Marina

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El café se le había enfriado por cuarta vez. No sabía ya de qué manera disculparse con el mozo por pedirle que se lo volviera a calentar.

Marina no era de esas personas a las que les gusta molestar a los mozos con la mera excusa de "ése es su trabajo" o "si me lo van a cobrar tan caro que me atiendan como corresponde". Al contrario, si la hubieran dejado pasar a la cocina seguro se lo calentaba ella misma.

Rubia, pecosa, de mirada melancólica y sonrisa casi inexistente, Marina era de las chicas que prefieren pasar desapercibidas . Sus bellos ojos turquesas con pequeñas máculas verde esmeralda estaban escondidos tras un par de gruesas gafas.

En estos días hiper grises en su pueblo costero del sur, la melancolía calaba aún más hondo en ella, casi obligándola a refugiarse en ese bar cercano al faro donde nadie la cuestionaba por quedarse tres horas inmóvil con la mirada pérdida en el revuelto mar.

Y es que Marina sentía una fascinación casi peligrosa por la inmensa nación de agua que, a sus pies, se extendía miles y miles de kilómetros hacia el horizonte. En esos momentos eran Marina, el mar y absolutamente nada más.

Su madre, fallecida hacía más de tres años, repetía que ni a propósito le hubiera quedado tan bien el nombre, y que su melancolía se debía, según las viejas del pueblo, a que había llorado dentro del vientre de su madre a causa de que su padre las abandonara antes de que Marina naciera.

Esta tarde de otoño, habiendo salido del bar, nuestra amiga se decidió a pasear por la playa. Acariciando entre sus dedos el dije de turmalina de su pulsera, única conexión con su padre que jamás conoció, sintió el irremediable impulso de meterse al mar. Un llamado interno, una sensación de paz que la embargaba con cada pasó que daba, como si toda su melancolía acumulada en estos veintitrés años de vida fuera reemplazada por alegría, como si las frías olas lavaran toda su tristeza.

Tomó dos grandes bocanadas de aire y metió la cabeza debajo el agua. Se impulsó más abajo, siguiendo el llamado que hacía eco en su interior "Vení Marina, te estoy esperando, dale, que no hay mucho tiempo para charlar..."

No entendía, pero obedecía. Tenía la extraña sensación de conocer esa voz, con el agua haciendo presión en sus oídos y pulmones, el eco le era extrañamente familiar.

Y de pronto, la completa oscuridad. Se dió cuenta de que ya no estaba aguantando el aire, que no lo necesitaba. Sus pulmones se habían acostumbrado al medio líquido en el que se encontraba. Su cabello fosforecía en las profundidades permitiéndole ver más allá de su propia nariz. Su piel se volvió escamosa y ahí se asustó. Sobre todo porque era la primera vez en todos sus años de bucear que le pasaba algo así, y porque el dije de turmalina brillaba a más no poder, como si fuera un faro, latiendo al mismo ritmo que su corazón.

Se dió cuenta de que la ropa le pesaba y sé la fue quitando. Dejándose sólo la ropa interior y la camiseta siguió hasta el fondo del lecho marino casi sin darse cuenta. Entre las formaciones rocosas y los bancos de algas creyó percibir una criatura que la espiaba.

"¿Qué o quién será eso?" pensó Marina. Y para mayor desconcierto esa voz que la llamaba antes, ahora resonó fuerte y claro en su ment e: "Prometéme que no te vas a enojar..."

"¡Mostrate, cobarde!" gritó en pensamientos Marina.

"Soy Sergio... tu papá" dijo la voz.

Saliendo de entre las algas un fantástico tritón (torso de hombre, cola de pez) la miró apenado.

"Perdoname por haberlas abandonado, hoy hace veinticuatro años que me fuí y no me perdono ni un solo día el no haber podido confesarle a tu mamá que yo pertenezco a este mundo..."

Marina sintió rabia al principio, pero después, recordando a su madre, comprendió la decisión que Sergio había tomado.

Empezó a mirarlo y sé dejó llevar por las ganas inmensas de abrazarlo que había acumulado durante tantos años.

¿Me puedo quedar con vos?- Preguntó Marina- arriba no tengo a nadie...

"Ya lo sé hijita, por eso te estuve llamando".

Una gran sonrisa sé dibujó en el rostro de Marina y abrazó aún más fuerte a su padre...

PUERTO MADRYN, 14 DE MAYO DE 1973.. Diario El Faro

En horas de la madrugada, el operador del faro, Gregorio Robles, informó a las autoridades locales el avistamiento y posterior llegada a la playa del cuerpo de una muchacha de unos 25 años de edad. El cuerpo presentaba escamación debido a la larga exposición con las frías aguas del mar. Lo extraño del caso es que su largo cabello rubio tenía cierta fosforescencia, la cual los forenses adjudicaron a un tipo de alga de las profundidades. Sus ojos estaban completamente abiertos y parecía sonreír. Hasta ahora nadie se acercó a reconocer el cuerpo.

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