Prólogo

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Trece horas de vuelo eran demasiado para cualquiera. A Seungcheol le dolía la cabeza, el estómago, las piernas... en realidad le dolía todo el cuerpo. Jamás hubiese vuelto a Corea de no ser porque su padre había fallecido, y tuvo la genial idea de especificar ser sepultado en su país natal. Egocéntrico hasta después de muerto, pensó Seungcheol al enterarse. Así que una semana después de ser cremado, sus restos fueron trasladados al país asiático, y con él, Seungcheol y su madre. La ceremonia fue ostentosa, como se esperaba de un hombre dueño de una compañía hotelera. Mucha gente importante, y poco sentimentalismo. Todo debía ser perfecto, ni siquiera su madre derramó una lágrima, aunque ya sabía Seungcheol que cuando estuviera sola, se desahogaría hasta cansarse. Pero ese no era el minuto.

Luego del funeral, Seungcheol y la sra Choi regresaron a casa. El vuelo y la ceremonia los había dejado agotados. La casa estaba exactamente igual a como Seungcheol la vio la última vez que estuvo en ella, hacía seis años. Incluso su cuarto, que a pesar de estar limpio y resplandeciente, permanecía inmutable. Todo estaba allí: su uniforme escolar, sus medallas de artes marciales, incluso las fotos de los chicos de la secundaria. Estaba Jun con su cara de Adonis bien parecido, Seungkwan con sus cachetes regordetes, Jisoo guapo como siempre, y a su lado, con su larga cabellera rubia y su sonrisa angelical abrazando a Seungcheol, Jeonghan. Seungcheol sintió una punzada en el estómago. Dicen que el primer amor no se olvida, y Seungcheol lo sabía por experiencia, pues, a pesar de que ya habían pasado seis años desde que dejó su país natal, y desde que Jeonghan desapareció de su vida sin decir nada, jamás había dejado de pensar en él. Y aunque tuvo muchos amoríos mientras vivía en Estados Unidos, no tuvieron éxito, porque cada vez que estaba con alguien, seguía buscando en sus ojos los ojos de su Hannie, y eso, jamás pudo encontrarlo.

Estaba abrumado, los recuerdos inundaban su cabeza, y sentía que si continuaba en casa, su cerebro explotaría, así que decidió salir a caminar. La ciudad no había cambiado mucho. Aún estaba el café donde solía ir con Jeonghan, el Heaven's Cloud, famoso por sus capuchinos y sus tartas de fresa que a Hannie tanto le gustaban. En cambio, el parque al que solían ir a caminar cuando eran novios, ahora era un centro comercial. La casa de Jeonghan tampoco existía pues había sido demolida, y en esa zona se había construido un edificio de apartamentos. Seungcheol recordaba como si fuera ayer la primera vez que entró a su casa. Pequeña y humilde, pero mucho más acogedora que la propia. Jeonghan vivía sólo con su abuela materna, pues su madre lo había abandonado cuando pequeño y su padre se había suicidado unos años después. La abuela Yoon era muy dulce, siempre tenía galletas para él. Recordó también la primera noche que durmió allí, cuando no pudo marcharse porque hubo tormenta y la abuela lo amenazó con no dejarlo volver a entrar si se iba. Le preparó un futón en la habitación de Jeonghan, que jamás fue usado. Jeonghan estaba aterrado por los truenos y relámpagos y le imploró a Seungcheol que se quedara junto a él. Esa fue también la primera vez que hicieron el amor.

—Hannie... ¿Por qué me abandonaste?

Era una pregunta que Seungcheol se hacía constantemente. Estuvo vagando toda la tarde y cruzó la ciudad hasta el otro extremo. Estaba cansado y triste, así que entró al primer café que encontró, se sentó junto a la ventana, y pidió un expreso. La gente pasaba por fuera sin parar, como si el día no tuviera fin. Mientras bebía su café, recibió una llamada: los abogados de su padre solicitaban su presencia al día siguiente para hacer lectura del testamento.

—Vaya molestia —bufó.

Estaba pensando en eso cuando vio un rostro familiar por la ventana. Un chico de más o menos su edad, de contextura delgada y sonrisa angelical salía de la tienda de enfrente con una bolsa de víveres en una mano, y sujetando a un pequeño niño con la otra. A pesar de que ahora llevaba el cabello corto, Seungcheol estaba seguro de que era él: su Jeonghan. Se quedó paralizado. La última vez que lo vio, fue la noche que le dijo que su padre quería enviarlo a estudiar al extranjero para que pudiera hacerse cargo de la empresa. Seungcheol se había negado, y su padre lo amenazó con echarlo de la casa si no aceptaba. Seungcheol estaba decidido a no abandonar a Jeonghan, más éste lo convenció de que recapacitara. Sólo serían un par de años, y podrían seguir en contacto mediante las redes sociales y visitarse en las vacaciones. Al día siguiente, Seungcheol abordó el avión que lo llevaría a Estados Unidos. Se mantuvieron en contacto por un tiempo, pero un mes después, Jeonghan dejó de escribir. No contestaba el móvil ni los correos electrónicos, y las cartas eran devueltas. Seungcheol quiso regresar, pues temía que algo malo hubiese sucedido, sin embargo, su padre lo detuvo, prometiendo investigar. Unos días, recibió la noticia de que Jeonghan había desaparecido de la faz de la Tierra. Se había cambiado de casa, y nadie sabía dónde estaba. Seungcheol creyó que Jeonghan ya no lo amaba, y se convenció a sí mismo de que debía olvidarlo. Al verlo de nuevo allí, tan cerca que casi podía oír su hermosa risa, el cuerpo de Seungcheol se movió por instinto. Se levantó de la mesa tan rápido que derramó el café. Jeonghan se alejaba caminando

¡Si no me doy prisa, lo perderé! 

Más en su camino a la salida, tuvo la mala suerte de tropezar uno de los garzones y terminó en el piso y con una mancha de helado en la polera. Cuando al fin logró incorporarse y salir a la calle, su ángel había desaparecido.

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Hitomi no Jyuunin [EN EDICION]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora