La música ha sido parte de mí desde que tengo uso de razón. A los tres años, sin siquiera haber aprendido a hablar correctamente, ya cantaba las canciones que mis padres solían sintonizar en la radio. Y yo era feliz así. De actuación en actuación, mis participaciones siempre consistían en pararme frente a un escenario para interpretar los mismos temas una y otra vez.
Sin embargo, los años pasaron y a mí ya no me bastaba con cantar. Quería ir más allá, quería crear, hacer mías unas cuantas melodías y sentir el fragor de mis ideas y pensamientos. Para ello, decidí que era necesario aprender a tocar un instrumento. De inmediato, me decanté por lo clásico. La guitarra no parecía un instrumento difícil de dominar.
Qué equivocado estaba.
A pesar de las interminables tardes de práctica, no alcanzaba a tocar esas seis cuerdas como sí lo había hecho en el universo de mis expectativas. Supe rápidamente que se trataba de un tema de inspiración. No había encontrado un género o un grupo que cambiara mi manera de ver la música y algo en el fondo me decía que hasta que ese momento no llegara, mi historia con la guitarra se iba a ver estancada.
Fue ahí que una noche todo dio un vuelco inesperado.
Siempre había oído hablar de The Beatles. Sabía que muchos los calificaban como la mejor banda de todos los tiempos, que fueron los pioneros de lo que hoy conocemos como rock y muchas otras cosas más. Sin embargo, nunca me había atraído la idea de ponerme a escuchar su música. Hasta ese día.
Recuerdo que el primer tema que escuché de ellos fue "Hey Jude". La melodía se me hacía familiar, pero igualmente no me pude resistir a la delicia que suponía oírla entera.
Después vinieron "Let it be" y "She loves you". Empezaba a enamorarme de los cuatro de Liverpool.
La noche se empezó a amenizar con "I want to hold your hand", "Do you want to know a secret?" y hasta con la melancólica "And I love her".
Sin embargo, fue "Something" la canción que provocó que mi cabeza y mi corazón estallaran al unísono. La obra maestra de George Harrison me cambió la vida. Y no exagero cuando lo digo.
De inmediato empecé a querer tocar todos los temas de The Beatles y poco a poco, lo iba consiguiendo. Algunas las acompañaba con mi voz, a pesar de que en ese entonces el inglés se me dificultaba bastante.
No pasó mucho tiempo para que yo empezara a indagar más sobre la historia de la banda. Vi documentales, leí artículos y hasta compré libros al respecto.
Fue en esos momentos cuando entendí la grandeza de los cuatro de Liverpool. Y es que aunque Paul no era el mejor bajista, ni George el mejor guitarrista, y mucho menos Ringo el mejor baterista; cuando los tres junto a John Lennon se unían para componer y tocar como el equipo que eran, no había nada ni nadie que se pudiera poner por delante.
Hoy sé que, de no haber sido por su existencia, la historia de la música posiblemente hubiera tomado un rumbo distinto. Esa es la razón por la que creo en el ayer como Paul McCartney en su mítica canción.
Siempre habrá cuatro grandes e inmortales razones para hacerlo.
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El niño que aprendió a aprender
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