Lucas estaba agotado. Acababa de tragarse horas y horas de avión, autobús y taxi para llegar a casa desde Londres tras meses de estudio lejos de su ciudad natal y, ¿por qué no decirlo?, de increíbles fiestas universitarias. Tenía los músculos agarrotados y sentía que podría caerse en cualquier momento. Y, aún así, a pesar de que se moría por encontrar una superficie plana y horizontal, mullida o no, en la que dejarse llevar, no estaba dispuesto a subir a su cuarto. No quería que nadie lo viera. Cuantas menos personas fueran conscientes de su presencia, más tranquilo estaría en un futuro inmediato.
Por ese mismo motivo ni siquiera se acercó a la casa a dejar su equipaje. Lo amontonó todo de cualquier manera en el recinto destinado al almacenamiento de útiles de jardinería. Y empezó a caminar de nuevo, consolándose con la idea de que pronto estaría sobre una cama perfectamente cómoda. Antes solo tenía que caminar hasta donde alcanzaba su mirada. Y un poquito más allá.
En lo que pareció media hora –y tal vez lo fuera-, atravesó la zona exterior anexa a la vivienda, las tres piscinas y el extenso jardín y llegó a la linde del bosque. A aquel precioso lugar en el que nacían y crecían los árboles, unos junto a otros, altos, fuertes y majestuosos. Era como adentrarse en un mundo totalmente distinto. Un mundo en el que existía la perfecta imperfección. Plagado de ramas y hojas caídas, insectos y animales salvajes y diferentes tonalidades de verdes y marrones, todo revuelto en un paisaje alucinante.
Lucas se apoyó en el primer árbol que encontró. Y respiró hondo. Estaba feliz. Ahora sí que podía decir que había llegado a casa. Porque era aquí donde se había criado. Donde había pasado los momentos más preciados de su infancia y adolescencia. No en el interior de la carísima y exquisita mansión de sus padres, ni en el césped siempre perfectamente cortado. Sino aquí, en medio del desorden natural.
Estuvo tentado a sentarse junto a un tronco, dejando que este soportara su peso por sí solo, y simplemente permanecer allí empapándose de los sonidos, olores y colores que amenazaban con saturar cada uno de sus sentidos. Pero sabía que, en el momento en el que se detuviera, su cuerpo se negaría a avanzar y sería reclamado por el mundo de los sueños.
Alejándose del árbol, tomó fuerzas de donde no las tenía y prosiguió su camino. Se internó en el bosque y dio con el camino de tierra formado por el caminar constante de contadas personas a lo largo de los años. Lo siguió por los siguientes tres minutos, hasta que encontró el lugar que estaba buscando.
La estructura de madera se erguía dañada, pero todavía fuerte, ante él. De tan solo una planta y junto a una pequeña buhardilla superior, La Cabaña había sido su refugio y el de su mejor amiga por años. Lo que había comenzado como un juego de niños acabó por tomar forma poco más tarde y por convertirse en lo más especial para ambos. Tanto era así que Lucas había sentido verdadera morriña y nostalgia por el lugar. Y, por supuesto, por su adorada Cora.
Se sentía como la peor persona del mundo por no ir a visitar a su amiga nada más llegar. Pero necesitaba esto primero. Antes incluso que verla a ella precisaba sintonizar con el lugar, llenarse de vida y de energía. Más tarde iría a saludarla. Ahora solo quería integrarse en el paisaje.
Sin más demora, empujó la puerta y entró en La Cabaña. El interior estaba tal y como lo recordaba, mucho más organizado, sí, pero todo seguía en el mismo lugar. A la derecha, un sofá verde y una pequeña mesa de café constituían el "salón", y a la izquierda, unos muebles, la cocina de gas, una barra americana y dos sillas altas pretendían cubrir las funciones básicas del ámbito culinario. Ningún tabique separaba una sección de otra confiriendo intimidad. A excepción del baño, que si constituía una habitación en sí. La habitación estaba al fondo, separado del baño por la pared. A la derecha, detrás del sofá y la mesita, se extendía un armario de madera oscura, y detrás de la barra americana, a la izquierda de la vivienda desde la entrada, dos mesitas de noche cercaban una cama de gran tamaño. Cama que, por cierto, parecía estar ocupada por un bulto. Un bulto con un precioso y largo pelo castaño.
Sobre el colchón, el cuerpo de Cora descansaba en una extraña posición. Yacía bocabajo, con la cara girada hacia la derecha para poder respirar. Llevaba un vestido corto ajustado, unas sandalias marrones de tacón y un pesado collar como complemento que Lucas no podía ver desde su posición.
Lucas suspiró y no se permitió perder más tiempo. Se deshizo de su sudadera y de su camiseta. Los vaqueros, las zapatillas y los calcetines corrieron la misma suerte y amontonó todo encima del sofá. Trató de mover un poco el cuerpo inerte de la chica para poder abrir la cama y en cuanto consiguió su objetivo agarró a la joven como pudo, tratando de no despertarla, y la desnudó también a ella. Olía a alcohol, a saber por qué. Por lo que él sabía, Cora apenas bebía. Cuando la dejó en ropa interior, Lucas dudó acerca del sujetador, pero se lo quitó también para que no estuviera incómoda.
La visión del curvilíneo cuerpo medio desnudo de su amiga lo hizo respirar profundamente con... ¿frustración? No estaba seguro de que provocaba en él verla así. Aparte de excitación, claro: Cora, a pesar de no ser la chica más guapa del mundo, era innegablemente atractiva.
Hacía más de nueve meses que no la veía. Años, desde la última vez que la había visto desnuda. Ya abandonaba la niñez de antaño para dar la bienvenida a la preciada belleza de la juventud, y su propio cuerpo, como el de cualquier persona con sangre en las venas, reaccionaba en consecuencia.
La metió en la cama y la tapó para que no cogiera frío. Él se acostó a su lado, abrazándola, pero sin pegar su cuerpo al de ella. Tal vez así su amiga no sería consciente de que era capaz de provocarlo. No quería asustarla. No quería asquearla.
Manteniendo sus caderas lo más alejadas posibles, cerró los ojos e intentó conciliar el sueño.
Pero aquella noche, y a pesar de lo cansado que se encontraba, Lucas no pudo dormir.
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La Cabaña
General FictionCora y Lucas solían ser los mejores amigos. El cariño que siempre se procesaron era lo que hacía que continuase su relación a pesar de que las familias de ambos -y, principalmente, la madre de Lucas- se opusieran a ella. Pero cuando Lucas se marcha...