Para todas mis vidas

2 0 0
                                    

1.

Sólo tengo vagos recuerdos sobre la primera vez que morí. Ver una luz bailando a través de un velo de agua me hizo creer que todo había terminado. Fue una suerte que mis ojos se quedaran abiertos, porque, aún sin vida pude percibir algunos aspectos de aquella existencia. Poco a poco el agua fue descendiendo hasta descubrir mi rostro, revelando lo que minutos antes luchaba por ser libre y dar una pequeña bocanada de aire.

Lo importante era mantenerse vivo. O viva, en este caso, porque noté la delicadeza de una de mis manos, con dedos cortos y frágiles y las uñas pintadas de color carmín. Mis pies, inertes e indiferentes ante lo que había sucedido, completaron una limitada escena: la actriz en aquel momento terminó la función con un final fulminante. El escenario era una bañera recién drenada y el único público era una pequeña sombra de cuatro patas que se alejaba con elegancia, como si la obra no hubiera cumplido con sus expectativas. Tuve la impresión de haber llorado, pero pudo ser el agua destilando por mi rostro.

2.

Aquella fue mi última memoria, pero es mejor así, porque no me gusta recordar partes de un cuerpo que ya debería haber olvidado. Cuando llega una imagen se desvanece en un instante, pero cada sensación es diferente. Puede ser tanto el aroma reconocible de una flor desconocida, o bien un sentimiento de inquietud que se rompe con amargura en la garganta.

No me gusta el presente, porque muchas veces nos engaña disfrazándose de recuerdos. "Vive el presente", me han dicho sin pedir una palabra, y siento el impulso inevitable de dibujarle una nueva boca con las garras. No tengo por qué ser amable con las personas si nadie lo es conmigo. Es cierto que la vida que tengo en este tiempo es menos emotiva que las que he tenido, pero sí es mucho más impulsiva.

Disfruto una existencia sin demasiadas preocupaciones. Mis días no comienzan con el sol ni terminan con la noche; todo empieza cuando tengo algo que cumplir y termina cuando finalizo lo que debo hacer. Así que caben varios días y noches en lo que una persona puede referirse a un solo día; tal vez por eso nuestra vida es más corta que la de ellos.

Cada vida con la que se existe define las obligaciones, eso lo aprendí a la mala. En este tiempo tengo el compromiso de dormir, maullar para acompañarme, comer y seguir durmiendo. De vez en cuando, al estar cerca de la persona con la que vivo, me muestro con la obligación de ser amable. Después de todo, ella es una dama y yo no dejo de ser un caballero. Tal vez no todas las personas han sido malas conmigo, por lo menos no en esta vida.

3.

La segunda vez que morí, fue cuando mi cuerpo ya estaba muy viejo. Me gustó esa vida porque creo que en ese tiempo conocí un buen amor. No es que desprecie mi situación ahora, en la que encuentro compañía en cada patio y azotea, sino que aquella vez todo era diferente. Esa vida me enseñó sobre el amor.

Trabajaba de jardinero en la casa de un político, tal vez muy importante. Jardines bien cuidados, repletos de árboles; había plantas y flores en cada rincón de la casa y el patio. Un extenso césped mantenía siempre fresca la tarde, muy parecido a donde estoy viviendo ahora. Aquí disfruto esconderme bajo los arbustos y sorprender a mi dama atrapando suavemente sus pies entre mis garras. Ella me agrada demasiado, porque me recuerda, sin lugar a dudas, a la mujer con la que conocí el amor. Pudiera decirse que trabajaba para ella y su esposo, pero en realidad ella era quien definía todos los aspectos de mi vida. Tenía en ese entonces la obligación de ser destrozado por una pasión incontrolable, y de reconstruirme cada vez con la distancia entre cada nivel social. Sólo recuerdo que simplemente dejé ese lugar. Su marido había descubierto lo nuestro, y ella terminó sus días esa misma tarde. Me la habían quitado, pero yo se la había quitado primero.

4.

Sí, las obligaciones definen aquello que aprendemos, para la vida que tenemos o para la que viene. "Nada es para siempre", alguna vez me dijeron, y lo aprendí con la soledad moral hasta el final de mis días.

Cuando morí por tercera vez, aprendí sobre la tristeza y el sufrimiento. En la prosperidad alcancé un matrimonio envidiable que culminó con un feliz retrato, colgado en la estancia de una gran residencia. Me complacían todas mis posesiones y gozaba de una codiciada cumbre social, pero aprendí que la felicidad se encuentra en lo que no nos pertenece. Ése fue mi error: tratar de convertir a mi esposa en una propiedad, quien en realidad tiene la libertad sabe que sólo existe en una obra de arte. En ese entonces ella decidió entregarse a uno de mis empleados. Mi desesperación me volcó en un ser monstruoso que ahogó lo que más amaba en una costosa tina de baño.

5.

No me gusta el presente, porque se mezcla con la memoria. No sé si todos esos momentos se viven en el ahora. En lo más alto de una barda estoy al alcance de la ventana del baño de mi dama, y en la escena interior veo a un monstruo agrediéndola adentro de la bañera. Siento el impulso de saltar hacia ellos y defenderla, pero me conformo con contemplar la escena. No me atrevo a modificar el guión de una obra en que los actores ya saben sus líneas, y que han cumplido al pie de la letra cada acción que les corresponde.

Lo único que deseo es no convertirme alguna vez en el ser despreciable que estoy viendo. "Dicen que vivimos muchas veces", he escuchado. Tal vez por eso siempre vuelvo: para repetir lo que no he aprendido con cada una de ellas.

6.

El hombre se ha ido y yo entro por la ventana. "Buen viaje", le digo a mi dama, para seguir con mi vida, y me alejo despreocupado. Es curioso cómo nos engañamos al pretender que aprendemos de nuestros errores al grado de permitir que la muerte nos humille en lugar de liberarnos con la promesa de borrar nuestra memoria.

Para todas mis vidasWhere stories live. Discover now