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Llevaba casi cuarenta minutos sentado en la misma posición y su pierna ya estaba completamente entumecida, de hecho, ya no la sentía

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Llevaba casi cuarenta minutos sentado en la misma posición y su pierna ya estaba completamente entumecida, de hecho, ya no la sentía. Pero no importaba, no iba a moverse mientras ella descansara sobre su regazo, verla allí dormida, tan perfecta y sublime, era una de las visiones más hermosas del universo. Sonrió al escuchar el sonidito chistoso de su ronquido, a causa de las adenoides que debían extirparle en unas semanas, su cabellito oscuro y lleno de rulos, sus labios carnosos y sus largas pestañas le recordaban a su madre, ¿cómo podía ser tan parecida? ¿Cómo podía vivir Enrique con el recuerdo vívido de su esposa corriendo de aquí para allá cada día de su vida? Incluso a él le dolía verla a veces, cuando tanto necesitaba los consejos desenfadados de su prima Nadia.

Se preguntó qué le habría dicho ella si estuviera viva y como si la hubiera llamado, escuchó su voz en sus recuerdos:

«Lo que pienso es que eres un idiota, Luciano, un tremendo idiota. ¿Por qué no haces algo que te haga feliz? ¡La vida es tan corta para pasársela renegando de tu trabajo! Se suponía que eso era lo que querías, ¿no?»

Sonrió con melancolía, de hecho no sabía si eso era lo que alguna vez había querido o simplemente no había encontrado otra cosa y se había convencido a sí mismo de que aquello era su sueño. Incluso cuando todos se burlaban de él, la única que siempre lo apoyó había sido Nadia. Y la vida, tan horrible y despiadada, se la había llevado tan temprano.

Y Enrique, él sí que era fuerte. Volvió a mirar a la pequeña Nadine para repetirse la misma pregunta: ¿cómo hacía su mejor amigo para seguir a pesar de su gran pérdida? Y es que al lado del sufrimiento de Kike sus problemas parecían tan tontos. Una periodista loca que lo perseguía a sol y a sombra y que lo único que quería era hundirlo creando rumores como que era un ermitaño malhumorado que escupía a las fanáticas que se apareciesen en su puerta o que tenía alguna clase de enfermedad incurable, disfunción eréctil o lo que fuere, la imaginación de Morgana no tenía límites, pero todo lo que ella escribía era leído o escuchado por miles de personas, algunas de las cuales asumían sus mentiras como si fueran las verdades más absolutas del universo. Y a él todo aquello lo tenía agobiado, agotado, quería acabar con Morgana y con todo lo que ella representaba en su vida. Pero incluso así, con su dolor y su pérdida, sus días cargados de monotonía y el sonido de flashes como música de fondo, su soledad eterna y su dificultad para confiar en las personas; nada era comparable con la pérdida de Enrique, él nunca había perdido a nadie que le doliera tanto en la vida, no de la forma en que le dolía a Kike, y él lo sabía.

Nadine se removió en el sofá y su cabecita pasó de sus rodillas a la almohada de las princesas de Disney que tenía al lado. Luciano pudo liberar su pierna dormida y la movió intentando volverla a la vida. Se levantó para dar unos pasos y poder buscar el control remoto que había quedado a una distancia considerable desde que la pequeña se durmió. Y ya se había visto todo un capítulo de la Princesa Sofía, La Doctora Juguetes, y ahora Topa y los rulos comenzaban a cantar "Verduras" en la televisión.

La pareja IMperfectaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora