Capítulo IX El reencuentro tan deseado: Perdóname

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Con cada minuto que transcurría sentía que la noche se hacía mucho más pesada. A ciencia cierta no sabía cuanto tiempo llevaba ojeando el libro abierto en mi regazo, tan solo leía ciertos fragmentos de cada capítulo que me habían arrebatado uno que otro suspiro, un escalofrío o produjeron, tan solo, humedad desmedida en mis almendrados ojos. Parpadeé en un par de ocasiones para enfocar mi vista con claridad y luego, seguía con la lectura, en donde no dejaba de sentirme identificada con la protagonista. Parpadeé nuevamente, tratando de aliviar el ardor que sentía en esos órganos, pero estaban tan irritados que al estar en contacto con mis parpados la picazón se multiplicaba, aun así no paré hasta devorarme el ultimo capítulo en su totalidad.

Algunas frases las susurré, repetidas veces, a la penumbra a mi alrededor, dándole a cada palabra un significado más profundo que la primera vez que las había leído. Cerré el libro con fuerza al tiempo que hacía lo mismo con mis ojos. Mis labios se habían contraído tratando de ahogar sollozos que querían salir de mi interior en forma de gemidos. ¿No era suficiente con las lágrimas?.

Dejando de lado todo el malestar que sentía comencé a murmurar, nuevamente, algunas de las frases que me detuve a leer incontables veces hasta que las memoricé:

... — Me encantaría ir, con una condición...

— ¿Sí?

— Tienes que prometerme que no te enamorarás de mí...

Tal vez parecía una desquiciada susurrándole al aire con los ojos cerrado, pero no podía evitarlo.

... El amor es siempre paciente y amable. Nunca es celoso. El amor nunca es jactancioso o presumido. Nunca es descortés o egoísta. No es ofensivo y no es resentido. El amor no toma placer de los pecados de las otras personas, pero se deleita de la verdad. Está siempre listo para perdonar, para confiar, para creer, para esperar, y para soportar lo que tenga que venir...

Sentí mi corazón acelerarse al oír y sentir un movimiento muy cerca de mi, abrí lo ojos con brusquedad una vez terminé de mascullar aquel párrafo memorizado con cariño.

— Quizás sea el viento — Pensé al haber escuchado unas hojas crujir. Volví a unir mis parpados dejándome rememorar fragmentos de la historia:

... — No puedes estar enamorado de mí. Podemos ser amigos, podemos vernos... Pero no puedes amarme.

— ¿Por qué no?

— Porque...

No logré continuar con lo que seguía ya que los gemidos que trataba de apagar habían aprovechado el momento en el que separé los labios para llenar mis pulmones de aire para escapar. No podía controlar si quiera la abundante cantidad de líquido salado que salía de mis ojos. Entre hipidos dejé caer el libro en mi regazó al suelo resonando contra el mismo cuando lo tocó, mientras deslizaba las palmas de mi mano sobre mi vientre con suavidad.

Mi labio titiritaba de forma incontrolable, estaba haciendo mucho frío.

— No puedo sopórtalo más — Gimoteé sintiendo mi pecho subir y bajar rápidamente, siguiendo el ritmo acelerado de mi respiración — Perdóname, Draco. Te extraño tanto... — Susurré con dolor mientras cubría mi rostro con ambas manos. No podía parar de sollozar, no podía hacerlo y conseguía con esto que el desconsuelo que sentía corriera a toda velocidad por mis venas, tocando de esta forma cada órgano, cada célula hasta la más remota fibra de mi ser... destruyéndome — Te necesito amor... — El solo pronunciar aquella realidad me había lastimado tanto que continué llorando con el rostro cubierto por mis manos.

— Estoy aquí.

Enmudecí. Paré los sollozos por un momento, tan solo me permití respirar, aunque parecía difícil. Aquella voz yo la conocía, aun cuando había sonado diferente, sabía quien era su dueño. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y en ese momento decidí ponerme de pie con el punzante terror de que mis piernas fallaran. Dejé caer mis brazos sin fuerza a los lados de mi cuerpo logrando así liberar mi rostro y al mismo tiempo mis ojos.

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