La Dama de los mosquitos

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Me llamo Juan Fernández López, un nombre de lo más corriente, hombres que tienen nombre como el mío los pueden encontrar a patadas. Lo que quizás no es tan común era mi profesión: era entomólogo, es decir, que mi trabajo consistía estudiar a los insectos. Seguro que se preguntarán que clase de persona se dedica a los bichos, pues bien, gente como yo, a los que los insectos nos apasionan: su anatomía, su alimentación, sus costumbres,... Si, ya se, están pensando que soy un "friki", y no, no me avergüenzo de serlo, ni mucho menos.

Cuando entré en la universidad tenía el sueño de ser un entomólogo de campo, de los que van a exploraciones y encuentran un montón de especies no conocidas, y que mi nombre se haría famoso en todas las facultades de entomología y zoología del mundo. Pero luego llega la realidad, cuando ves que hay muy pocas plazas para los investigadores, y que estas son ocupadas por aquellos que sacan matrícula de honor. Después de la decepción, y de maldecir mi mediocridad, me decidí dedicarme a la entomología económica, es decir, a aquella parte que se dedica al estudio de los insectos considerando los beneficios económicos que se puedan obtener de ellos o los perjuicios que estos puedan causar como transmisores de enfermedades o como plagas.

Esto me llevó, lejos de llevar una vida llena de aventuras como explorador, a conseguir una plaza de funcionario en el ayuntamiento de mi pequeña ciudad. Una suerte, dirán muchos de ustedes: trabajo fijo, el sueldo asegurado, un mes entero de vacaciones al año y encima no me pueden despedir. Pero para mí era una vida monótona y aburrida, sin ningún aliciente. Trabajar de ocho a tres los cinco días a la semana, durante once meses al año, y mi trabajo era más propio de un técnico en control de plagas que de un entomólogo: buscar y retirar avisperos, identificar cucarachas y buscar el método más rápido de combatirlas, vigilar el número de polillas de la ciudad, etc. Y lo peor: ¡Papeleo, papeleo y más papeleo!

Lo único nuevo que había pasado últimamente es un aumento de los mosquitos tigre en la ciudad. Estos mosquitos provienen del sudeste de Asia, y a causa de la llamada "aldea global" se ha extendido casi por todo el mundo. Se la considera una de las más dañinas y peligrosas especies invasoras del mundo, ya que pueden transmitir enfermedades.

Desde que llegó en el 2006, su población había sido bastante estable en la zona, y creo que en gran parte ha sido gracias a las medidas que como profesional adopté, y también a la información y las instrucciones que hice difundir y circular para la población de la ciudad.

La mañana en cuestión de la que quiero hablarles llegaron varios informes dónde decía que diferentes personas había visto una gran cantidad de mosquitos tigres en el bosque cercano a la ciudad. Un testigo incluso afirmaba haber visto una gran nube de estos mosquitos en la mansión vieja del bosque la noche anterior. Todo esto a mí me pareció muy extraño, ya que estos mosquitos hacen vida durante el día, y además solo se acumulan en nube en lugares donde hay mucho agua estancada, como rieras, estanques, pequeños lagos... Y este no era el caso, porque la mansión no tenía, ni estaba cerca de ningún lugar así.

Pero mi jefe, el responsable del departamento de salud, empezó a darme la paliza: que tenía que comprobarlo, que ese era mi deber porque yo era el de los bichos, que mi sueldo tenía un plus para estos casos de trabajar fuera de horas... Total, que me vi obligado a ir a investigar.

Antes de irme me acerqué a la oficina de urbanismo, y me documenté sobre la mansión. Los datos decían que era del siglo XVIII. Que estuvo deshabitada por más de cincuenta años pero que hacía unos meses había sido comprada por una mujer de nombre asiático, y que acababan de restaurarla.

Con todos estos datos en mi cabeza, me preparé para mi "excursión" nocturna: ropa y calzado cómodos, agua, barritas de cereales, linterna e instrumentos de entomólogo. Después de cenar cogí el coche y fui hasta el bosque.

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