El Demonio

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Llegó a casa solo, cansado de trabajar. Llevaba todo el día fuera atendiendo a clientes y contando billetes y monedas entrando y saliendo de la oficina. Tenía la camisa húmeda y fría del sudor que llevaba desprendiendo por el calor tan increíble que hacía por el mediodía en la ciudad de México. En ocasiones, lo único que podía escuchar eran las monedas entrando y saliendo de las cajas para enviarlas al banco. Cerraba los ojos y veía dinero. Abría los ojos y... veía dinero.

Una casa enorme yacía inerte a sus pies. Restos de vida colgaban de algunas estanterías, donde estaban las fotos de su exmujer. Sueños y viajes rotos desde hacía años, y de los cuales aún era totalmente incapaz de deshacerse, y aún colgaban esos marcos de las estanterías, y encadenaban también su corazón. Siendo su trabajo, lo único que lo aislaba de los malos pensamientos, y también de los buenos.

Tocaban las 12 de la noche. Acababa de comenzar el día de los muertos. Y aunque él no creía en mitos y leyendas, de pronto, una voz inesperada sonó en toda la habitación.

— ¿Estás listo para la muerte? —

Una voz completamente humana sonó en la habitación. Su sobresalto hizo rechinar todos los muelles de la cama y el polvo se convirtió en niebla de repente.

— ¿Qu... quién hay ahí? — Asustado, con la voz temblando, miró hacia al armario, repitiéndose una y otra vez que ahí no podía haber nadie.

— ¿Estás listo para la muerte? — La voz no iba a parar de preguntar lo mismo, hasta obtener una respuesta.

— No. — Respondió, casi a punto de llorar.

— Yo fui quien te arrebató la felicidad. — Su afirmación, lo dejó petrificado.

No sabía quién o qué era aquel fantasma. ¿Es que a caso se trataba de un espíritu, realmente? Nunca creyó en nada de eso, pero de un momento a otro, pensó que se estaba volviendo loco.

— ¿Quién eres? — Casi susurró.

— He estado observándote toda tu vida. — La voz sonaba en todos sitios. No era capaz de diferenciar si era de un hombre o una mujer. Era como si las paredes le hablasen, como si estuviera dentro de su cabeza. — Yo provoqué que te dejasen de querer. Yo hice que te dejara. Yo planté la semilla de la desconfianza en tus amigos. Yo te hice estar solo. —

Siguió mirando a los lados, desconcertado, casi a punto de soltar lágrimas de ansiedad.

— ¿Cómo vas a estar preparado para la muerte, si nunca has vivido? —

Su corazón se paralizó.

Pensó que tal vez se trataba de un demonio. Que había escogido el día de los muertos para manifestarse y mofarse de él, de haberle arruinado la vida entera, de haberle provocado estar en esa situación en declive durante años.

— ¿Quién eres? — Volvió a preguntar el asustado hombre.

— Soy tu vida. —

Con esta última frase, que no tenía sentido para él en ese momento, descubrió que el sonido provenía del armario. Pero no podía ser, tendrían que haberlo vaciado entero para caber allí.

— Soy tu padre al que no tuviste tiempo para visitar antes de decir adiós. Soy tu esposa que se fue dejándote sólo una nota porque no quería ni verte. Soy tus peces a los que dejaste morir de inanición. Soy los hijos que nunca tuviste porque nunca era un buen momento para ti. Soy la carrera musical que dejaste apartada. Soy tu vida, y también, soy tu muerte. —

Estaba seguro de que debía ser un demonio. Un demonio que había estado aterrorizándole durante años. Tal vez ese demonio había sido la causa de que toda su vida hubiera terminado en el desastre que era ahora. Y ahora, al haberse manifestado, tenía la oportunidad de enfrentarse a él.

Abrió las puertas del armario de par en par y ante él encontró una pequeña caja de madera, estaba seguro de que la voz del espíritu maligno provenía de allí dentro. La abrió con fuerza y rabia, dispuesto a aplastarlo con sus propias manos.

Y al abrirlo, no encontró dentro más que unos cuantos fajos de billetes que guardaba como ahorros en metálico desde hacía tiempo.

— De qué te sirve morir, si eres incapaz de vivir. — Le habló el dinero.

Día de los muertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora