Un nuevo año inició en Snowland y la temperatura disminuyó. La nieve se acumuló en las calles y las entradas de las casas necesitaban ser barridas para quitar los centímetros de polvo blanco que se apilaba. Los pueblerinos vestían gruesos abrigos de piel, hechos por las esposas y mujeres; los niños corrían y armaban muñecos divertidos, incluso hacían concursos para amenizar el ambiente.
En el reino, las sábanas ligeras eran reemplazadas por cobertores de fino algodón y las chimeneas altas expulsaban fumarolas de humo gris en el aire. La servidumbre se alistaba para servir bebidas calientes y las cocineras preparaban caldos. El silencio se resguardaba en la oscuridad del palacio, anunciando los meses más fríos.
Yuuri temblaba en su cama sin salir de las cobijas que lo envolvían. Sus dedos estaban gélidos, no soportaba el clima de Snowland. Detestaba la nieve y odiaba tener que compartir la recámara con alguien más, alguien a quien no amaba, pero que le había otorgado el permiso de tomar como esposa a Yuko.
Viktor rondaba los bosques con sus típicos trajes de príncipe color azul o rosado con detalles en plata y oro. Caminaba y sus botas negras se hundían, indicándole que era la época que más disfrutaba. Los árboles a su alrededor se blanqueaban y, a veces, grandes avalanchas caían sobre sus hombros, pero eso no lo detenía. A él le encantaba enterrarse en la blancura del suelo y podía permanecer horas así, mirando al cielo y oyendo el silencio.
Los animales debían estar invernando, a excepción de aquéllos que aullaban en la noche. Solía encontrárselos devorando a conejos, pero jamás lo atacaban. Era como si tuvieran una conexión especial; Viktor los observaba con una sonrisa y los lobos fijaban sus ojos amarillos en él. Extraño, ¿no? Había mucho de ese chico que nadie conocía, ni siquiera Ulysses.
Ese día se internó en el bosque desde temprano, cuando el sol apenas se asomaba en el horizonte. Yuuri no había despertado y tampoco es que quisiera acompañarlo, así que agarró su abrigo y salió del castillo. Corrió hasta adentrarse en lo más recóndito de ese lugar y trepó a uno de los pinos.
Los rayos del sol empezaron a cubrir su rostro y su pálida piel cobró un brillo especial. Su cuerpo, aunque era frío, se calentaba poco a poco. Unió sus manos frente a su boca y exhaló una bocanada de vaho en ellas. Se sentía bien estar ahí, se sentía bien vivir en el reino helado.
No tardó mucho en la cima del árbol y descendió con sumo cuidado, apoyándose de los troncos y ramas. Continuó su aventura y se escabulló a sus sitios preferidos para recolectar moras que nacían escondidas. No era común, pero había más secretos y a él le gustaba descubrirlos.
—Ellos —balbuceó al divisar a lo lejos un par de lobos blancos que comían un pedazo de carne despellejada—. Son esos traviesos.
Ignoró el banquete de los animales salvajes y arrancó unas moras, sin embargo, escuchó un aullido a unos metros de donde se hallaba. Giró la cabeza hacia la derecha y su hermosa vista se topó con los majestuosos lobos contemplándole.
—No soy tu presa, sólo vine por fruta —avisó, creyendo que sería como la última vez—. Anda, váyanse.
Obviamente no se irían, lo supo cuando se acercaron más y más. Tragó saliva y soltó las moras para huir. Sus pasos no tomaron un rumbo fijo, sólo intentaban escapar de allí para salvarse. Viktor no se fijó que adelante no había camino y resbaló fácilmente, cayendo al precipicio sin darle oportunidad de gritar.
—No puedes morir —susurró una voz al ver al príncipe desangrarse por las heridas—. Tú no puedes morir.
La mujer de cabellos platinados bajó hasta Viktor y lo cargó en sus brazos. Ése ya no era un rostro perfecto, el rojo dominaba en sus facciones y el pulso de su respiración decrecía. Se estaba muriendo, sabía que no aguantaría más de una hora y no lo buscarían.
ESTÁS LEYENDO
Reyes del invierno #Pausada
FanfictionEl norte y el sur; la nieve y las flores; la Luna y el Sol. Siempre han sido reinos opuestos, pero también han estado obligados a mezclarse. El destino no es un dictador, lo es el dios que descendió a la Tierra y tiñó los cabellos de sus hijos, otor...