La Fuente de Miel

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Estuvo caminando de un lado a otro esperando encontrar algo que llamara su atención. Nunca se había sentido tan poco animada, incluso pelear con su hermana no la entretenía, así que cuando observó que la puerta del cuarto de plegarias estaba abierta la curiosidad por saber lo que había dentro la carcomió.

Se maravilló al observar  aquel gran cristal debajo de ella. Todas esas voces rogando ya la estaban mareando, pero rápidamente encontró la forma de evadirlas y solo concentrarse en algunas en específico.

—Trae al joven al centro del cristal —su hermana detrás de ella la hacía brincar del susto.

—¿Qué haces aquí? Puede ser posible que nunca me aleje de ti —protestaba molesta.

—No se supone que tú estés en éste lugar, nadie más que Elessar puede entrar, pero henos aquí —con aquella sonrisa odiosa se acercaba más a ella —. Ahora ¡trae al joven al centro del cristal! no sé qué haces pendiente de los ruegos de aquellas personas tan poco agraciadas.

—¿Qué joven? —buscaba con su mirada, pero eran demasiado personas orando al mismo tiempo.

—Estás ciega Nahari, allí a tu izquierda —en efecto entre la multitud un joven orando arrodillado en un bosque resplandecía por su belleza.

—¡Oh! ¡Qué buena vista tienes Ittaí! —sorprendida por su hermosura hacía un movimiento con su dedo trayendo la imagen del joven al centro del cristal y borrando la imagen de esas otras cientos de personas —¡Es hermoso! —sus ojos iluminaban. Eran diosas viviendo entre dioses, pero solo aquel joven de cabellos negros rizados y ojos cafés las había hipnotizado.

—No sabía que los hombres fueran tan lindos. Siempre creí que eran la peor creación de ÉL ―lo observaba con suma atención, cada uno de sus cabellos le parecía impresionante ― Pero… se ve —buscaba aquella palabra que describiera ese sentimiento —… se ve… Ahg ¿cómo es que se le dice cuando alguien no está feliz?

—¿Aburrido? —respondía Nahari dudosa.

—¡No! Recuerdas cuando los hombres renegaron de ÉL y se fueron con tú sabes… el que está debajo de la tierra, ese día ÉL estuvo…

—¡Triste! —contenta chocaba sus manos.

—Eso, por primera vez aciertas en algo Nahari. Éste joven se ve triste.

—¿Por qué los humanos se ponen tristes? No lo entiendo, ¿alguna vez hemos estado tristes?  

—No. O estamos felices, aburridos o molestos. Nosotros no nos entristecemos, solo ÉL y los humanos lo hacen. Para estar triste debes amar algo que no seas tú misma —ambas comenzaron a reír, aquello al menos para ellas era imposible.

—¡Mira! Hasta ésta botando algo de sus ojos —abismada Nahari señalaba ese algo.

—Llora Naharí, ¡Llora! —A veces no creía que fueran gemelas —esas cosas son lágrimas, una vez Tabba me lo dijo. Cuando están tristes lloran.

—Yo quiero saber porque llora, así que ya no hables más Ittaí, tengo que escuchar.

—Tenemos que escuchar, haz que su ruego suene lo suficientemente alto —ordenaba.

El joven sentía que su vida se estaba acabando, miles de victorias había ganado para su padre. Peleó con fiereza no en la búsqueda de poder, sino con un propósito más noble y ahora tan solo sentía que todo era en vano.

Arrodillado en medio de aquel bosque tan extraño miraba al cielo buscando la ayuda de los dioses.

“Sé que en múltiples ocasiones renegué de ti, no logro entender porque permites que tanto dolor llene nuestro mundo, grité y dejé de creer que alguien en el cielo nos cuidaba, pero hoy eres lo único que tengo. El amor de mi vida se me escapa de las manos, la dejé en la búsqueda de conquistar la tierra prometida, la tierra que mana leche y miel. Bien sabes que no lo hice porque quisiera riquezas, sino porque necesitaba de la milagrosa miel para curar a mi amada Iara, pero aquí no hay  nada, al menos nada que cure su alma. Estoy aquí rogándote —las lágrimas cada vez con más intensidad desbordaban de sus ojos —que hagas un milagro, sabes lo mucho que la amo, lo buena que es. Ella es… es… perfecta, con solo verla te sientes bien, es la única razón por la que vivo. Haré lo que me pidas para que ella viva, tan solo haz algo —esperaba ver algo del cielo, necesitaba una respuesta rápida. Al no ver nada empuñaba sus manos golpeando el suelo —¡Maldita sea haz algo! No te la lleves de mi lado ¿acaso no hay suficientes ángeles en el cielo contigo?”

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