Fragmento 1 - 21:21 (Parte II)

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Pero nosotros insistimos, esforzándonos por producir la mínima alteración. Queremos cruzar ese velo, salir de nuestra extraña dimensión. Rogamos. Suplicamos. Lloramos y nos enrabietamos. La humillación es inútil, su voluntad es inquebrantable.

Sin saber bien cómo, intentamos por nuestros propios medios escapar de nuestro propio ser, de atravesar el tiempo para llegar al espacio y manejar todo a nuestro gusto; de formar parte de la belleza del mundo que tanto amamos sacrificando lo único que tenemos, nuestros recuerdos.

Aún dispuestos a dejarlo todo, no lo conseguimos. Nuestro precio no le parece lo suficientemente alto y todavía todo lo material se escapa de nuestro alcance. ¿Nos rendimos?, aún no lo sabemos.

De pronto sentimos algo. Una presencia desconocida entra en la habitación, recorre las paredes y cada uno de los elementos de su interior. Se desliza acariciando con delicadeza cada uno de los objetos y finalmente nos atraviesa. Finalmente, se detiene. Sabe que estamos ahí.

Tras ser descubiertos nos entra el pánico, nos sentimos intrusos en aquel puro escenario y nos avergonzamos hasta el punto de querer desaparecer. A pesar de todo, nos esforzamos en averiguar la identidad del invisible individuo. Finalmente, nos damos cuenta de que se trata del viento que, sin molestarse por nuestra presencia, agita plácidamente la cortina produciendo unas perfectas ondulaciones, una tras otra en completa armonía.

Contemplando aquel pequeño capricho es cuando nos damos cuenta de lo afortunados que somos al situarnos ante la escena perfecta, de que podríamos admirar cada una de sus partes por un tiempo indefinido. Tras ese pensamiento, entramos en un estado de placentera calma y realizamos una búsqueda de otros elementos que se sumen a esa absoluta belleza que por desgracia no podemos conservar.

Notamos la humedad en el aire, tan densa que nos dan ganas de agarrarla en un puño. Desde la ventana, la luna proyecta su luz a través de cristales rotos hasta enfocar el espectáculo ofrecido por dos motas de polvo, que combatían en un desequilibrado vals hasta caer rendidas en una moqueta desgarrada en carne viva. Los muebles escupían sus cajones vacíos, que no aguardaban más que pobreza y rasguños de otro dueño. La poesía se impregnaba en cada una de las sombras de aquel habitáculo perdido, pero había algo de lo que no nos percatamos.

El viento es caprichoso e impaciente, y tan pronto como viene pierde el interés y desaparece. No es como nosotros. Nuestra curiosidad alcanza otros límites, recolectamos los detalles y los conservamos. Él tiene mucho mundo por ver, demasiadas cosas sucediendo al mismo tiempo. ¿Alguna más bella que ésta? nos preguntamos y enseguida nos mostramos reacios ante tal idea. Y así, deseando terminar rápido su ronda, nuestro nuevo compañero se marcha por donde ha venido.


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Fragmentos de vida de un sábado cualquieraWhere stories live. Discover now