Odio ancestral

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Era una noche de luna llena, el viento era fresco y suave, revolvía sus rubios cabellos mientras ella salía de su pequeña madriguera, como le gustaba llamar a su hogar.

La eternidad es una maldición cuando estás sola, cada día es lo mismo, sales a alimentarte, corres por el bosque y aúllas a la luna cuando está llena, dándole las gracias por darte la vida. Una vida con un único sentido, cazar y matar vampiros.

Esa noche había decidido mostrarse en su forma humana, sentir el frescor de la hierba bajo sus pies desnudos, envolverse de los aromas del bosque, sentir como este le susurraba palabras incomprensibles pero a la par hermosas. Como lobo era veloz, fuerte y resistente mas como humana era ágil, escurridiza y también letal.

Era una superviviente, toda su familia había perecido siglos atrás en manos de los vampiros, cuando ella solo era una niña pequeña. Había aprendido a dominar a su bestia en soledad, nadie le había explicado qué era ella, lo descubrió con el tiempo y mucho dolor. En su mente grabado a fuego el odio hacia los chupasangres que habían matado a todos sus seres amados. Esos monstruos sin alma que no sabían amar, solo vivían para matar y destruir.

Sus ojos azules, brillaron ante una presa lo suficientemente grande para saciar su inmenso apetito y, con una sonrisa en su rostro, donde antes estuvo la niña ahora se vislumbraba un lobo majestuoso, cuyos ojos revelaban que era un solo ser en dos formas distintas.

Atacó y venció, llenando su estómago con ese manjar, regalo del bosque y aulló a la luna agradeciendo una vez más su naturaleza.

Una vez se hubo alimentado, la muchacha volvió a su forma y se dio cuenta de que se había alejado mucho de su morada, se dio cuenta de que estaba en la linde de la frontera, unos pasos más y estaría en territorio vampiro. Con los ojos brillando de emoción, como una niña que está a punto de cometer una travesura, la loba traspasó la frontera, buscando darle emoción a esa noche, que no fuese siempre lo mismo. Buscando encontrar y matar a un vampiro, saciando así su odio ancestral hacia esas criaturas demoníacas, que no merecían llamarse hijos de la luna.

No tuvo que andar mucho cuando el inconfundible olor de los chupasangres la alcanzó de lleno. Ese olor raído a óxido y sangre, olor dulzón y desagradable, un olor que despertaba su instinto asesino.

Se dirigió hacia el lugar del cual provenía ese aroma podrido, acechando entre los arbustos para no ser descubierta demasiado pronto y la vio.

Era una niña, se notaba de lejos que no tenía mucha edad, quizás unos cuantos siglos. Sin duda mucho menor que ella y por lo tanto, mucho más débil. La loba se sintió frustrada, ella esperaba enfrentarse a un vampiro digno de su fuerza y coraje y en lugar de eso se encontraba con una criatura a la que podía despachar en un solo segundo. Sin duda no iba a ser tan divertido como la rubia esperaba.

De pronto, la chupasangre alzó la mirada, con una mueca de terror en su rostro, rostro que la loba solo podía vislumbrar de perfil. La había sentido, el instinto la estaba avisando de que corría peligro y eso la había asustado, provocando que la rubia rezumara alegría por todos sus poros. Adoraba ver el terror en el rostro de los vampiros antes de matarlos. Ya se relamía los labios saboreando su dulce victoria cuando la muchacha se giró completamente, quedando ambas de frente y mirándose directamente a los ojos.

La loba había oído hablar de la influencia que tenían los vampiros sobre los mortales, e incluso sobre algunos animales. Sabía que su belleza hipnotizaba a sus presas que, impotentes, no podían hacer nada para evitar convertirse en alimento de esos seres.

Esa influencia jamás se había dado sobre los lobos, el odio ancestral entre ambas razas era más poderoso que la belleza de los chupasangres y, aun así, la chica lobo se quedó paralizada unos instantes. Ante ella estaba la mujer más hermosa del planeta, sus ojos esmeralda, su melena castaña y majestuosa, sus vestiduras elegantes y ceñidas a su cuerpo... Incluso le pareció de lo más atractivo ver cómo le sobresalían los colmillos por el labio inferior. Había estado ante vampiros muchísimas veces pero nunca se había quedado sin aliento, no hasta aquella niña.

El olor que desprendía la devolvió a la tierra y, con una sonrisa en el rostro, se dirigió a ella con burla, intentando no escuchar cómo se le aceleraba el corazón, intentando apagar la voz de su consciencia que le suplicaba que se marchara de ahí y no hiciera daño a esa niña y dejando que el odio que llevaba en la sangre se apoderase de ella, la empujase hacía su presa y le permitiese acabar con su vida.

La niña intentó huir mas no tenía escapatoria, a sus espaldas tenía el lago y frente a ella a la loba, sedienta de sangre vampira, sedienta de acabar con su vida. La muchacha la miró, con mirada altiva y llena de soberbia y se dirigió a ella sin rastro de miedo en su voz, a pesar de que la loba olía su miedo desde la distancia.

-No tienes ni idea de a quién te estás enfrentando, lobita, déjame ir o te arrepentirás.

-¿Quién se supone que eres? Me gusta saber el nombre de los chupasangres a los que mato

-Soy Lexa Woods, Nia Woods es mi madre y si me haces daño lo pagarás muy caro. Supongo que conoces el nombre de Nia, la soberana.

La loba no contestó. La hija de Nia Woods era lo mejor que le podía haber pasado, disfrutaría enormemente matándola, en venganza por la masacre de los suyos. Saltó sobre ella y no le dio tiempo a reaccionar, la agarró con fuerza y la empujo contra un árbol, partiéndolo. Antes de que la vampiresa se pudiera levantar, la volvió a agarrar para lanzarla aún más lejos, provocándole todo el daño posible, cuando sus ojos se volvieron a encontrar. La mirada verde de esa muchacha causaba en la joven loba una reacción extraña y nunca vista antes en un licántropo. Perdida en la mirada de la joven vampiresa, la loba sentía como el odio que le quemaba por dentro se iba apagando poco a poco, sentía como la necesidad de matar, de destruir se iba desvaneciendo, sentía su instinto asesino apagarse y sobre todo sentía una necesidad de proteger y cuidar a esa niña que le daba pánico. No entendía por qué su instinto funcionaba de otra manera con esa joven y más tratándose de una Woods, debía odiarla con todas sus fuerzas, no protegerla.

Aprovechando ese pequeño momento de debilidad en la loba, Lexa se deshizo de su agarre y la atacó. Su ataque fue rudimentario y poco elaborado, se notaba que no había recibido entrenamiento, pero aun así mostró valor y cabezonería. Dándole algunos golpes pero ninguno importante, mientras la joven loba luchaba con todas las nuevas sensaciones que le recorrían el alma, sin entenderlas y sintiéndose completamente perdida.

Sin darse cuenta, entre golpe y golpe, ambas habían cruzada una vez más la frontera y estaban en el territorio de los lobos, lejos de la zona vampira y aún más lejos del hogar de Lexa.

Cansada de esa locura, la loba consiguió reducir a la joven vampiresa con relativa facilidad, tumbándola sobre el suelo y sentándose encima para que no se moviera, mientras ella forcejeaba por escaparse.

Finalmente, Lexa aceptó que era su fin, que cuando esa loba se cansara de luchar contra ella la mataría y se resignó.

-¿Puedo al menos conocer el nombre de quién va a acabar con mi vida?

-Me llamo Clarke Griffin, y si te quedas quieta y callada podré pensar qué diablos hacer contigo. Yo no mato niñas.

-No soy una niña, ya soy adulta.

-Eres una niña y te he dicho que te calles

-Tú no me mandas callar, perro apestoso.

-Si te tengo que amordazar lo haré

-No te atrev...

Lexa no pudo terminar la frase, sus ojos fijos en el horizonte y una mueca de terror en el rostro. Clarke miró en la misma dirección y se quedó congelada durante un momento. Estaba saliendo el sol y, si Lexa no encontraba un lugar donde guarecerse, quedaría reducida a cenizas en cuestión de segundos.

La loba tenía que tomar una decisión y rápido. Salvarla o dejarla a su suerte para que el sol hiciese su trabajo. Cerró los ojos unos segundos, respiró intentando controlar sus palpitaciones y, finalmente los abrió, clavándolos en la mirada esmeralda llena de terror de Lexa. Suspiró pues por fin había tomado una decisión, por fin sabía qué hacer con esa niña que había removido su mundo entero con solo una mirada.

Hijos de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora