VI

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Una combinación de sentimientos encontrados mezclados con estropicios de la vida hacía que la pobre coneja quedara meditabunda en las ganas de complacerse y a la vez de complacer. Sentía, también, la urgencia de su edad y los revoltijos de la supuesta abstinencia que ella misma se impuso con tal de seguir aquello que tanto esperaba añoraba y que en ese momento lo tenía, entonces se preguntaba si valía la pena lo que estaba haciendo: privándose de uno de los placeres más exquisitos de la vida y también de una experiencia lujuriosa y diáfana como la claridad, pero con un tono oscuro y abstracto.

Solo en ese momento de meditación en la penumbra de su cuarto y a las doce y treinta de la noche supo lo que su compañero quería hacer como un favor de tantos que él le debía: sacarla del cubo en el que ella misma se encerró, pero la situación se le estaba saliendo de las patas sin que ellos tomaran conciencia.

Ella prefiguraba en su mente el instante en que el zorro profanó sus labios sin su consentimiento, le gustó; y maquinar en lo que podía pasar la hacía dudar de lo que ella tenía como principios. No era la primera vez que ella besaba a alguien, pero fue como si fuera así por la intensidad de lo que sintió. Un temor pavoroso recorrió su espina dorsal al recordar como sus labios y su lengua jugueteaba como si se tratasen de dos niños correteando en un espacioso campo de juego en donde todo se valía. Casi sucumbe ante la tentación de tomarlo y a la fuerza quietarse las ganas con el haciendo valer la que en se decía de su raza. Su fuerza de voluntad se impuso por sobre su deseo atándola a una piedra y sujetándola con cadenas de la razón.

Quería, pero no con él. O al menos eso quería creer.

Entonces recordó el instante en el que un joven y apuesto conejo se le acercó en la hora de la siesta el domingo en un parquecito, ella estaba sentada y la miró con ojos diáfanos y nerviosos. Su traje de etiqueta y su sombrero lo hacían ver como si perteneciera otra época u otro tiempo. Él la había conocido mucho tiempo atrás y se enamoró de ella en el primer instante en el que la vio, pero su timidez le robó la oportunidad para acercársele y no fue hasta mucho tiempo después y luego de tanto pensarlo que se le acercó con las patas temblorosas del nervio y le dirigió la palabra con respeto. Todavía el ocultaba la segunda razón de su atrevimiento bajo las esencias de perfumes caros con olor a jazmín y a esencia de caramelo bajo su ropa. Era apuesto, elegante y con una educación formidable que Judy nunca hubiera imaginado que todavía existía.

Su saludo fue corto, pero conciso pues tenía en la mente que en la vida no hay que andarse con rodeos y que las oportunidades ocurren pocas veces en la vida, juró que nunca iba a volver a desperdiciar una de esas como la vez anterior que la vio pensativa y con un traje de domingo en el parque central de la ciudad, sentada en un banco de pino verde, esperando y pensando cosas que él ignoraba.

Larry Blizz, como todos lo conocían, desde entonces tenía la costumbre de ir al parquecito donde se encontró con Judy, pero no siempre llegaba y en algunas ocasiones se cohibía al ver al zorro que la acompañaba y con quien al parecer tenía un trato especial. Ese día ella estaba sola, donde siempre se sentaba, en el banco de pino verde que ya casi tenía su nombre marcado. Se acercó a ella todavía dudando de sus propias pretensiones y casi sin voz por los nervios, pero con un esfuerzo sobrenatural y anteponiéndose a sus impedimentos logró disimularlo.

Se quitó el sombrero e hizo una formidable reverencia sacando a la policía que estaba en su día libre de un mundo de fantasía que ella misma había formado ayudándola a aliviarse de los estreses cotidianos de su vida de laboral.

—Con permiso —dijo el conejo—. ¿Puedo sentarme con usted? —preguntó observando el lado vacío de la banca de pino verde que en ese momento no estaba ocupada por el zorro que en ciertas ocasiones la acompañaba y quien era el único que al parecer le sacaba una extraña sonrisa no fingida como en otras ocasiones otros animales lo hacían.

Zootopia: PrimaveraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora