No lo podía creer. ¿Por qué él? ¿Por qué ahora? Apoyé las dos manos, una a cada lado del lavamanos y me enfrenté al espejo. Del otro lado, la otra Anabel me exigió no perder la calma, aunque no logró ocultar del todo el hecho de que también le había afectado.
―No puede ser. No. Puede. Ser.
Una chica que recién salía de uno de los cubículos del sanitario me dirigió una mirada preocupada: sin duda había escuchado mi monólogo. Fue a asearse en el lavamanos más cercano a la salida y, por lo tanto, el más alejado de mí. No podía culparla, ya que muy probablemente yo habría hecho lo mismo si de repente una loca hubiera entrado a los sanitarios y quejándose y balbuceando sobre el pésimo sentido del humor que tiene el Destino.
Fingí no darme cuenta de su expresión y busqué algo, lo que fuera en mi bolso de mano. Luego de unos segundos, opté por sacar mi lápiz labial y darme un retoque a pesar de que no lo necesitaba, sólo para aparentar algo de normalidad.
―Con que aquí estás ―Clara apareció y vino hacia mí―. ¿Qué haces? La película está por comenzar
Como siempre, mi amiga se veía preciosa. Llevaba puesto un vestido verde que le dejaba los hombros descubiertos y cubría apenas lo necesario de sus piernas para no cometer un delito contra la moral, zapatos abiertos color plata con tacón alto y un bolso y aretes de plata que hacían juego. Al caminar hacia mí, su cola de caballo ondeaba de lado a lado, como un péndulo capaz de hipnotizar a cualquier hombre. Clara estaba vestida para muchas cosas, pero no para ver los Power Rangers.
―¿Estás bien?
Asentí dos veces, y luego confesé que no.
―¿Qué diablos está haciendo él aquí?
Miró hacia la puerta y luego se acercó más a mí.
―Creo que te está siguiendo ―susurró.
Abrí mucho los ojos, alarmada. La verdad eso también se me había ocurrido. En mi cabeza se arremolinaban muchas preguntas: ¿Sería él capaz de algo así? ¿Cómo supo que yo estaría hoy en este cine?, ¿Debería llamar a la policía?
―Es broma, mujer ―mi mejor amiga soltó una risilla―. Es un ñoño, ¿recuerdas? Era de esperarse que estuviera en la premier de una película como ésta.
Mi cerebro se negaba a aceptar una explicación tan sencilla.
―Pero, pero... ¿por qué justo en este cine?
Clara entornó los ojos y volteó a verse al espejo para confirmar que se veía estupenda. Interpreté su silencio como un "No le voy a seguir el juego a tu berrinche". Otra mujer entró al baño y debido a que llevaba puesta una blusa del mismo tono de azul, por un instante creí que se trataba de Alejandro. Palidecí.
Mi amiga sacó su teléfono y se tomó una selfie, y otra, y otra. Con el pulgar arriba, mandando un beso, con una sonrisa coqueta... Mi celular no dejaba de vibrar cada vez que ella actualizaba sus redes sociales.
―Sonrié, Anita ―me abrazó―. Hashtag: ¿Ya qué?
Alcancé a ver mi expresión de angustia, ahora también en la pantalla de su celular.
―Intentemos otra vez ―levantó su móvil después de borrar la fotografía.
―No, Clara. No ―la empujé―. Esto es serio. ¿Qué voy a hacer?
Mi amiga respiró profundo antes de responderme:
―Podrías comportarte como una mujer adulta para variar.