La vaina y los mendigos

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Había una vez, dos mendigos muy tristes y muertos de frío que llevaban semanas sin comer. A punto de desfallecer, se apareció mágicamente una hada buena ante los dos desgraciados. La noble criatura les concedió una vaina de frijoles a cada uno y desapareció al instante, no sin antes pedirles que sacaran el mejor provecho de aquel regalo. Inmediatamente, el primero de los mendigos rasgó la vaina y engulló las alubias de un solo bocado. "Qué satisfecho me siento. Al fin mi estómago ha probado algo" exclamaba con alegría.

Mientras tanto, el segundo mendigo extrajo los granos cuidadosamente y los guardó en sus bolsillos, luego se comió el resto de la vaina y quedó igual de complacido.

A la mañana siguiente, el mendigo precavido sembró las alubias en la tierra fresca, las regó con un poco de agua y las protegió de la hierba mala. Así lo hizo durante un tiempo, y al cabo de un año, ya contaba con una planta hermosa llena de vainas. Entonces, el mendigo insensato le pidió devorar aquellas vainas y saciar su hambre, pero el noble hombre decidió plantar nuevos granos en su lugar, y esperar la llegada del próximo año.

En efecto, los retoños dieron a luz en poco tiempo, y el mendigo llegó a sembrar cientos de granos hasta llenar incontables sacos para vender. Su amigo desquiciado, quiso derrochar el dinero y darse mil y un lujos, pero el mendigo juicioso, que ya no le quedaba nada de mendigo, empleó el dinero para comprar más tierras y mejorar la calidad de los cultivos, compró regadíos y contrató a otros mendigos para que trabajaran la tierra por un salario justo.

Finalmente, el más inteligente de aquellos hombres se había vuelto todo un empresario exitoso, mientras el otro continuaba de mendigo, esperando que apareciera el hada nuevamente a regalarle otra vaina.

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