El gato maldito (Bileysi Reyes)

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Cruzó débil e indeciso, me preguntaba qué carajos había sido eso, era una especie de relámpago cortante, «eso, eso, un relámpago cortante con ojos de fuego, el gato, el gato maldito».
Me levanté de la cama y corrí hacia el lavabo, la casa estaba en penumbras, «la casa, la casa también, ¿en qué diablos estaba pensando cuando compré esta maldita casa y su gato?»
El agua corría a chorros por mis manos y caía fresca en mi cara, de súbito y por costumbre estaba a punto de mirarme en el espejo, pero recordé un suceso de esa misma semana:

***

El agua del grifo caía plácida y fresca en mi cara, cuando sentí el aroma metálico característico de la sangre, abrí mis ojos y era así, «estaba roja, cada vez más roja y haciéndose espesa cada vez más espesa sí, funesto olor metálico de la sangre», la luz estaba apagada, justo como ahora, no creía que fuera necesario encender la luz, la ventana estaba abierta y se podía ver el claro de la luna, «sí, se podía ver el claro de la luna, ¡oh luna! tú que puedes ver desde su altura las criaturas de la noche, vivas o muertas, espectrales y siniestras desde tu altura segura», de pronto, sentí un escalofrío en la nuca, algo me observaba, «¿qué era eso? Es solo mi imaginación, si, es mi imaginación». Miré al espejo, ahí estaba siniestro y cortante, dos ojos brillantes detrás de mí, miré hacia atrás y no vi nada, me fui a la cama donde me costó dormir pero lo hice, la próxima vez controlaría el impulso de mirar el espejo, «lo haría oh sí que lo haría» el sueño venció, caí profundo en un abismo y estaba el gato, un laberinto, «un oscuro y espantoso laberinto», el gato me observaba desde la oscuridad del frente, la luna estaba clara pero el lugar estaba oscuro, entonces un grito desesperado emergió de la tierra, un grito funesto, gutural, parecía salido de las entrañas del mismísimo infierno a espaldas de mí, «eso es, estoy en el laberinto del infierno y este gato pertenece a esto este maldito gato del infierno» de pronto, sombras cubrían el cielo y el sonido denso de una llaves, unas llaves al caer y pasos, pasos sonoros que se detuvieron.

Desperté en la cama, los sudores caían a chorros por mi cien y cara, sí por mi cien y cara, pero estaba de día, de día nada parece grimoso, de día la casa es mía, la había comprado el dos de marzo de del 65, antes de la guerra civil en República Dominicana y tenía tres meses viviendo en ella, estaba abandonada, pero la hice lo que es ahora, un lugar habitable, lo que nunca supe fue que al hacer eso estaba quitando el hogar a un inquilino muy extraño, demasiado extraño, ya verán porqué un gato negro vivía en mi casa. Los vecinos le llamaban el gato de la casa embrujada, intenté dejar el gato afuera muchas veces pero nunca pude, sospechaba que tenía algún pasadizo secreto, así que busqué por todos lados, oh sí busqué por todos lados, revisé cada borde, cada esquina de la casa fue inspeccionada por mí pero no hallé agujero alguno, ningún agujero había. Tres meses, tres meses viviendo en la casa y estaba perdiendo el juicio, pero no, estoy muy cuerdo aunque las sombras, las pesadillas y el gato no me dejaban en paz. No dormía bien, no duermo ahora, todo como si, como si, el gato estaba enojado porque habitaba la casa.

Decidí indagar sobre la casa y su dichoso gato, no conseguí mucha información de los vecinos, pero el niño más pequeño de la familia Pérez me dijo que hablara con Aguildo, el hombre más viejo del barrio que se sabe todos los cuentos.

De mala gana tomé mi desayuno eran donas y café, escuché el arrullo del gato bajo la mesa, sonaba como un motor, fuerte e incesante, el gato salió de debajo de la mesa, se subió en ella y se comió una dona de chocolate. Se acercó al viejo sofá y se restregó en él, luego con un maullido se perdió por una de las habitaciones de la casa. Salí en busca del viejo Aguildo, pero me encontré con que debía esperarlo porque había salido a hacer algunas diligencias.

Me senté en el sofá, las horas pasaban y el viejo no llegaba, decidí entonces salir y dar un paseo para no seguir importunando a la muchacha que quería limpiar, afuera pensé en volver a la casa pero no quería regresar y pasar otra noche más sin saber sobre el origen del maldito gato.


Caminé por horas vagando por todo el barrio, más allá de donde siempre había ido, las casas eran parecidas a medida que pasaba se me hacían más parecida a la mía, solo que mi casa parecía ser la más grande.
Vivía solo desde los dieciocho años, tenía una novia hermosa pero desde que había llegado a la casa me había olvidado de todo, «todo por ese maldito gato que no me dejaba vivir en paz». Tres o cuatro más casas al frente se encontraban la casa del viejo Aguildo, lo vi de lejos, no tengo idea cómo pero sabía que era él, le vi con un ramo de girasoles frente a su casa.


Logré hablar con el viejo, parecía tranquilo pero solo me pudo decir que conoció a un señor, al cual no le tenía mucho aprecio, que había escuchado que había vendido su alma al diablo, que el señor estaba loco, loco, loco muy loco que su animal favorito era el unicornio, su decisión le costó la muerte a él y las personas que vivían en su casa.

Regresé sudoroso, apenas entraba las seis de la tarde, sentía como las gotas de sudor iban corriendo por mi espalda. Se acercaba la noche, de noche la casa es suya, de noche, de noche todo parece grimoso.

Había tomado la cena temprano y me acosté en el sofá, como siempre desde el primer día empiezo a sentir movimientos en las habitaciones pero nunca veía nada, nunca, nunca veía nada, decidí leer un libro e ignorar todo, a las once y treinta me fui a la cama, pensé en Rebeca, mi dulce y joven novia quien tenía unos meses sin ver, pero recibía sus cartas y más de una vez le había enviado alguna. Le he contado acerca de la casa y me dice que la venda, ella no querrá vivir en una casa como esta.

Me acuesto y siento como si todo mi cuerpo está caliente, miro hacia la puerta el gato me observa fijamente con los ojos endemoniados, le molesta que haya ido a la casa del viejo Aguildo, lo sé, es un gato muy meticuloso y lo sabe todo. Me siento en la cama a la defensiva mientras entra sigilosamente moviéndose como un depredador que intenta intimidar a sus presa, rodea el borde de la cama y luego salta sobre ella, esta vez mirándome fijamente mientras observo sus patas moverse de un lado a otro, el gato se sienta y empieza a lamer sus patas no sin dejar de mirarme, luego se acuesta justo a mis pies.

«Está esperando me que duerma, sí eso, está esperando que me duerma pero no lo verá». Dejé la luz encendida mientras miraba el gato con sus ojos endemoniados, él no bajaba la guardia yo tampoco. Horas más tarde seguimos con lo nuestro mientras empiezo a sentirme tan cansado cada vez más cansado y mis ojos se quieren cerrar. Intento mantener los ojos abiertos pero no puedo hasta que sucumbo y...

***

El sueño venció, caí profundo en un abismo y estaba el gato, un laberinto, «un oscuro y espantoso laberinto», el gato me miraba desde la oscuridad del frente, la luna brillaba pero el lugar estaba oscuro, un grito desesperado emergió de la tierra, un grito funesto, gutural, parecía salido de las entrañas del mismísimo infierno a espaldas de mí, «eso es estoy en el laberinto del infierno y este gato pertenece a esto este maldito gato del infierno» de pronto, sombras cubrían el cielo y el sonido denso de una llaves, unas llaves al caer y pasos, pasos sonoros que se detuvieron.

Esa vez no desperté, aquí estoy dentro del laberinto del infierno, los pasos sonoros pertenecen al dueño de la casa y su gato, yo solo era un intruso que compró la casa un dos de marzo del 65 antes de la guerra civil en República Dominicana, estoy encerrado en contra de mi voluntad sin tener mucha información, al parecer todo aquel que compre la casa estará en las mismas circunstancias.


  Bileysi Reyes                                                               (Dominicana)

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Bileysi Reyes (Dominicana)

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