Única parte

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Viernes 31 de octubre.

El vello púbico está desaparecido; está tan calvo como un bebé recién nacido. El vello corporal ya no le crecía más. Tenia la certeza de que cada noche lo pelaban, de que una noche más y terminaba como una uva sin pellejo.

Esa mañana tomó un taxi para ir al trabajo por miedo a no tener fuerzas para caminar las tres cuadras hasta la estación de trenes, o para recorrer dos calles más y subirse a uno de esos buses atestados de gente. En la oficina tal vez pensó que si no salia mucho más temprano que lo acostumbrado volcaría la taza de café que cada mañana lo recibía para levantarle el animo. Cada movimiento le costaba un esfuerzo, cada suspiro, un dolor.

—¿Estás bien? —le preguntó curiosa una de sus compañeras, sacándolo de su agonía.

Sehun la miró, desdibujando una sonrisa.

—Claro. Todo bien.

Cuando término de decirlo experimentó un intenso dolor en la columna. Una corriente electrica que casi lo hace gritar. Sabia que esas eran comunes, pero eran dolorosas como arder en el infierno. Por eso no la dejó traslucir. Aguantó con rostro inexpresivo.

—Bueno —ella le sonrió y luego adoptó una pose seria—. ¿Terminaste el informe de ventas de esta semana?

El dolor era tan fuerte, que quería llorar. Pero siguió aguantando.

—No —admitió en voz baja—. Todavía me falta unos porcentajes.

Ella quedó azorada.

—Sehun, es la que se necesita para el lunes. ¿No la terminaste? Ya sabes que dependemos de eso con urgencia.

No le respondió.

—¿Ahora que le digo al jefe? Me va a matar. Y después, te mata a vos.

—No te hagas drama. Te juro que antes que me vaya lo tenés completo.

Quería que se largara de una vez.

—Bueno —ella cedió a regañadientes, y se marchó.

El resto del día se evaporó. No sabia cómo había pasado. Inmerso en su tortura, sintió deseos de llorar, gritar, de arrancarse los huesos frágiles. El mundo era un infierno bajo sus pies.

Caminó hasta su casa. La gente que pasaba a su alrededor era una mancha oscura. La acera se hundía bajo sus pies. Escuchó el rugido del tráfico, sintió el olor de cigarrillos contaminantes, y en la boca, un sabor metálico.

Entró a su restaurante favorito de paso, sin fuerzas para continuar el viaje.

—Hola, Hun —lo saludó el adorable Minseok, su camarero—. ¿Lo de siempre?

Sehun asintió sin hablar.

—¿Te cuento algo? —dijo Minseok llenándole la taza con café—. Ayer, cuando te ibas al trabajo otra vez, entró un tipo y se robó el vaso que vos dejaste. Sé que pensó que nadie lo vio, pero yo si lo hice. No lo detuve, porque un vaso menos no es de mucha importancia. No es como si se hubiera robado dinero.

—¿El vaso que yo utilicé?

—Sipi. Re loco, ¿no? Envolvió el vaso en una servilleta y lo escondió. Bah, esos chiflados andan por todos lados...

—¿Era alto y rubio?  ¿Con cara sonriente?

—No. Tenia el cabello negro y era bajo. Tal vez de uno setenta y pico. Casi como de mi estatura. Y no, no era para nada sonriente. ¿Vos lo conoces?

—No. No lo conozco.

Conservó cierta lucidez para entender lo que había pasado. Ahora ese detective había obtenido sus huellas digitales que se irían a comparar con las dejadas en aquella escena. Kyungsoo lo sabría. Él  vendría a buscarlo y lo fusilaría en una celda. 

The End [ChanHun]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora