Los vampiros no aman

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Cuando salió la luna, Nia se dirigió, acompañada de algunos de sus hombres, a buscar los restos de su hija ejecutada. Su sonrisa no se borraba de su rostro al pensar que por fin podía estar tranquila, que la profecía no se iba a cumplir, que ella había logrado destruir las esperanzas de que vampiros y licántropos pudieran ser iguales.

Mas cuando llegó a la roca de las ejecuciones y el hedor a lobo invadió sus fosas nasales, empezó a inquietarse. Su rostro, antes satisfecho y feliz, se tornó en sorpresa y rabia cuando vio que las cadenas estaban destrozadas y que no había ni rastro de los restos de su hija. Había sido liberada por lo lobos, había sido liberada por Griffin. Con voz cargada de ira, gritó hacia el horizonte.

-Maldita seas Clarke Griffin, te encontraré y te mataré.

De un puñetazo destrozó la roca, que estallo en mil pedazos por la fuerza del impacto, justo antes de girarse hacia sus hombres que la miraban aterrorizados sin saber qué hacer.

-Encontradla, encontradlas a ambas, y matadlas.

Los guardias asintieron y partieron siguiendo el olor a lobo, mas Clarke esta vez había sido cuidadosa y había ocultado su rastro viajando por el río. Decepcionados al no poder encontrarla, volvieron a su hogar, a enfrentarse a la ira de su reina que, al saberse burlada por los lobos, estalló en cólera. Iba a encontrar a Clarke Griffin aunque fuese lo último que hiciera en su vida y le iba a hacer sufrir como nunca, le iba a hacer desear la muerte con toda su alma.

Mientras tanto, en la pequeña cueva que los licántropos habían habilitado para la joven vampiresa, Lexa poco a poco iba recuperando las fuerzas. Prácticamente todo el tiempo lo pasaba durmiendo, alimentándose despacio y siempre con la ayuda de Clarke. En sus sueños una y otra vez veía los recuerdos de la rubia, recuerdos terribles y dolorosos. Los pocos momentos en los que permanecía despierta, apenas hablaba, y evitaba mirar a la rubia que no se había separado de ella en ningún momento, sintiéndose terriblemente culpable por todo su sufrimiento, porque había sido su madre quién había asesinado a la familia de la rubia, condenándola a una eternidad de soledad y abandono.

Clarke pasó aquellos extraños días pensando en todo lo que llevaba dentro desde que vio a Lexa por primera vez. Entendía perfectamente sus sentimientos pero le parecían ilógicos y completamente fuera de lugar ¿podía un licántropo enamorarse de un vampiro? Solo de pensarlo le parecía aberrante y aun así reconocía los síntomas del amor, cuando se quedaba embobada observando a la joven vampiresa dormir, cuando su corazón se aceleraba al mirarla a los ojos, en el dolor que había sentido cuando creyó que la perdería.

En teoría debía odiarla, eran enemigos naturales, ancestrales y aun así, Clarke sabía que llegado el momento, sería capaz de dar su vida por ella.

Observándola dormir, instintivamente se acurrucó a su lado, apartando el cabello de su cara con delicadeza y sonriendo como una idiota al ver la increíble belleza de la castaña.

Lexa se abrazó a ella en sueños, permitiendo que la rubia pasara su brazo por debajo de su cabeza y le acariciase tiernamente el pelo mientras intentaba moverse lo más mínimo para no despertarla.

Unos minutos más tarde, escucho la dulce voz de la castaña, que al parecer llevaba un tiempo despierta.

-No te has movido de aquí en todo este tiempo.

-No, quería saber cómo estabas

-No era una pregunta, sé que no te has movido, cada vez que volvía a la consciencia lo primero que notaba era tu olor a perro mojado.

-Oye, que tú tampoco hueles bien precisamente vampirita

-Pues para no gustarte bien que no te mueves de mi lado, incluso me estás abrazando.

Hijos de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora