"Siempre atento, siempre sólido y elocuente

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"Siempre atento, siempre sólido y elocuente.
La realidad tendría que ser eficiente.
Siempre libre, fresco y etéreo.
Su mundo es un sueño hecho de anhelo."




¿Por qué se debe pedir un deseo?

El chico de pelo castaño formuló la pregunta en voz alta, cosa que realmente no había querido hacer. Su cuestión venía desde un lugar inusual, de aquél inconsciente que él había intentado borrar con sus pragmatismos.

—Todos son jóvenes cuando sienten la calidez de la primera taza de té.

Ante la respuesta de la mujer, que se había ido a ordenar una de las cortinas que se habían caído por la abrupta salida de la chica de las preguntas raras, él frunció el ceño.

—Yo no sentí nada.

—Bueno, entonces tenés un alma vieja, querido.

Frío elevó las cejas.

—Sí, claro. El alma existe y se puede viajar en el tiempo, claro —soltó con escepticismo.

Frío era un chico joven, de rasgos ambiguos y ojos color mar. La vida lo había sepultado en las sombras de la ignorancia, de la mala memoria y de las peleas con los días que casi siempre lo dejaban sin ánimos de vivir entre los que él debería denominar como suyos. No le gustaba socializar, y menos por las experiencias que había tenido en la adolescencia. Esas vivencias, que poco se habían escondido en las sombras de su mente, marcaron lo que la mujer de sonrisa pacífica y eterna, veía desde el ventanal.

— ¿Cuántos sueños creaste hoy?

La pregunta lo dejó descolocado.

— ¿Qué? Hace preguntas muy raras, señora.

A pesar de la burla transmitida con la voz monótona del chico, la mujer volvió a repetir la pregunta con un tono desafiante y juvenil que le molestó.

— ¿Cuántos?

Frío se centró en la tibia taza de té.

—Ninguno —soltó por lo bajo.

Él no entendía la curiosidad de la mujer. Ya estaba pensando que estaba tan loca como todo el mundo; tan alegre, tan calmada, tan "sonrisitas". Mientras que Frío estaba de azul y gris, ella desbordaba otoño en su actitud.

—Eso es mentira —sentenció la mujer.

—Usted no sabe qué es mentira y qué es verdad en mi vida, ni en la suya, ni en la de nadie. Nadie sabe nada, nadie entiende qué es qué, ni siquiera yo, que vivo desde mi consciencia...

— ¿Y no será por éso que no entendés por qué no podés sentir la vida de los demás?

Él la miró sin entender.

— ¿No será por éso que tu pensamiento ya voló de tu cuerpo, como también lo hizo el calor? ¿No será por tu encierro que tu mundo es como es? ¿No será tu individualidad la razón de su futura desdicha?

—Pero, ¿de qué habla?

La mujer había regresado al lugar en donde él la vio por primera vez, detrás de la mesada en dónde residían todas esas tazas sin usar y en dónde la suya, casi fría por el té, temblaba a causa de su impresión.

— ¿No será que por tu anhelo de encontrar aquélla pausa tan deseada, tu vida se está tornando tan gris y vacía como, en un futuro, también se volverá tu corazón?

—Usted no sabe nada.

Frío se levantó del asiento y se dirigió hacia la salida del local. Él no quería escuchar más locuras como las que le habían dicho de chico, no quería que le soltaran todas esas locuras otra vez.

No otra vez.

—Sabés que ésa es la verdad, querido.

Él la miró mientras negaba con la cabeza, con un pie fuera del lugar, con un ceño fruncido que denotaba reticencia e irritación.

—Loca —le dijo antes de salir.

—Mi nombre no es Loca, es Leticia —escuchó al final.

Él, inexplicablemente, sabía que aquella mujer sonreía, a pesar de la tristeza que Corazón roto padecía desde su caparazón de cristal.






Tazas de té en veranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora