|Día 21| Vampiro |E. Unidos×Inglaterra|

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Arthur respiró agitado, recargado en una de las paredes de la esquina de un edificio desgastado. Un patético escondite pero fue lo primero que pensó bajo presión por tener que detener el sangrado de una herida recién hecha. Presionó su brazo con fuerza, la sangre escurridiza pasaba por las leves aperturas de su mano; era ridículo la cantidad de sangre que podia salir de algo como una rasgadura tan moderada.

Hace aproximadamente quince segundos, Arthur daba un clásico pero desinteresado paseo nocturno con Alfred en completa tranquilidad; la noche era el único refugio para su extraño y descontrolado amor debido a varios aspectos de aquel tiempo, más el aspecto del rubio de lentes que lo hacía realmente sensible al sol, lo típico para un vampiro más viejo que el pueblo entero.

Todo estaba saliendo bien, normal, hasta que el filo de un clavo mal puesto en la banca donde se hallaba sentado le hizo una mala jugada causando una herida con sangre fresca; antes de que Alfred reaccionará ante el rojo fluido, echo a correr.

—Bien, con que aquí estabas —Llamó Alfred la atención del joven de menor estatura, quien frunció el seño de inmediato. —Eres realmente malo escondiendote, más cuando dejas ese aroma como rastro.

Alfred se acercó peligrosamente a su contrario, quien dio un respingo e intentó hacer un  retroceso imposible por la pared. Extendió la mano pidiendo gentil su brazo para examinar la herida; sin pensarlo dos veces, Arthur accedió posando su confianza en él.

—Y encima eres idiota, una herida hecha por un  clavo oxidado puede ser peligroso, idiota, idiota~ —Se burló Alfred antes de llevar la extremidad a su boca y lamer la sangre brotante para conseguido morder, encajando sus colmillos en la piel.

No lo pudo evitar, su olor de por si ya lo había estado volviendo loco. Arthur sintió las piernas temblorosas, siendo la pared su único apoyo para mantenerse de pie, ahí Alfred supo que debía parar antes de causarle algo a su pareja por tratar de sacar las toxinas que aquel clavo pudo haber adherido a él.

Se separó de su brazo con una ladeada sonrisa de autosatisfacción. La luna y la oscuridad de la noche eran los únicos testigos sobre aquel suceso. 

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