El calor de la mañana

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Cuando abrí los ojos, el sol empezaba a filtrarse entre las cortinas del balcón. Sus rayos se paseaban por toda la habitación, llegando tímidamente hasta los pies de la cama. Me quedé mirándolos unos instantes, distraído, mientras mis sentidos se iban despertando poco a poco.

Una vez me acostumbré a la claridad y mi mente estaba totalmente despejada, me giré con cuidado hacia el otro lado de la cama. A mi lado, Laurent seguía durmiendo plácidamente. Su pelo rubio se esparcía por la almohada como oro líquido y su expresión reflejaba una calma que rara vez había visto en su rostro. Su boca, ligeramente entreabierta, dejaba salir el aire con suavidad, mientras su pecho subía y bajaba al mismo ritmo, medio oculto entre las sábanas. Le miré fijamente, notando cómo mi corazón se aceleraba poco a poco y cómo una sonrisa se abría paso en mis labios. Paseé la mirada por su piel, blanca y delicada, observé sus largos dedos descansando junto a una de sus mejillas. En cierto momento frunció el ceño, apenas unos instantes, tal vez por algo que sucedía en sus sueños, antes de soltar un pequeño suspiro, y con solo ese gesto mi corazón dio un vuelco en el pecho.

Con mucho cuidado de no despertarle me acerqué a él. Coloqué poco a poco uno de mis brazos por debajo de su cuerpo, mientras con el otro le rodeaba por encima. De esa manera, Laurent quedó escondido en mi abrazo, con su cara apoyada en mi pecho. Noté su respiración acariciándome la piel y, dejándome llevar por un impulso, deposité un beso sobre su frente. Jugué con su pelo, enredé sus rubios mechones entre mis dedos mientras observaba cómo se deslizaban entre ellos. Mientras, con mi otra mano, dibujaba círculos sobre su suave piel, notando su calor en la punta de los dedos.

Poco tiempo después, escuché cómo Laurent dejaba salir un suave gruñido. Después, su brazo rodeó mi cintura, subiendo con sus dedos por mi espalda hasta quedar totalmente pegado y abrazado a mí. Al mirar hacia abajo, vi que había abierto los ojos y pestañeaba varias veces para acostumbrarse a la luz. Con una risa ahogada me separé apenas unos centímetros para poder darle un beso en la frente y mirarle a los ojos después.

- Buenos días... - susurré sobre su piel.

Laurent emitió un grave sonido como respuesta, antes de mirarme con sus ojos azules, aun medio dormidos. Su expresión todavía guardaba un rastro de la inocencia que había mostrado mientras dormía, lo que me hizo reír y acercar mis labios a los suyos.

Fue un beso lento, dulce, que nos hizo contener la respiración a ambos. Al separarnos, Laurent permaneció con los ojos cerrados unos instantes más, antes de soltar un suspiro y volver a mirarme con una sonrisa.

Le amaba. Amaba cada cambio en su personalidad, cómo podía plasmar tantas emociones en su rostro. Amaba lo vulnerable que parecía a veces en mi presencia, aunque aquello le incomodase, amaba que mostrase esa confianza en mí. Amaba su cuerpo al igual que amaba su alma. Amaba su fiereza y amaba su capacidad de perdonar. Amaba nuestra historia y, sobre todo, amaba que hubiese querido escribirla conmigo.

Porque esas mañanas eran algo que no cambiaría por nada del mundo.

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El calor de la mañanaWhere stories live. Discover now