Fliqpy

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—Auch, pero que feo se puso —Se quejó la chica al observarse el rostro en el espejo del baño.

Ciertamente se había desquitado golpeando a su jefe con la lámpara —que bien se lo tenía merecido—, pero ¿cómo iba a enfrentarlo al día siguiente?, tenía mucho miedo de verlo, y fingir que no pasaba nada no arreglaba el problema. «Pero no me puedo dar el lujo de renunciar, ni siquiera he pagado la renta y necesito cosas para mi cuarto» pensó mientras se cepillaba los dientes. Fue a su habitación con aire ausente, se puso su pijama favorito, cerro sus ojos y pensó en todas las cosas buenas que le habían ocurrido desde que se mudó de su casa —aunque el recuerdo de su madre la ponía melancólica, la extrañaba mucho—; no pudo más y empezó a llorar de forma quedita y amortiguada para que su compañero no la escuchara. Así paso toda la noche.

La alarma de su móvil sonó a la mañana siguiente, abrió los ojos con dificultad, los ojos jamás se le habían hecho tan pesados, no había llorado tanto desde... bueno, desde aquel trágico día. Mo recordaba haberse quedado dormida, ni sentía haberlo hecho por mucho tiempo pero su mente necesitaba descansar y no pensar, tomo el móvil y detuvo el insufrible sonidito de alarma, luego lo apagó. Volvió a enrollarse con su sabana y cerro sus ojos, no tenía ganas de nada, solo quería dormir. Dormir y no despertar jamás.

Cuando Flippy quiere aclarar su mente, correr es el único deporte que lo ayuda a pensar las cosas con claridad y estar en paz consigo mismo; así que hacerlos a veces en las mañanas le da una gran tranquilidad.

Llegó a la casa sudando, lanzó las llaves a la mesa y se dio cuenta que no había seña alguna de que alguien estuviera levantado. Ni el sonido de las ventanas abiertas, ni un rico olor paseándose por el aire. Eso lo decepcionó un poco, miró alrededor y todo estaba tan... quieto.

«Algo no está bien» Le avisó su mente al no ver señales de la chica vivaracha de los últimos días. Rápidamente se dirigió a la habitación de su nueva compañera y tocó su puerta con naturalidad. Se preocupó un tanto más al no escuchar respuesta alguna.

—Flaky... ¿Estás ahí? —Y nada. Pegó la oreja a la puerta sin querer entrar—. ¿Flaky?

Desde el otro lado escuchó lo que parecía ser una voz, aunque más bien parecía un quejido adormilado y fastidiado.

—Estoy... Estoy bien, solo un poco... indispuesta —Su voz se fue apagando hasta la última palabra, que fue susurrada con un gran tristeza.

—¿Es lo por lo que te ha pasado? —Tentó. Flaky no dijo nada—. Deberías poner cartas sobre el asunto y denunciarlo.

—¿Estás loco? —Respondió al fin, un poco asustada—. Es un hombre muy poderoso.

—Poderoso o no, lo que hizo no se justifica.

—Pero... pero...

—Pero nada —Inquirió—. Vístete, necesito ir al centro comercial a comprar las cosas de esta semana —Se imaginó que la chica se arremolinaba más en su cama y dio toques fuertes a la puerta—. ¡Vamos! —Le urgió—. Y de paso sacamos la copia a la llave de la casa.

Dentro, Flaky se descubrió y miró al techo con un suspiro. Quizá sería una buena idea distraerse... además también necesita algunas cosas, podría ser la última vez que tuviera dinero en mucho tiempo.

—Está bien —Aceptó—. Solo dame unos minutos y bajaré.

Escuchó los pasos de Flippy alejarse por el pasillo hacia su propia habitación y salió de la cama con los cabellos alborotados. Al parecer él no iba a consolarla, quizá pensaba que era inútil. Salió de su cuarto con el contorno de los ojos un poco rojizos por el llanto, así como una coleta desenfadada, esa mañana no se le apetecía esmerarse en su cabello desastroso. Acompañó a Flippy al centro comercial a pie porque, según él, a unas cuantas calles de donde vivan, pasaron alrededor de seis cuadras cuando lo vio.

Mi nueva compañeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora