Una profecía

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Desde que el mundo es mundo, desde el inicio de los tiempos, el día y la noche separan dos mundos. El mortal, donde los humanos viven sus cortas vidas, sin saber que, cuando se acuestan y duermen, los inmortales despiertan y vagan entre ellos, sigilosos como sombras.

Los hijos de la noche se hacen llamar, y están divididos en dos grandes razas, que desde la mismísima creación, luchan entre ellos para ser la única raza inmortal sobre la tierra, para ser los únicos hijos de la luna. El odio ancestral entre ellos lo llevan grabado en la sangre, su instinto les empuja a matarse, a aniquilarse sin consideración, causando estragos ahí donde se enfrentaban. Una guerra que duraba desde hacía siglos y no parecía querer acabar.

Vampiros y licántropos, eternos enemigos. Ambos hijos de la noche, pero completamente distintos entre ellos. Eran el hielo y el fuego, la venganza y la ira, el odio y la muerte. Polos opuestos cuya única semejanza era la inmortalidad, cuya fuerza era la luna de distinto modo pero a la par igual.

En medio de esta guerra milenaria, nació una pequeña profecía, unas palabras que los licántropos atesoraron como una ley, luchando desde ese momento para lograr cumplirla. Mientras los vampiros querían destruirla y evitarla a toda costa.

Así, fue pasando de generación en generación entre ambas razas por motivos completamente distintos. Y esa profecía era el motivo por el cual Nia, recién nombrada reina de los Vampiros, se dirigía a las entrañas de su mundo hacia una reunión con los ancianos de su raza, una reunión clandestina en la que la reina sería informada por primera vez de la existencia de esas palabras que podían cambiar el sino de ambas razas.

Cuando llegó a la pequeña sala donde se habían reunido, habló con autoridad, haciéndoles ver a los ancianos que, por mucho que hubiesen vivido, ella era su reina y no se iba a dejar pisotear.

-Bien, cuál es el asunto tan urgente que debemos tratar.

-Majestad, debéis echarle un vistazo a esto, ha ido pasando de rey en rey desde que el mundo es mundo

Nia cogió el raído pergamino que los ancianos le tendían y leyó, con una mueca de tedio y asco en el rostro.

-Los hijos de la luna, nacidos del odio entre ellos, se mataran hasta rozar el exterminio. Mas llegará un momento en el que el odio se tornará amor, un amor profundo capaz de superar las barreras del tiempo e incluso de la muerte, un amor puro y verdadero capaz de unir para siempre ambas razas inmortales, creando una alianza inquebrantable. Un amor entre un vampiro y un licántropo.

Terminó de leer y miró a los ancianos con curiosidad, y una mueca de burla.

-Es imposible que esto suceda, apenas quedan licántropos con vida y, a parte, los vampiros somos incapaces de amar.

-Sabemos que es casi imposible, pero puede suceder y tu misión es evitarlo, terminar con los licántropos y vigilar a los vampiros, que no se relacionen entre las dos razas si no es para matarlos, evitar a toda costa que esas palabras se hagan realidad

-Eso no será un problema, estas palabras no saldrán de aquí y jamás se cumplirán. Si un vampiro se relaciona con un licántropo, yo misma firmaré su sentencia de muerte.

Dando por concluida la reunión, la reina se marchó a sus dependencias privadas completamente satisfecha. Había luchado toda su vida por ganarse el derecho a estar en el trono y por fin lo había conseguido.

Entró en sus aposentos y se dirigió directamente hacia una pequeña cuna de terciopelo rojo que estaba en el centro y, al mirar en su interior, sonrió satisfecha. Sin duda la pequeña era magnífica, nacida de la luna llena, con los ojos esmeralda y curiosos, la piel pálida como el marfil y el cabello castaño como un atardecer de otoño. Su hija se la quedó mirando, balbuceando palabras incomprensibles y mordisqueando sus pequeñas manos.

-Algún día hija mía, tú serás la reina, algún día Lexa serás la reina de la noche, la reina de la única raza inmortal sobre la tierra.

La pequeña miró a su madre sonriendo, enseñando los pequeños colmillos que ya estaban empezando a aparecer. Que lejos estaba de entender Nia en ese momento, que su pequeña estaba destinada a mucho más que la realeza.

SIGLOS MÁS TARDE:

-Recuerda, Lexa, vuelve antes de la salida del sol, no te expongas a ningún peligro, no te acerques a territorio humano y, sobre todo, no te acerques a las zonas de los lobos ¿Quedó claro?

-Sí, madre. Cada día me dices lo mismo, puedo salir a cazar yo solita, ya soy adulta

-Eres la heredera, no deberías ir sola.

-Madre estoy lista, puedo ir sola ya no necesito escolta

-Está bien, ve, pero no te expongas.

-Hasta el amanecer, madre

La joven salió corriendo hacia el bosque, antes de que su madre pudiera replicar algo más. Quería mucho a la soberana pero su sobre protección la agobiaba hasta los extremos. La castaña disfrutaba corriendo libre bajo la luna, sintiendo el viento revolviendo sus cabellos, sintiendo la fresca hierba bajo sus pies. Dejando que se despertaran todos sus sentidos, dejándose envolver por la sensación de libertad inmensa ante la grandeza del mundo.

Odiaba que le recordaran todo el tiempo que había nacido para gobernar sobre la única raza inmortal sobre la tierra, era demasiada responsabilidad para ella que, en esos momentos, lo único a lo que aspiraba era a correr cada vez más veloz, buscando una buena presa que saciara su apetito.

Tras una larga carrera completamente en silencio por el bosque, empezó a acechar a un oso. Era grande y difícil de atrapar, todo un reto para ella que veía eso como un juego.

Tras una pequeña danza, intentando demostrar cuál de los dos seres era la bestia dominante, el oso cayó bajo el embrujo de la verde mirada inmortal, sirviéndole de alimento y dándole una energía y una fuerza muy por encima de la normal.

Una vez calmada su sed, se dirigió a un pequeño riachuelo para limpiarse. No le gustaba parecer un monstruo, con los rasgos manchados de la sangre que la alimentaba.

En eso estaba cuando de pronto se le disparó el instinto y el pánico se apoderó de ella. Olfateando el viento, el peculiar olor a lobo la invadió y, a pesar de que era fuerte y rápida, sabía que no tenía oportunidad contra los lobos, no la habían preparado para un enfrentamiento contra un licántropo. Debía huir cuanto antes, escapar de ahí antes de que fuera tarde.

Fue inútil pues al girarse para huir en dirección a su hogar, el hedor a perro mojado que desprendían esos seres la dejó congelada sin poder moverse, mientras un odio visceral descendía por sus entrañas y, frente a ella, la mujer más hermosa que había visto en su vida. Rubia de mirada aguamarina y sonrisa irónica. Una loba que se la quedó mirando con semblante divertido, como si estuviera a punto de empezar un juego, un juego que culminaría con su muerte, de eso Lexa estaba segura, mas no iba a dejar matarse sin luchar, iba a demostrar que su raza era superior, pasara lo que pasara.

-Fíjate que me he encontrado, una chupasangre, algo de diversión

Hijos de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora