Yo estaba saliendo del edificio, iba camino al trabajo cuando la vi, tenía el pelo color castaño, lo traía suelto, venía vestida elegantemente, usaba un vestido color azul rey, cartera roja y tacones rojos. Un joven le traía el equipaje, el portero del edificio; ella no traía anillo de compromiso, pero posiblemente tenía novio o mil pretendientes. Quería ayudarle, pero no necesitaba ayuda, ya tenía al chico. Que mala suerte, pensé.
Alcance a ver el número de la habitación en las llaves, sentí una gran emoción, se pasaba al lado de mi habitación, que más podía pedir yo, el tiempo se me hizo lento y ya estaba diseñando todo un plan para hablarle. Podía ir a pedirle un poco de azúcar, sal, café o cualquier otra cosa, sólo para verla y hablarle, me imaginaba una voz tan dulce como la miel.
Me fui feliz al trabajo, ese día se me hizo lento, cada cierto tiempo miraba la hora, ya quería ir al edificio. Mi jefe me notó muy distraído lo cual no le gustó mucho.
- Oye Leonardo deja de perder tiempo, - lo dijo con muy mala cara.
- Lo siento jefe, no volverá a ocurrir, - le dije con voz temblorosa.
Ese viernes llegué a casa, descansé un poco y decidí ir donde esa hermosa chica. Toqué y se demoró en abrir, estaba un poco sudada y agitada.
- ¡señorita Frida!, - se oyó una voz masculina.
- Ya voy, - dijo ella.
- ¿Qué necesitas?, - me preguntó.
No dije nada, estaba perplejo, me quedé parado pensando en lo estúpido que me sentía.
- ¿Te sientes bien?, - me preguntó, la notaba preocupada.
- Ya vengo, - me dijo y luego ingresó donde el hombre se encontraba.
Dos minutos después regresó con el hombre éste estaba vestido de plomero, sentí un alivio y lo comprendí todo, él le estaba arreglando un problema con el lavamanos y ella estaba agitada porque estaba desempacando, además en esos tiempos de verano, el calor no ayuda mucho, volví a mí en el acto. Ella le dio un dinero y se despidieron. Vi desaparecer al hombre en las escaleras.
- Hola, - le dije un poco apenado.
- Hola, ¿en qué te puedo ayudar?, - me dijo.
- Se me acabó el azúcar y necesito un poco, - le dije.
- ¡Claro! espera te traigo, - me dijo con gran entusiasmo.
Fue por el poco de azúcar y lo trajo en un pocillo de ella, yo no llevé porque así la podría volver a ver cuándo se lo fuera a devolver.
- Mira aquí está el azúcar, me traes el vaso cuando puedas.
- Gracias, - le dije y luego me despedí.
El resto del día estuve pensando en ella, ya sabía su nombre y lo mejor no se lo tuve que preguntar; al día siguiente regresé del trabajo y le llevé el pocillo. Le volví a dar las gracias, luego le pregunté sobre su cambio de vivienda.
- El trabajo, - me dijo.
- A veces es duro, - hice como si la entendiera, aunque en realidad no tenía idea del motivo laboral.
Asintió con la cabeza, luego me despedí. Transcurrió una semana y cada día sentía con mayores ansias la necesidad de verla, pero debía ser paciente, debía esperar la reunión que se hacía mensualmente en el edificio, en la cual se recordaban normas, cambios que iban a tener y cambios en la infraestructura. No faltaba mucho, miré el almanaque. Faltaban dos días, pensé, sólo dos días, dos largos días...
El día de la reunión llegué cinco minutos tarde, ella estaba en la parte de atrás, donde había muchas sillas disponibles, inmediatamente me dirigí hacia donde ella.
- Hola, - le dije.
- Hola, ¿cómo has estado? – me preguntó.
- Muy bien, ¿y tú? – le pregunté.
- Bien – me respondió.
- ¿Qué han dicho? – le pregunté.
- Nada, el encargado no ha llegado, - me preguntó.
- Que bueno, no me he perdido de nada, - le dije
Hubo un momento de silencio.
- Si se tardan, ¿no? – me dijo.
Asentí.
- ¿Cómo te llamas?, - le pregunté, aunque yo ya sabía la respuesta.
- Frida, ¿y tú?, - me preguntó.
- Leonardo, - le respondí.
Continuará...
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Al lado del amor
RomanceUn hombre al cual le llega el amor a la puerta de su casa deberá usar estrategias para ser correspondido, ¿lo logrará ?..