La visita de mi padre y de Andrés, el que viene una vez al mes

68 6 0
                                    

-¿Qué te apetece hacer?- Me preguntó mi padre.

-Salir a dar un paseo.- Era lo que acostumbraba hacer.

-Está bien, pues vamos.

Cuando bajábamos las escaleras (vivimos en un segundo, así que mi corazón podía soportarlo, tampoco estoy tan mal) nos encontramos con la vecina del primero.

-Te lo has pasado bien con el chaval que acaba de salir, ¿eh?- Me preguntó echándome miraditas pícaras y sonriéndome.- Menudo grito has pegado.

Ahora entendía la petición de Josh. Será hijo de...

-Era un reto y, en realidad, me lo estaba pasando genial.

-Claro, claro.- Y se metió en su casa.

-¿Y eso?- Preguntó mi padre.

-No le des importancia. ¿Vamos?- Le pregunté señalando con la cabeza el último tramo de escaleras que nos quedaba por bajar.

-Vale, pero algún día me lo tendrás que explicar.

-Sí, sí. Claro.- Aseguré con tono falso.

Empezamos a caminar por la calle y al poco tiempo de haber salido vimos varios cristales extendiéndose.

-Por cierto, ¿cómo vais con la enfermedad?

-Todavía no hemos descubierto nada nuevo. Ninguna cura por ahora, lo siento.- Me dedicó una sonrisa triste.

-¿Ni tampoco de dónde viene o dónde se creó?

-Claro que no. Si no ya lo habríamos dicho.¿Vamos al parque a tomarnos un helado?

-Sí, claro, vamos.- Dije con tono de desgana.

Al llegar al parque nos cogimos unos helados de un kiosco cercano y nos sentamos en un banco.

Al acabar el helado alquilamos una bicicleta eléctrica para dos, para volver a vivir esos momentos en los que era pequeña. Estuvimos una hora dando vueltas en la bici y después empezamos a dar un paseo por la playa. No paraba de recordar lo que mi padre me contó una vez sobre mi madre; que le gustaba caminar por la playa mientras recogía piedras lisas de masaje y pasárselas por los brazos para relajarse.

Al cabo de un rato, en una parte muy alejada del principio del paseo marítimo, empecé a encontrarme esas piedras. Las cogí y me las empecé a pasar por los brazos imaginando  las muchísimas veces que mi madre lo habría hecho  y las muchísimas otras veces en las que yo lo haría.

Cuando llevábamos mucho tiempo caminando las piernas empezaron a dolerme y el corazón a molestarme un pelín más de lo normal. Decidimos sentarnos en la arena a hablar un rato.

-Bueno, ¿qué tal el instituto? ¿Algún amigo nuevo?- Me preguntó.

-El instituto bien.- Le miré.- Y sobre el amigo...- Aparté la mirada hacia el mar.- He conocido a alguien.- Me encogí de hombros, muy a lo Josh.

-¿Sí? ¿Quién?- Su tono fue curioso.

-Al que has visto antes en casa.-

-Que solo sea un amigo.- Su tono cambió a gruñón.

-¿Y si no?-

-Nos mudamos.- Dijo mordiéndose la lengua como siempre hacía como se enfadaba.

-No te atreves.- Dije retándole.

-¿Que no? ¿Te lo demuestro?- Me dijo aceptando el reto.

-Si te quieres ir vete, múdate, pero no vuelvas a por mí porque no pienso ir.- Dije mientras me levantaba y me iba.

La Enfermedad de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora