—Dime, Magnus —dijo Karel con la mirada en las nubes, sentado justo frente al rosal.
—¿Mh?
Me giré a verle. Me había quedado embobado mirando las rosas. Sin duda eran parte del Edén, demasiado bonitas para ser obra de los humanos.
—¿Cómo es tu casa? Quiero decir, el Inframundo, tu castillo y todo.
Me senté a su lado, a una distancia prudencial, tanto para no agobiarle como para poder controlarme.
—Es un sitio... caótico, por decirlo de alguna forma. La gente es bastante cruel y el ambiente algo cargante y opresivo. No te gustaría. Es como...
Miré a mi alrededor. Crecía hierba donde estábamos sentados. Me serviría como ejemplo, por lo que puse la palma de mi mano a unos centímetros de ésta y comencé a pudrirla.
—Si tuviese que describir el Inframundo... Sería algo como ésto. Todo lo que pisa su suelo, se acaba corrompiendo. No te acerques, será lo mejor.
Karel se quedó mirando un segundo la zona seca de la hierba.
—¿Sabes? —dijo— En el momento en el que quieras irte, puedes intentar venir al cielo. Es amplio, luminoso, tan pacífico y agradable. Es-...
—Alto ahí, Karel —le detuve en seco, levantando la mano para que parase de hablar—. Yo nunca he dicho que mi casa me desagradase. Al contrario, adoro mi Inframundo. Además... he visitado el cielo. No me pareció demasiado apetecible.
El ángel abrió los ojos, se le notaba sorprendido. Bueno, tenía sus razones. Nunca ningún demonio ha pisado el cielo, y quizá mi forma de decir aquello le había confundido...
—A ver... No es tanto como "visitar". Digamos que fui a echar un vistazo cuando era "joven".
Sin embargo, la expresión de Karel no cambió demasiado; de sorpresa, pasó a una curiosidad. No podía resistirme a esa sonrisa inquisitiva. Y eso que soy yo el experto en las tentaciones.
—Cuando aún no tenía ni doscientos años... Entré en una época en la que quise investigar fuera del Infierno. Y en lugar de ir a visitar a los humanos primero... pensé que el cielo sería mucho más interesante. No me equivocaba.
Me puse en pie frente a él y comencé a gesticular.
—Con una sábana blanca, me hice una toga. Me sobraban como dos metros de tela, así que iba tropezando con ella, además de llevar bastante en brazos. Para las alas, pelé a... ¿catorce palomas? Algo así. Tras eso, pegué sus plumas a unos recortes de cartón.
A esas alturas, solo de imaginarlo, Karel comenzó a reírse a carcajadas y a dar palmas.
—¡Magnus, tenías una imagen ridícula de los ángeles!
—Ya, ya lo sé. Incluso me puse una aureola bastante ridícula hecha de alambre dorado. Y me pinté los cuernos de azul para intentar camuflarlos con mi pelo. Pero ya puedes imaginar que no funcionó. No pasé de San Pedro. Me echaron a patadas.
Karel se llevó una mano a la boca para parar sus risillas.
—No pasaste de Pedro... Te echaron a pedradas, no a patadas.
No sabía bien qué hacer, si regañarle o mostrar la decepción que había sentido por ese chiste... Así que me acerqué y le dí un golpecito en la frente con mi uña.
—Karel, no tiene gracia...
—¡Es muy gracioso! —hizo un puchero. No pude reprocharle nada.
Ah... Mirando atrás, daría el resto de mi eternidad por esos días tan comunes y esas charlas tan ridículas.
Pero no todo dura una eternidad... A veces, ni una criatura inmortal.
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