Capitulo Único

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Sunakawa Yuzuki era ese tipo de chica que, muy por encima, fácilmente la calificarían de bipolar... O de hipócrita.

Pero un vistazo más profundo, le da un contexto a su actuar.

Y es que, nacida en cuna británica, en el seno de una familia medianamente acaudalada de Londres, no se podía culpar a la chica por ser callada, recatada y muy introvertida cuando estaba con su familia y en los en los eventos sociales a los que se veía obligada a asistir.
Todo lo contrario a su personalidad amigable, extrovertida y atlética que mostraba en la escuela, con sus amigos.

Naturalmente, asistía a una escuela de renombre, pero para su buena fortuna, aquella no era particularmente estricta. El instituto St. Paul de Londres destacaba más por múltiples eventos y trofeos que por alcurnia académica.

Algo perfecto, tomando en cuenta que a Yuzuki le encantaban los deportes.

Ella siempre había sido una chica de destacar, solo hacía falta observar su cabello, de un vibrante color violeta, largo y ligeramente rizado, usualmente recogido en una trenza.
Contrario a su madre, a Yuzuki siempre le había gustado su pelo, lo consideraba una insignia de su familia extranjera.

Un poco de Irlandés por algún lado, si no mal recordaba, y una gran ascendencia japonesa, lado de su familia que le había dado su nombre.

Claramente su madre, nacida en las afueras de Londres, no estaba muy contenta, pero no podía hacer mucho al respecto.

Nada más allá de someter a su hija a un 'tratamiento' intensivo con bálsamo negro para el pelo tras cada baño, cosa que solo había logrado oscurecer un poco el tono de aquella hermosa melena.

Ohayo, Yuzuki.

Ohayou, Ryou-kun —sonrió la pelimorada, viendo con sus grandes ojos azules al niño albino que se sentaba al lado de ella.

Algo que a Yuzuki le gustaba, era ver las caras curiosas y raras del resto de sus compañeros cuando ella y Ryou hablaban en japonés. Una perfecta forma de practicar sin duda.

Yuzuki se jactaba de ser, prácticamente, la única chica que no sucumbía al 'hechizo de atracción' -como ella lo llamaba- que Ryou generaba sobre sus compañeras de salón.

No entendía porque chicas de 10, 11 y hasta 12 años se peleaban por acercarse al peliblanco, a tratar de que este probara de su bento.

¿Eso no podía ser amor, o sí?

Si lo era, que Jesucristo la librara de ello.

— ¿Te enteraste de que hoy las clases acabarán pronto? —consultó el niño.

A lo que la oji-azul asintió —hai, reunión de emergencia del consejo directivo o algo así —repitió lo que había escuchado — ¿cuál crees que sea la causa?

Ryou se encogió de hombros —no lo sé —dijo honestamente —pero qué te parece si aprovechamos esto para ir al mercadillo turístico luego de clases.

Yuzuki fingió estar horrorizada —esa es la clase de cosas que nuestros padres definitivamente no aprobarían —exclamó resaltando la negativa.

A esto, ambos pequeños se miraron y echaron a reír con complicidad, de acuerdos con el plan.

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Agradecidos de que el colegio no se tomara el cuidado de notificar en casas la salida temprana de su alumnado, Ryou Bakura y Yuzuki Sunakawa tomaron un colectivo que los llevaría a una de las zonas más turísticas de Londres, cerca del Big Ben y de los muelles del rio Támesis.

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