Sí, ya sé que está oscureciendo, y sé que se está poniendo frío, pero vine aquí sólo por un minuto. No le ocupará mucho de su tiempo. Hay algo que quiero mostrarle, alguien a quien me gustaría que conozca.
Vamos. Complazca a un anciano que necesita contar su secreto.
Está justo ahí, detrás de la iglesia. Sí, en el cementerio más viejo. No tiene miedo, ¿verdad? Se lo aseguro, no hay nada aquí que vaya a lastimarlo.
No a usted.
Aléjese del musgo sobre las piedras. Algunas de las variedades más legamosas pueden pegarse en su ropa, y es una pesadilla tratar de sacarlo.
Justo por allí es el mejor sitio. Quédese parado y en silencio ahora, deje que sus ojos se acostumbren a la oscuridad. Pronto verá por qué lo traje aquí.
Allí está.
¿La ve? Está de pie ahí mismo. Mire, enfrente del gran ángel gris, justo a la izquierda de la gran mancha de luz de luna, casi debajo del olmo viejo. Sí, allí, junto a la lápida más grande.
Mi hermosa Sarah. Para siempre joven, para siempre veinteañera.
Vea cómo brilla el rojo de su pelo como madera en llamas, un halo alrededor de la blanca perfección de su cara. Y mire, tiene puesto el vestido. El que le compré para el baile, el último baile de nuestra juventud.
Ese vestido me costó tres libras y seis peniques, más que el sueldo de una semana en aquellos días. Los tiempos han cambiado, ¿verdad? Mi madre me dijo que estaba loco por gastar todo ese dinero en un vestido de una chica que no era mejor que lo que debía ser. Pero yo sabía que ella valía cada penique.
Me sentí mareado por el placer que bailaba en sus ojos mientras se lo probaba, balanceando las caderas para obtener todo el efecto de los largos pliegues sueltos. Todavía puedo recordar, incluso ahora después de cincuenta y pico de años y muchos besos de desconocidas, el dulce sabor a miel de sus labios cuando me agradeció, la presión de sus manos en mi espalda cuando nos abrazamos.
Ojalá me tocara ahora. Sólo una vez para ir juntos al final. Si sólo pudiera verme. Tengo tantas cosas para contarle que nunca le dije.
Qué quieta está, qué compuesta. El viento se niega a despeinarla, la lluvia se niega a mojarla, la tierra se niega a tomarla. Todavía hay algo más.
Acérquese y mire. Ella respira; parpadea; sus labios se separan y luego se unen, pero no hay aliento. No como usted y yo, que soplamos vapor, parados aquí. Puede ser casi invierno, pero para ella es el fin del verano, siempre el verano.
Esos labios. ¡Qué profundos, rojos y tentadores estaban esa noche, y qué húmedos brillaban mientras me miraba! Sonriendo, bailando, riéndonos, nos movíamos a través de la pista de baile. Éramos jóvenes; la guerra apenas nos había tocado, y yo estaba enamorado por primera vez. La noche incluía la perspectiva de muchos y nuevos placeres.
Y entonces llegó él.
Supe que sería un problema. Desde el mismo comienzo pude ver que así era. Estadounidense, simpático, arrogante y diferente. Hola emoción, adiós seriedad. En el lapso de un minuto la había perdido para siempre.
¿Le cuento cómo ocurrió?
Interrumpió nuestro baile. Simplemente se acercó sin ser invitado, dijo "disculpe", y entonces se fueron girando sobre el piso en una ráfaga de piernas, pies y brazos. Traté de detenerlo cuando pasaron otra vez, pero él tenía todas las ventajas, altura, peso, dieta, compostura y entrenamiento, mientras que yo simplemente tenía mi rabia.
Después, mientras estaba allí parado, contando dientes con la lengua y tratando vanamente de absorber la sangre con mi pañuelo, escuché una risa. Levanté la mirada y la vi, a través de unos ojos que ya habían empezado a hincharse. Apenas a unos dos metros, pero ya distante, colgando del brazo del conquistador. Su pelo marcaba una roja cicatriz donde se posaba en el hombro, y en ese momento supe qué era lo que tenía que hacer.