Confiéseme Padre.

Llevo 6 meses despertando a media noche sudado luego de haber soñado con escenas eróticas,con sexo. La culpa,la vergüenza,la infidelidad a Dios con quien hice votos me tortura. Las penitencias diarias no alivian la culpa que me tortura. Rezar no me calma.

No puedo controlar mi mente embargada de malos pensamientos. Mi celibato no es impedimento para no soñar con sexo.

Soy sacerdote,pero soy un hombre en el fondo. Es una lucha continua el apagar mi fuego interior. Es difícil mantener apaciguados mis instintos sexuales.

Pase años tratando de mantenerme puro de mente y cuerpo. Pero hace 8 meses,desde el momento que llegue a esta parroquia en una apartada localidad en el campo,un pueblo lejos de la capital. Un pueblo que parece estancado en siglos pasados,las cosas se están saliendo de control dentro de mi.

Siempre he sido un hombre con carisma suave. Tengo una personalidad dulce,y amable. Ademas la naturaleza me doto con un rostro hermoso,y con un cuerpo elegante,esbelto y sensual. La sotana no puede ocultar mi atractivo. Las mujeres de todas las edades se detienen a mirarme,se voltean en la calle para desnudarme en su mente. Nos las culpo,el ser humano es un animal sexual.

Soy yo el llamado a mantener una distancia respetuosa. Mis feligreses deben ver en mi mas allá de mi hermosa y joven apariencia. Deben ver a un confidente,a un consejero,a un amigo,y a un guía espiritual.

Todo iba bien,lo normal en mi vida de párroco en mi nueva iglesia y comunidad. Las mujeres vienen a la parroquia para limpiar toda la iglesia,a ayudar a montar el altar,a desmontar,y a guardar.

Lo mismo las feligreses limpian la casa parroquial,que es donde un sacerdote reside,donde vive. Las feligreses ademas cocinan mis alimentos,lavan y planchan mi ropa.

En la primera semana viviendo en casa parroquial la conocí. Esa mujer que es la tentación echa piel,carne y huesos. Ella mi demonio personal. Ella mi manzana de Adán.