¡Hola! Feliz día de la Comunidad a los que viváis en Madrid. Os traigo un capítulo 14 con bastantes sorpresas, ya lo aviso. Quería decir que no lo he repasado, porque, siendo sincera, me da mucha pereza, así que seguramente encontréis bastantes fallos. Otra cosa que quería poner, es que he terminado hace un rato el capítulo 17 y llevo dos páginas del 18, y... ¡Al otro lado de la ventana ya pasa las 219 páginas! Sé que no es mucho, pero es un gran logro, ya que todavía me queda mucho para escribir de la novela (restauré la estructura), y tengo la esperanza de que llegue a las 400. Bueno, creo que eso es todo. Ya sabéis que, por favor, quiero 3 comentarios. ¡Feliz puente!
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Capítulo 14.
–Me temes –su voz rebotó en las paredes de mi cerebro, si es que tenía uno tangible.
–¿Por qué dices eso?
–Has cerrado con llave todos tus recuerdos y pensamientos.
–Nergal sí te teme, y tiene razones para ello. Yo no.
–Eso es porque no me conoces –de algún modo era como si me estuviese desvelando un secreto que solo sabían unas pocas personas, como si se estuviese abriendo a mí.
–Me gustaría hacerlo.
Él rio un poco y luego su voz dejó de ser un eco.
–Titubeas.
–Es posible.
Se produjo un incómodo silencio en el que ninguno sabía qué decir. Seguía notando la presencia de Ancel bien clara en el interior de mi cabeza.
–¿Cómo lo has hecho? –pregunté.
Él suspiró, pero no dijo nada.
–Es tu habilidad –adiviné.
–Así es. Por eso te leía los pensamientos –dijo, con voz queda.
–Pero, entonces, ¿qué es, exactamente? ¿Introducirte en cabezas ajenas, leer la mente?
–Tengo poder sobre el raciocinio, emociones y pensamientos de cualquiera.
–Vaya. Eso es muy útil.
–Algunas veces –me pareció que se encogía de hombros.
Era plenamente consciente de que le costaba abrirse, y lo estaba intentando. Conmigo.
–¿No me ibas a contar lo de los Purgadores?
–Ah, sí. Cierto. No te asustes –la sorna volvía a estar presente en su tono de voz–. Vas a ver imágenes, y vas a oír mi voz de fondo. Te iré explicando cada cosa mientras tanto.
Tragué saliva y asentí, sin estar muy segura de si él podría captarlo. No obstante, pareció que sí, porque al rato dijo:
–¿Preparada?
–Siempre.
Y una oleada de imágenes me invadió.
En la primera, Satán miraba fijamente un páramo helado. Algunos escombros estaban amontonados en pequeñas montañas en algunos puntos. Un monte a la derecha escondía cuevas y pasadizos, de los que pendían grandes e imponentes estalactitas que amenazaban con caer en cualquier momento.
Una esencia entró en la estepa congelada. Podía sentir, desde mi posición tras un árbol desnudo, el potente calor que emitía.
Conforme avanzaba hacia mí, fui escondiéndome tras el tronco, para evitar que me vieran.