Tú la traes

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-Christian, entra en la casa, -le decía su madre al niño sentado en el porche-te vas a resfriar.

-Estoy bien mamá. -se quejaba él. No tenía ganas de entrar, no tenía ganas si quiera de levantarse. No le importaba un simple resfriado en ese momento. Quería estar solo.

-Diana, déjalo, estará bien. Necesita estar solo. -Por suerte su padre hizo que su progenitora lo dejara en paz.

Se sentía frustrado, triste, devastado. Sentía que ahora no iba a poder seguir sin su compañero de aventuras, su cómplice, su hermano de otra madre. Pensaba que no había nada en su futuro, sólo una pared que bloqueaba el paso. Sentía rabia por no poder haber hecho nada, pero ¿qué podía hacer? Tiene sólo 12 años. Sentía odio hacia el conductor que manejaba borracho. Sentía odio hacia los médicos que no pudieron hacer nada. Sentía odio hacia la policía que, además de tardar en llegar, iban a dejar libre al asesino de su mejor amigo. No sabía que hacer, simplemente, porque no había nada que pudiera hacer.

De todas formas, los años pasan, y así pasaron varios después de esa tarde en el porche de su casa. 8, para ser exactos. 8 años y un día desde que su amigo lo dejó, 8 años y un día desde que no pudo volver a sonreír. Esa tarde estaba en su antigua casa, esa que abandonó tiempo después del accidente, porque sus padres creían que iba a ser bueno para que se olvide de lo que pasó. Pero ¿olvidarse? ¿De él? ¿De todos los bonitos recuerdos que tenía de él? No... Nunca.

Esa casa siempre fue de la familia. Estuvieron a punto de venderla, pero se ve que el lazo entre su madre y la casa era muy fuerte como para ser cortado por unos pocos dólares. Era una casa sumamente antigua y ahora descuidada, tanto que a algunas personas les parecería terrorífica. Sumado a eso, el hecho de que esté en medio del bosque hace que sea la imagen perfecta para la portada de una película de horror. Christian volvió para saldar cuentas que tenía con su ya difunto amigo, cumplir las promesas que le hizo antes de que lo abandone. La casa de él estaba a unos 50 metros de la suya y tampoco estaba habitada, pero no porque no quisieran venderla, sino porque no había compradores.

El joven se adentró en el edificio y empezó a acomodar sus cosas. En cierto momento siente que llaman a su teléfono móvil, era su madre, preguntando si había llegado bien y si la casa estaba en orden. Luego de desempacar comió algo y comenzó a acomodar su nuevo hogar. Así fueron los dos días siguientes.

Las gotas de lluvia golpeaban el vidrio de las ventanas, el olor a vainilla inundaba el ambiente y la tenue luz de la lámpara era lo único que iluminaba, pero era suficiente para que Christian pueda leer su libro de poesía griega. Al escuchar un ruido en la sala contigua alza su vista de las páginas y en su rostro se evidencia una expresión de perplejidad. Se levanta del sofá de mala gana y se acerca a ver qué originó el sonido. Lo primero que nota es la ventana de la cocina abierta, lo siguiente es el contenedor de basura tirado y un gato rebuscando en los restos. Sonríe ante la idea de que segundos antes estuvo algo preocupado por si alguien había entrado en la casa. Siempre fue amante de los felinos y decide alimentar al pequeño animal con una lata de atún que había en la alacena, mientras come, puede acariciar al peludo nuevo amigo sin que éste se quejara, lo que fue extraño, pero lindo. Se levanta a cerrar la persiana y nota que cerca de la carretera un niño corre en dirección a la misma. Se paraliza e intenta gritar, pero la voz no sale de su garganta. La sangre se le congela al ver que un camión a toda velocidad y algo tambaleante se acerca al pequeño. Está inmóvil, no puede hacer nada. La impotencia y la tristeza inundan su ser y logra dejar salir un grito de niño, un grito devastador, un grito que logra asustar al minino que no se había percatado de nada. Cierra los ojos un segundo con fuerza, y al abrirlos no hay nada. Ni niño, ni camión. Nada más que la lluvia, que pudo empapar las mangas de su pulóver. Atónito, cierra la ventana y se recarga sobre la mesada, pensando en lo que acababa de ver. Porque lo había visto, ¿verdad?

Tú la traesWhere stories live. Discover now