Estamos dentro de el salón de clases, un lunes por la mañana. Y extrañamente todos se encuentran muy relajados y juguetones. No hay profesores.
- ¿a dónde se van? - me pregunté en un susurro mientras intentaba perseguir a dos de los profesores que huían despavoridos como si un virus se estuviera propagando por el aire.
Una mano me tomo del brazo y me retuvo antes de seguir caminando en dirección a los docentes.
- Solo déjalos - Un chico alto y de porte protector me soltó estas palabras con un ligero tono de advertencia oculto. Algo que me decía que nada bueno estaba por ocurrir.
La euforia comenzó a crecer mientras los jóvenes se perseguían y abarcaban con sus juegos mas de dos aulas al mismo tiempo.
- ¿No es intenso? Parece como si estuviéramos a punto de vivir una pandemia donde todos se convertirán en zombies y nada podrá detenerlo - Tamarah tomaba mi brazo con una sonrisa divertida en su rostro mientras daba pequeños saltos de emoción.
Era obvio que la inocente predicción no pudo igualar ni de cerca lo que estaba a punto de ocurrir.
Un criatura que parecía haber sido antes un humano, con las extremidades estiradas, corría destrozando todo a su paso por las paredes del segundo piso.
Comencé a gritar, desgarrandome la garganta en un intento de huir, de moverme, pero no lograba oir nada. En aquel instante caí en cuenta de que me encontraba en medio del shock, sin poder apartar los ojos de los pasos de criatura, con el interior de mi mente huyendo mientras que el exterior se negaba a obedecer orden alguna.
Cuando la bestia estuvo lo suficientemente cerca pude verlo con claridad. El uniforme de docente hecho pedazos, el rostro deformado, la saliva que caía de las grandes fauces con largas hileras de dientes puntiagudos, y una mirada... Inexistente.
La criatura estaba ciega.
🌠
El terror inundó cada espacio de mi cuerpo, cada extensión de mi mente. El pánico envolvió la razón hasta que lo único que pude pensar fue en huir.
El instinto de supervivencia me cegó.
Fueron segundos en los cuales solo logre oir los latidos de mi corazón. A mi lado una joven se desplomaba y reducía mis posibilidades de escapar.
Tamarah se había desmayado.
Y no tenía tiempo para estipular en dudas cuando nuestra amistad reinaba por encima de ellas.
Pero en cada intento de moverla o hacerla reaccionar, la criatura se acercaba directo a nosotras. En el instante que menos de un metro nos separaba de una muerte inminente, ni la sola resignación se me cruzó por la cabeza, no cuando la adrenalina opacaba todo sentimiento de terror.
El aliento de la criatura removió los cabellos desordenados sobre mi rostro.
Sobrevive.
Antes se defenderme, dos o tres jóvenes se abalanzaron contra la criatura y la hicieron retroceder unos centimetros, los suficientes para moverme y despertar de un tirón a mi compañera.
Un paso, dos, tres. Cada movimiento estaba lleno de duda, de si lograría sobrevivir. Y desearía no haber volteado a mirar.
Los jóvenes habían desaparecido, y sus restos desparramados caían entre los colmillos de la bestia.
Pánico.
El oxígeno dejo de pasar a mis pulmones, mi corazón latía hasta silenciar cualquier sonido, mi estómago se estrujaba y amenazaba con regresar cualquier alimento recibido. El sudor frio empapaba las palmas de mis manos.
Tenía miedo, miedo de morir.
Dentro de un salón, el único pensamiento que por fin me otorgo la razón fue tal vez lo único por lo que sobreviví aquel día. La ciega criatura solo nos podía oír, y si no nos oía, no nos seguiría.
Subimos a lo alto de una mesa, colgandonos de los tubos que atravesaban los armarios de libros, justo cuando la criatura de un golpe entró. Los gruñidos penetraban hasta los huesos de mi columna y me hacian temblar hasta castañear los dientes.
Cada respiración era una danza con la muerte.
La bestia se desplomó cansada, y se durmió como un cachorro sobre las faldas de su ama.
Escapar era una completa locura cuando la puerta de salida estaba al otro lado de nuestro depredador, por lo que esperar era nuestra una esperanza.
🌠
Pudieron pasar minutos, horas o incluso días, cada segundo eran igual de espantoso que el anterior.
Hasta que la oportunidad apareció.
Una compañera arrojó una flor perfumada hacia nosotros, haciendo ruido en la entrada al retirarse.
La criatura reaccionó furiosa pero sin salir del aula.
El olor la hizo callar y giró directo a nuestra ubicación. Y nos contempló casi como si pudiera observarnos con los ojos que ya no poseía.
Un rugido inundó la habitación, seguido por las palabras que menos esperamos oir.
- ¿Tienes la flor? - La voz áspera de la criatura preguntó en un tono de extraña inocencia.
Después de todo, a los cachorros tambien les gusta jugar.
- Si, aqui la tengo ¿la quieres? Acércate, ven aquí - dije, jugando la baraja mas peligrosa que tenía en ese instante.
La criatura se acercó guiada por el perfume. Mi corazón casi se podía oír por toda la habitación. Mientras que mis palmas goteaban de sudor. Los labios resecos lograban capturar algo de oxigeno que la nariz no podía atrapar por si sola.
Tamarah bajo con cuidado y salió de la habitación, mientras que yo extendía todo lo que podía mi brazo para acercar cada vez más mis piernas a la salida. Cuando la criatura tomo la flor, todos mis sentidos se activaron.
Huye.
Y huí. Pero la bestia sintió los fuertes pasos de carrera que dí y salió a mi caza.
El pecho me ardía y los ojos me lagrimeaban por el aire, parecía que cada paso corría mas lento y el instante en que la criatura extendió sus garras hacia mi, antes de capturarme, todo se desvaneció en un pulcro negro infinito.
Había despertado.
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Sueños de un mendigo
Non-FictionLa profundidad de la conciencia abruma a cualquiera que intenta estudiarla, imagina lo apabullante que resulta intentar predecir un pequeño paso por el camino de los valles de la inconsciencia.