Lustros

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¿Ha oído alguna vez aquello de que no se puede vivir sin amor? Pues el oxígeno es más importante.

Dr. House


Las palabras son peor que las acciones, te puedes curar de lesiones en días, semanas o meses, las cicatrices quedarán, serán olvidadas o recordadas en anécdotas divertidas. Pero, las palabras marcan más y difícilmente se pueden dejar de lado, pues, quizá el recuerdo ha sido comprimido pero la memoria no acepta el olvido.

Su cuerpo se siente pesado, su mente aletargada y su pecho no para de doler. Llora sin razón. Llora porque es la única forma en la que puede liberar todo el estrés que durante meses se vio obligado a vivir. Su cuerpo temblaba mientras sus manos eran apretadas entre sí por el constante nerviosismo. Una vorágine de sentimientos y sensaciones explotaban en su interior, quería golpear algo, gritar o aferrarse a algo, lo primero que fuera con tal de parar el llanto. Sin embargo, sabía, aquello era imposible.

Dolía como si algún hueso se hubiera fracturado o como si un ligamento se hubiera recogido. Dolía demasiado que las ganas de detener el llanto se debilitaban. En la silla gris, rodeado de paredes blancas con olor a desinfectante, subió sus piernas hasta que sus rodillas quedaron tan pegadas a su pecho como sus brazos aferrados a ellas. Los gimoteos eran altos y su cerebro no registraba nada a su alrededor. Nada de enfermeras, pacientes o doctores mirándole cómo se desmoronaba ahí mismo, en aquel cuarto de espera de un maldito hospital, donde juró no volver a poner un pie después de la muerte de su abuelo.

Sonríe en medio del llanto al cruzar un recuerdo. Ironía. Irónico el saber que no volverá a ver a su persona especial. No más sonrisas, abrazos o competencias estúpidas donde, en la mayoría, era premiado con besos o caricias que terminaban en el lecho. No más juegos, no más retos, no más... no más de él. Ya no olerá su esencia mientras duerme, no comerá su comida y mucho menos podrá tomar su ropa para llevar algo de él. El aire le faltaba, su pecho era comprimido con demasiada fuerza, sus ojos ardían y sus oídos pitaban.

Escucho como le llamaban, lejano, le volvieron a llamar hasta que por fin comprendió su nombre. Al elevar su vista, un médico con la típica ropa de cirugía le llamaba con una expresión cansada y un tanto preocupada. Se levantó, escucho a medio su parloteo mientras lo dirigía a un cuarto en específico. Al entrar, un llanto tenue se escuchaba, todos sus sentidos se reactivaron como si les hubieran inyectado adrenalina para un mejor funcionamiento, gruño al hombre tras él en una advertencia. Se acercó hasta la cama donde un cuerpo mecía con delicadeza a una pequeña bolita envuelta en una manta azulada con dragones en ella.

–Gane.

Sonrió ante la afirmación. Los brazos contrarios le extendían un bultito para que lo tomara, con extrema suavidad lo acomodo en sus brazos, un par de ojos cafés le regresaba la mirada, unos labios rojizos con un par de mofletes de igual color se tatuaban en su mente. El llanto cesó y él no pudo apartar la mirada de ese pequeño ser que le miraba sonriente.

–Vaya, contigo de una quedo en paz.

No le miro, pero si contesto: – Es hermosa... perfecta y pequeñita.

–Creo que has encontrado tu debilidad. – La pequeña risa se convirtió en una tos, preocupado le miro, pero esta ya tomaba agua, le sonrió, le extendió los brazos en una muda petición que un tanto reticente acato. La pequeña pasó de brazos, pero su sonrisa no se borró.

– ¿Cómo la llamaremos? – Se acomodó en la cama, con un brazo se sostenía y con el otro acariciaba a la pequeña. Esperó por la respuesta en silencio.

–Yuki, Aomine Yukiko. – El moreno le miró sorprendido. – Fue concebida con frialdad, conocida durante una lluvia de invierno y dolor, nacida con unos padres más muertos que vivos... Yukiko, hija de la nieve. – Beso la cabecita, le miró y sonrió. – Además, nos conocimos bajo una caída de nieve.

Alguna vez...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora