde decía que pedía perdón —aunque no realmente— y que nos encontráramos en Las Hamburguesas de Seb, uno de los establecimientos de comida más famosos de nuestra ciudad, para que así ella pudiera «comprar mi amor y estudiar sobre la Revolución Francesa».

Cuando le dije a mi mamá que saldría con Arabella, se puso a hacer chistes doble sentido mientras me daba dinero para mi comida. Solo alcé una ceja confundido y me fui rápidamente.

Definitivamente hoy todos estaban actuando raro.

Y ahí estaba yo, con mi hamburguesa de doble queso entre mis manos, con mis libros de Historia por toda la mesa.

—Sé que prometí que me ayudarías con lo Marlene, pero...

—Ah, ah, shh —me silenció alejando la hamburguesa de su boca—. No puedes simplemente ir por ahí haciendo promesas y deshaciéndolas cuando quieras. Así las palabras dejan de tener significado y solo en una bola de mentiras que crece cada vez que abres tu boca. Yo te di mi palabra de que esto sería recíproco, tú me ayudas, yo te ayudo. Tú me mantienes viva, yo mantengo viva tu vida sexual. Así de simple.

Suspiré y agarré el tabique de mi nariz. Estaba harto, de Arabella, de mis sentimientos por Marlene, del maldito Robespierre y el malvado de Blake...

—Arabella, de verdad, no necesito...

—...tu ayuda. Sí, ya sé cómo va todo el guión sobre Marlene —terminó por mí y bufó—. Pero la necesitas, créeme. Marlene no va a dar ningún paso a menos que tú des el primero. Ella es muy tímida, y tú muy idiota para reaccionar. Yo voy a ser como una consejera matrimonial sin los títulos: te voy a dar un empujoncito, o una patada en el trasero si te pones terco.

—Está bien, me puedes ayudar —Soltó un grito de alegría y comenzó a aplaudir—, pero solo debes presionarme a mí, nada de enviarle indirectas a Marlene ni mensajes ocultos o esas cosas raras que haces para entrar en su mente. Yo daré los pasos por mi cuenta y te pediré mi ayuda con ella cuando sea realmente necesario. ¿Ok?

—Sí, papá —aceptó con pesadez al ver todos mis peros. Pero lo hacía por el bien de Marlene y el mío. Si íbamos a la manera de ella, Marlene y yo estaríamos casados para la próxima semana. Quería ver el terreno primero, tener un romance para nada forzado. Ver si Marlene estaría dispuesta a tener algo conmigo—. Dios, ya estás sobre-analizando la situación con Marlene. Relájate un poco, Jules, o te va a dar un infarto a los veinte. —Ignoré sus palabras, no quería tener un regaño de ella ahora mismo—. Mírame, Hilbert Julliard —replicó agarrando mi hamburguesa y apartándola de mis manos. Con su otra mano, atrapó mi mandíbula y me obligó a mirarla a los ojos—. Jules, el amor es algo simple, no son estas estúpidas matemáticas que pareces amar ni una clase de Blake. No hay que analizarlo mucho ni pensarlo dos veces. Pasa o no pasa. Vive con esa lección, o muere soltero y arrugado.

Suspiré y agarré su muñeca, apartándola de mi cara.

—Lo sé, solo... no sé bien qué hacer y que no —admití avergonzado.

—Tranquilo —Sonrió amable—, para eso estoy yo.

***

85 DÍAS ANTES DE ESO.

Estaba cansado, estaba demasiado cansado. Sentía el peso del sueño sobre mis hombros y parpados, arrastrándome al piso mientras daba paso tras paso. Y por primera vez en la vida, no había sido debido a las series. Sino por mi muy parlanchina amiga, Arabella.

Dame una razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora