Damballa

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En colaboración con:  YariDct

La adrenalina embalsamaba el nítido color oscuro de aquella habitación, entremezclada con el lánguido olor a humedad del antiguo papel y el sabor metálico de la sangre. Sus jadeos eran la música sonora que acompañaban las pesadillas que emanaban de los libros polvorientos, y en el suelo un alma aterrorizada que imploraba la calma a su desesperación.

Con el espeso color carmesí pintando los pocos árboles y la arena, las manos de aquel chico luchaban por aferrarse a algo e impedir que fuera arrastrado a un lugar más allá de su existencia, su esfuerzo era en vano, y su conciencia enardecía y estallaba en estruendos, vociferando al compás del reloj.

Sonidos de tambores ensordecedores, gritos de desesperación y anhelos de vivir. Filosas manecillas apuntando media noche y espíritus enloquecidos por el olor cálido y metálico del espeso líquido cubriendo su anatomía.

Recuperó las fuerzas y corrió diligente con firmeza en sus pasos adoloridos, el Damballa se aproximaba a tirar de su pierna, hasta que no pudo más, el silencio se apoderó de la habitación y de su alma, había perdido el conocimiento.

Eran alrededor de las once treinta de la noche, Luna era la reina del cielo, tan brillante y pura como siempre. El hombre de pelo castaño se encontraba revolviendo su tasa de café con calma, sorbía con tanta elegancia que podrías confundirlo con alguien de la realeza. Mientras sus ojos miraban hipnotizados hacia un punto fijo en el muro y sus pensamientos se encontraban recorriendo el camino de las fantasías, la incómoda y ligera sensación de que alguien lo observaba logró sacarlo de su trance. Era un pequeño niño que lo observaba fijamente oculto en un pequeño rincón, sus ojos reflejaban diversión e inocencia. El hombre sonrió y extendió sus brazos en dirección al chiquillo para poder abrazarlo y así lo hizo.

-Hijo mío, no deberías de estar despierto a estas horas de la noche.

-Lo siento papi –se disculpó-, pero no puedo dormir, ¿me cuentas una historia? –dijo tiernamente.

El padre le besó la frente con dulzura y nuevamente rio, Él sabía perfectamente que su hijo no era común, que cuando su hijo le pedía una historia no se refería a un cuento que tuviera dragones, un príncipe rescatando una princesa o súper héroes luchando contra el crimen. Lo que el pequeño quería escuchar eran nada más y nada menos que historias de personas que disfrutaban desmembrar cuerpos, ciudades invadidas por nieblas misteriosas y payasos asesinos de niños inocentes.

-Está bien, pero vamos a tu habitación –el chico asintió y salió disparado hacia su cuarto.

El hombre fue tras él con calma, en realidad, no estaba muy seguro de lo que estaba por hacer, vacilaba a cada paso que daba, ¿debería enterarse de eso? En verdad, no sabía la respuesta, pero de una manera u otra, se lo diría.

Al entrar a la habitación, el pequeño yacía envuelto entre sus sábanas de algodón, el padre tomó asiento en una mecedora que se encontraba junto a la cama del niño, inhaló y exhaló profundo para poder empezar a narrar una de las historias más terroríficas y siniestras que su hijo haya escuchado jamás.

-Escucha Drake –inició-. Quiero que sepas que esta historia ocurrió en realidad, de hecho –suspiró-, me ocurrió a mí.

-Sí, claro papi –rio-. ¿Podrías empezar a contarla ahora? –él sonrió.

-Claro campeón, y todo empiezas así.

El hombre empezó a escarbar entre sus secretos y pesadillas más perturbadoras y repugnantes, su subconsciente había tratado de eliminar esas horrorosas imágenes desde hace varios años, pero había tenido éxito.

DamballaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora