Capítulo 1

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Andrés

Creí que era un sueño. No estaba del todo equivocado. Era un sueño volviéndose realidad, uno que tenía guardado muy dentro de mí, escondido hasta de mí mismo, pero no de ella. Desde que conocí a Elisa percibí su capacidad de observación, tal vez podría interpretar mi lenguaje corporal, mis posturas, mis silencios. Podía saber lo que pasaba dentro de mi alma como si la leyera.

Yo sólo, no hubiera sabido poner palabras a ese sueño, a esa realidad a la que ahora estaba despertando con mi miembro endurecido, sujeto entre sus dedos. Noté de inmediato que mis manos estaban sujetas hacia la cabecera de la cama. Esas esposas de cuero sujetaban mis muñecas con cuidado, pero con firmeza, como lo hacía Elisa más abajo. Iba a decir algo, no sé qué, pero ella me silenció con un dedo sobre los labios. Sin soltarme, deslizó su otra mano por mi pecho. También me pellizcaba, y con sus uñas me causaba breves momentos de dolor que curiosamente encontré deliciosos. Me sorprendí admitiéndolo para mí mismo, permitiendo que se revele lo que ella intuía, y lo que yo comprendería mejor por medio de la experiencia.

Lentamente me llenó de besos; sobre la cara, el cuello, el pecho, las piernas. Con cada beso me dejaba la marca de su lápiz labial. Con ternura pintó sobre mi piel el mapa de su territorio. Lo reclamó suyo. Se puso de pie para admirar su obra, y mi miembro, que ya apuntaba al cenit con la firmeza de una columna de mármol. Sonrió y pasó su lengua lentamente alrededor de sus labios. Tomó de su cartera su cámara, con la cual inmortalizó el momento.

Yo me sentía vulnerable, algo avergonzado por mi imprevista situación de modelo, y al mismo tiempo tan excitado que no podía dejar de mirarla. No me salía una palabra, pero sabía que algo importante estaba comunicando con mi expresión.

Ella se acercó caminando como una gata sobre la cama. Cuando sus labios llegaron a mi sexo, todo mi cuerpo se estremeció como sacudido por una dulce e intensa descarga eléctrica. Con su peso sobre mis piernas y mis manos sujetas, la sensación se intensificó por la sensación de estar bajo su control.

Su control. Su dominación. Esos términos me resultaron inquietantes cuando me los mencionó pocos días antes. Tenía otra idea de la cuestión, no imaginaba nada de esto. De pronto ella dejó de actuar sobre mi sexo. Acercó su rostro y la encontré irresistible con su cabello revuelto y en sus ojos brillando el deseo. "¿Ahora lo comprendes mejor?" Ella conocía la respuesta, agregó:

- ¿Quieres que ya te suelte?

-No.

-Pídemelo bien. -ordenó.

Entonces dije por primera vez lo que luego repetiría muchas veces con gusto:

-No me sueltes aún...mi Señora.

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